A los católicos nos puede ocurrir como a ciertos hijos despreocupados que acuden a casa de los padres sólo cuando les conviene, sin pensar en la ayuda que los padres puedan necesitar. Hasta que un día caen en la cuenta de su egoísmo.

De la Iglesia recibimos muchas cosas importantes, la fe en Jesucristo y en el Dios del Cielo, la educación de la conciencia moral, el ideal moral de nuestra vida, el tesoro de la vida familiar, la capacidad de amar a los demás y de sacrificarnos por ellos, el perdón de los pecados y la continua renovación de nuestras almas, la esperanza de la vida eterna.

Como nos ocurre con la salud o con el aire que respiramos, podemos tener la impresión de que todas estas cosas están a nuestro alcance espontáneamente, que nunca nos van a faltar, que no hace falta ningún esfuerzo ni ninguna atención para contar con ellas. Hasta que nos faltan.

En las circunstancias actuales es preciso que los católicos valoremos expresamente los bienes que recibimos de la fe. Hace falta que tengamos muy claras las razones por las que nos conviene y queremos ser católicos, vivir en la Iglesia, recibir con abundancia los bienes que en ella y de ella recibimos.

No hay motivos para que vivamos asustados. Vengan las cosas como vengan, la Iglesia está edificada sobre la roca firme de Jesucristo. La palabra de Jesús es y será siempre palabra de vida. Su redención es un hecho de eficacia asegurada. Cristo resucitado es principio de una humanidad nueva.

Pero en el mundo del espíritu las cosas no se producen ni se mantienen automáticamente. La fe de los creyentes puede debilitarse. El anuncio del evangelio puede apagarse. El número y la calidad de los cristianos puede disminuir. La realidad de la Iglesia en nuestra sociedad puede empobrecerse. En la obra de nuestra salvación todo es obra de Dios, y todo es también obra nuestra.

Los católicos tenemos que ser conscientes de que estamos viviendo una época difícil y peligrosa. La abundancia de bienes materiales nos ha hecho comodones y egoístas; en el ambiente cultural hay muchas sospechas y acusaciones contra la Iglesia y la fe cristiana; los poderes políticos no valoran ni apoyan la vida religiosa y moral de los ciudadanos, el ambiente social y cultural no nos es favorable, los católicos tenemos que aprender a vivir como minoría alternativa, resistente y testimoniante.

En estas circunstancias, la Iglesia, el Señor, necesitan de nuestra colaboración decidida y efectiva para seguir actuando en nuestro mundo. Nuestra primera aportación para le renovación de la Iglesia que ser el fortalecimiento de nuestra fe y de nuestra vida, la claridad de nuestras ideas, la firmeza de nuestra adhesión, la coherencia de nuestro comportamiento. La primera condición para que la Iglesia pueda cumplir su misión en nuestra sociedad es que los cristianos estemos de verdad «firmes en la fe», que vivamos clara y decididamente la comunión eclesial, en la doctrina y en la vida. La Iglesia será fuerte y operante cuando los cristianos seamos más fervorosos y más santos.

En el momento presente es indispensable que los cristianos nos atrevamos a ser diferentes, que no nos dejemos dominar ni acobardar por las ideologías dominantes. Diferentes porque rezamos a Dios, diferentes porque acudimos los domingos a Misa, diferentes porque nos arrepentimos de nuestros pecados y acudimos a confesarnos en el sacramento de la penitencia, diferentes porque aceptamos las enseñanzas del evangelio y cumplimos los mandamientos de Dios y de la Iglesia, en la vida familiar, en las actividades profesionales y económicas, en las relaciones sociales y políticas.

En los tiempos que corren es preciso que la identidad de los cristianos sea tan clara y tan operante que nos distinga de los demás. Ser cristiano tiene que ser algo que se note en la manera de pensar y de enjuiciar las cosas, en la manera de entender y vivir la vida, tanto para los matrimonios como para los jóvenes, algo que califique nuestra vida y nos adscriba a un grupo bien definido y claramente diferenciado en el conjunto de la sociedad. Los cristianos que tienen miedo a ser diferentes, en su manera de pensar y de vivir, son como la «sal sosa» de la que habla Jesús, que no sirve para nada.

Si lo entendemos así, nos resultará fácil comprender que la Iglesia necesita que los cristianos nos responsabilicemos de todas sus necesidades, personales, espirituales y materiales. La primera necesidad de la Iglesia para continuar actuando en nuestro mundo es la de las personas. Que los cristianos lo sean de verdad, que cada uno viva fervorosamente su vocación y sea a su manera testigo de Jesucristo y pregonero de la fe. Necesitamos personas que quieran dedicar su vida a los menesteres esenciales de la Iglesia de Jesucristo, anunciar el evangelio, atender al pueblo de Dios, servir y ayudar a los pobres y necesitados. La Iglesia de Navarra necesita urgentemente jóvenes que quieran dedicar su vida al servicio del evangelio en el ministerio sacerdotal, en la vida consagrada y misionera.

Además de estas personas consagradas, enteramente dedicadas a la vida de la Iglesia, necesitamos la dedicación parcial de otros muchos cristianos que ayuden en sus parroquias, que asuman las mil tareas que hay que hacer en el nombre del Señor para desarrollar las actividades de la comunidad y para construir el frágil mundo de la fraternidad y de la esperanza.

Con la dedicación personal, tenemos que ofrecer también a nuestra Iglesia .los recursos necesarios para hacer frente a los crecientes gastos materiales. Es cierto que muchos ya contribuimos con esa pequeña parte de nuestra declaración del IRPF que luego es completada por una asignación presupuestaria, pero quedan fuera muchos otros gastos que requieren la generosa contribución de los católicos en este día dedicado a pensar en nuestra Iglesia diocesana, a fortalecer nuestra identidad como católicos y cumplir generosamente con nuestras responsabilidades. Ahora mismo tenemos que afrontar la construcción de varios templos nuevos en las nuevas urbanizaciones y barrios de Pamplona, a la vez hay que seguir reparando los venerables templos de los pueblos, es preciso mantener a los sacerdotes, promover nuevas obras de apostolado, de formación y de asistencia. Las dificultades no tienen que asustarnos. El Señor está con nosotros. Pongamos también nuestra parte con valentía y generosidad. Gracias por todo.

Mons. Fernando Sebastián Aguilar

Arzobispo de Pamplona y Obispo de Tudela.

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