El domingo próximo celebramos la fiesta del Corpus Christi. Una fiesta popular, radiante, arraigada en la vida de nuestros pueblos y ciudades. En esta ocasión la celebramos en el marco de un año especialmente dedicado a la Eucaristía. Es como el testamento, la última recomendación del Papa Juan Pablo II.

Una buena manera de iniciar nuestra reflexión sobre la Eucaristía es comenzar por el mandato de Jesús. Haced esto en memoria mía. ¿Qué es lo que estaba haciendo Jesús en el Cenáculo? Jesús celebraba la Pascua judía, el recuerdo de la noche en que Dios libró a su pueblo del dominio de los egipcios. En medio de esta celebración Jesús dice a sus discípulos: Yo me voy a sacrificar por todos vosotros, yo soy el verdadero cordero pascual por cuyo sacrificio va a quedar establecida la alianza definitiva de Dios con toda la humanidad. Comed mi cuerpo y bebed mi sangre, creed en mí y tendréis vida eterna.

Cuando nos reunimos los cristianos a celebrar la Eucaristía hacemos lo que hizo Jesús en aquella noche del Cenáculo. Bajo las especies de pan tenemos en las manos el cuerpo de Cristo ofrecido por nosotros en la cruz. En el cáliz de la Eucaristía bebemos la sangre de Jesús derramada por nosotros. Estos son los signos externos. La realidad invisibles es que Cristo viene realmente a nosotros y nosotros lo acogemos con fe y amor en nuestra alma y en nuestra vida.

En cada Eucaristía, Cristo en persona, por medio de sus ministros, convoca a su pueblo, hace presente su ofrecimiento en la cruz y su abrazo de salvación a todos los hombres que creen en El y le invocan de corazón. Por medio de la Eucaristía somos contemporáneos de Jesús, estamos junto a El como los Apóstoles, como María, como el buen ladrón. Dios nos libre de estar junto a El con la ceguera del mal ladrón o con la cruel indiferencia de los verdugos.

La Eucaristía difunde la presencia de Jesús en el mundo, hace efectivo su abrazo de amor y de salvación. En todos los lugares y en todos los tiempos. Gracias a la Eucaristía el mundo es diferente. Jesús es la levadura que transforma el mundo porque cambia y renueva los corazones de quienes se acercan a El. Jesús es la luz del mundo multiplicada gracias a la Eucaristía en todos los lugares de la tierra.

Entrando espiritualmente en el misterio de la Eucaristía entramos en el corazón de Cristo, en su adoración de Hijo, en su amor de Hermano universal. Cada altar, cada sagrario es una puerta abierta para llegar hasta el corazón de Dios, al centro de la vida, al amor bueno y fiel de Dios que nos da la vida y santifica nuestras almas. Jesús es el fermento que cambia nuestros corazones y por medio de nosotros transforma el mundo. Ni la ciencia, ni la economía ni la política pueden cambiar de verdad el mundo porque no son capaces de cambiar los corazones de los hombres. Sólo Jesús, sólo el Espíritu de Dios que El nos da, puede cambiarnos desde las raíces de nuestra libertad. Cuando Jesús ilumina nuestras mentes y dirige nuestra voluntad somos hombres nuevos, diferentes, capaces de hacer un mundo nuevo y diferente, de acuerdo con la sabiduría y la bondad de Dios.

Este tiene que ser el mensaje del día del Corpus. Acompañamos al Señor por las calles para que bendiga, para que ilumine, para que cure. Para que todos los que se han olvidado de el recuerden que son cristianos, que solamente viviendo cerca de el encontrarán la felicidad que buscan y la salvación que necesitan.

Precisamente ahora, cuando algunos quieren una sociedad sin Dios y otros se avergüenzan de manifestar lo que interiormente creen, hace falta que los cristianos salgamos a la calle para recordar a nuestros vecinos que Jesucristo sigue vive, está con nosotros y nos ofrece a todos el camino de la salvación y de la felicidad verdadera, el camino de los que viven en este mundo como hijos de Dios y ciudadanos del Cielo.

Mons. Fernando Sebastián Aguilar

Arzobispo de Pamplona y obispo de Tudela

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