Desde hace muchos años en la Iglesia repetimos una y otra vez que hemos entrado en una época espiritual nueva, una época en la que en nuestros países de antigua tradición católica, va apareciendo la necesidad de dedicarse a evangelizar las personas, una por una, y la sociedad en general, desde los fundamentos mismos de la fe, como si estuviéramos en tierras de paganos.

Tenemos derecho a preguntarnos qué haría ahora Javier en un mundo como el nuestro. Qué haría si se encontrase con personas que quieren casarse por la Iglesia pero llevan años sin escuchar la palabra de Dios, sin ir a Misa ni recibir ningún sacramento. Qué haría Javier si se encontrase con tantos jóvenes como hay ahora en nuestras calles que no se interesan ni poco ni mucho por las enseñanzas de la Iglesia ni por los contenidos de la vida y la moral cristianas.

Invitar a la conversión en estos países nuestros es más difícil que hacerlo allí donde nunca se ha anunciado el evangelio de Jesucristo. Donde no han oído hablar de Jesucristo, reciben el primer anuncio del evangelio con admiración o por lo menos con respeto. En cambio, en estos países nuestros, en los que la vida cristiana, más o menos coherente, ha sido algo común, la gente piensa que ya conoce el cristianismo y lo considera superado, lo mira con una increíble indiferencia. Interesan aquellas ideas o sugerencias del evangelio que coinciden con la sensibilidad del momento. No porque vengan de Jesucristo, y menos de su Iglesia, sino porque están de acuerdo con lo que actualmente se piensa y se valora. Lo cristiano es antiguo, anacrónico, anterior a los tiempos de la ciencia y de la libertad, y ha sido sustituido por el libre juego de opiniones y de intereses que se mueven en la democracia. Democracia, afirmación absoluta de la propia libertad individual y relativismo religioso y moral serían inseparables.

En este contexto, los católicos tenemos ante nosotros la apasionante tarea de una verdadera renovación apostólica. No es tiempo de indecisiones ni cobardías. Tenemos la urgente obligación de ayudar a nuestros amigos a creer en Jesucristo y a creer en Dios con la fe y la piedad y el amor anunciados y vividos por N.S. Jesucristo. Creer en Cristo y ser discípulo suyo es creer en Dios con la fidelidad y el amor filial con que Jesús vivía en comunicación permanente con El. Vivir en su presencia y anunciar su Nombre. San Francisco Javier quería invitar a los estudiantes de su tiempo a que fueran con él a las Indias. Hoy se afanaría por ayudarles a valorar, aceptar y vivir la fe en el Dios de Jesús como camino de humanidad y de salvación eterna.

Tenemos ante nosotros la tarea apasionante de ayudar a los jóvenes a reconocer a Dios, Padre de Jesús y Padre nuestro, como fuente y horizonte de la verdadera vida personal, principio y término de nuestra libertad, entendida como camino para vivir felices en la verdad y en el amor, en una comunión universal y perpetua.

Evangelizar es presentar el rostro radiante de Jesús, su experiencia humana y su mensaje de salvación, como revelación y ofrecimiento de una vida nueva, liberada, del todo humana, levantada por la comunión con Dios, hasta calidades y honduras inesperadas, gozosas, plenificadoras.

Nuestros jóvenes aman la vida, buscan el modo de vivirla intensamente, quieren gustar el gozo y la felicidad de vivir. Javier hoy se desviviría por ayudarles a comprender que es Jesucristo, presente y actuante en la Iglesia, el único que les puede descubrir la vida verdadera, el único que les puede acompañar interiormente en esta aventura de vivir en libertad el gozo de una vida personal, familiar y comunitaria, cimentada en la verdad y dilatada por el amor hasta las amplitudes de la vida eterna, en comunión con Dios y con los santos del Cielo.

Hoy los jóvenes pueden aprender muchas cosas. Todo el mundo les ofrece fórmulas mágicas y baratas para ser felices. ¿Quién les enseña a ser personas, a conocerse a sí mismos y conocer el sentido profundo de la vida, quién les ayuda a descubrir el dinamismo y los contenidos de una vida verdaderamente humana, cimentada en un reconocimiento de la realidad firme y verdadera, enriquecida mediante la comunión de amor con otras personas, con la humanidad entera, con Dios y con el mundo que El ha puesto en nuestras manos?

Los padres cristianos, los catequistas y educadores cristianos, los religiosos y sacerdotes tenemos que recibir con entusiasmo este mensaje de Javier, sed todos misioneros, en países lejanos o con vuestros amigos de cada día, anunciad con sencillez, con convencimiento, sin temores de ninguna clase, la centralidad de Jesús, el valor permanente de su vida y de su mensaje, el amor fiel y misericordioso de Dios nuestro Padre, la grandeza de su dones y la increíble maravilla de sus promesas, “en la tierra como en el Cielo”. Es un mensaje de vida, un mensaje de libertad y de amor, un mensaje de salvación.

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