Los católicos no podemos dejar pasar la fiesta de San Pedro y San Pablo sin celebrarla con atención y gratitud. Los dos Apóstoles, cada uno a su manera, son fundamento histórico de nuestra fe. Cada uno de ellos expresa una nota esencial de la Iglesia de Jesucristo. Pedro la continuidad y la autenticidad, Pablo la universalidad y catolicidad.

En estos momentos los católicos necesitamos tener muy clara la significación eclesial y cristiana de Pedro y Pablo. El recuerdo de Pedro testifica la conexión histórica de nuestra fe con la palabra y la persona de Jesús. Hoy, Pedro, por expresa voluntad de Jesús, sigue siendo para nosotros roca firme donde se asienta la verdad de nuestra fe. La sucesión apostólica y el ministerio singular del Obispo de Roma garantizan la unidad de la Iglesia y la autenticidad de nuestra fe cristiana. Detrás de su vocación y de su ministerio está el encargo de Jesús y la asistencia del Espíritu Santo.

La figura y la obra de Pablo nos manifiestan el valor universal del evangelio de Jesús. No hay lugar donde no deba ser anunciado y donde no pueda ser acogido como palabra de salvación. No hay época ni cultura ni sociedad en la que no pueda arraigar y que no necesite ser iluminada, purificada, corregida y fecundada por la iluminación de la fe. Son ingenuos y presuntuosos los que piensan que nuestras sociedades democráticas pueden llegar a suplir y hasta superar las riquezas de la revelación de Dios y de los dones de su Espíritu.

El Papa, Obispo de Roma y sucesor de San Pedro, es el principio y fundamento perpetuo y visible de la apostolicidad y de la unidad de la Iglesia. Por eso en este día rogamos especialmente por él. Todos los fieles cristianos, al celebrar esta fiesta, debemos pedir a Dios por el Papa Juan Pablo II y hacer un acto expreso de adhesión a su persona y aceptación de su magisterio doctrinal y práctico. Su testimonio de piedad y su intrepidez apostólica fortalece a la Iglesia y estimula el fervor y la generosidad de cada uno de nosotros en el cumplimiento de la voluntad de dios y en el esforzado servicio al evangelio de Jesucristo.

Por medio del ministerio de Juan Pablo II, como por el de sus predecesores y sucesores, se cumple de forma especial la promesa de Jesucristo: “Ningún poder, terreno o espiritual, podrá apagar la luz de la palabra de Dios ni destruir la Iglesia de los mártires y de los santos. Yo estaré con vosotros hasta el fin del mundo”. Esta asistencia de Jesús no es un monopolio de la Iglesia ni de los cristianos. Jesús es el salvador de todos los hombres. La Iglesia mantiene viva la presencia de Jesús en el mundo, y El vino para descubrir los caminos de la verdad, consolar los corazones afligidos, para perdonar los pecados y abrirnos las puertas del Cielo a todos los hombres, de todos los lugares y de todos los tiempos. Nosotros somos hoy los hijos de este amor y de esta promesa. Luego vendrán otros y otros hasta el fin del mundo. Demos gracias a Dios por ser miembros fieles de esta Iglesia, presencia visible y cuerpo operante de Cristo dentro de nuestro mundo hasta el fin de los tiempos.

Al no ser fiesta laboral el día 29, la Iglesia nos invita a celebrar la fiesta litúrgica de san Pedro y San Pablo en uno de los domingos más próximos a esta fecha. En las Diócesis de Pamplona y Tudela, este año, la celebramos el domingo día 4 de julio. En ese día, en todas las parroquias e iglesias abiertas al culto, la misa principal debe ser la de la fiesta de los apóstoles Pedro y Pablo, invitando a los fieles a orar por la Iglesia y por el Papa y haciendo una colecta especial para ofrecer al Papa una ayuda económica dedicada a sufragar los gastos de su ministerio universal a favor de la Iglesia y de las necesidades más urgentes del mundo entero. Será una manera visible y efectiva de ejercitar y manifestar nuestro amor al Papa y la verdad práctica de nuestra comunión eclesial.

 

Mons. Fernando Sebastián Aguilar

Arzobispo de Pamplona y Obispo de Tudela.

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