INTRODUCCIÓN

Había una gran expectación. Todos esperábamos la primera encíclica del Papa Benedicto. La mayoría convencidos de que sería un texto hermoso. Algunos otros, quiero pensar que pocos, con el presentimiento de encontrarse con un documento rigorista y severo. La verdad es que el Papa nos ha sorprendido a todos con un texto realmente hermoso, en el que la sencillez, la claridad y el aliento religioso alcanzan una intensidad sorprendente.

Algunos han dicho que es un texto de índole social, un texto dedicado al amor. En realidad el Papa nos habla de Dios, de un Dios que es Amor. Y habla de Dios pensando en el hombre. Nos habla de Dios como amor porque sabe que ésta es la mejor manera de representarse a Dios, y porque esta manera de presentar a Dios es la que más fácilmente puede llegar al corazón del hombre.

Mi tarea de presentar la encíclica del Papa está facilitada por él mismo. Se puede decir que es superflua. Pues excepcionalmente, quizás la primera vez en la historia, el mismo Papa ha hecho la presentación de su encíclica. Lo hizo al poco de publicarla en sus catequesis a la hora del ángelus, pero lo ha hecho más recientemente por escrito, en la revista “Famiglia cristiana” que es la revista católica de mayor tirada en Italia.

En su escrito dice el Papa que al escribir su encíclica ha querido responder a estas tres preguntas.

1ª, La primera pregunta es ¿Podemos amar a Dios? ¿Puede el amor ser un sentimiento obligado? La respuesta es sí, podemos amar a Dios porque El no se ha quedado lejos, sino que se ha acercado a nosotros, nos sale al Paso, entra en nuestra vida. El amor no es algo que sea perfecto desde el principio, podemos y tenemos que aprender a amarle, hasta que este amor afecte a todas nuestras fuerzas y nos abra el camino de una vida recta.

2ª, la segunda pregunta es ¿podemos de verdad amar a nuestro “prójimo” incluso cuando nos resulta enojoso? Sí, podemos, si somos amigos de Dios. Si somos amigos de Cristo. Si la amistad con Dios es algo importante para nosotros, comenzaremos a amar a aquellos a quienes dios ama, y tienen necesidad de nosotros. Cristo quiere que seamos amigos de sus amigos, de los que El ama.

3ª, El Papa dice que en su encíclica se plantea otra pregunta, ¿No nos amarga la Iglesia, con sus mandamientos, la alegría de amar y de ser amados? El nos ha querido mostrar cómo el amor humano tiene que madurar y descubrir la hondura personal del otro para llegar a una unión y comunión que sea digna del hombre, digna de la mujer, como seres personales. Este amor es un don de dios y nos prepara para entender y recibir el amor que Dios nos tiene y el que nosotros le debemos a El. En el lenguaje de la Iglesia, este proceso de maduración del “eros” es la educación en la castidad. Que no es sino descubrir la totalidad del amor en la paciencia del crecimiento y la maduración.

 

En la segunda parte, en la que el Papa expone la irradiación social del amor cristiano, el Papa intenta responder a dos preguntas.

1ª, ¿puede la Iglesia desentenderse del servicio de caridad y dejarlo a las organizaciones filantrópicas? La respuesta es no. La Iglesia debe ejercer el ministerio de la caridad, incluso como comunidad, pues de lo contrario no estaría anunciando plenamente el evangelio de Dios.

2ª, Y la segunda pregunta es, ¿no sería mejor desarrollar un orden justo de manera que la caridad resultara superflua? La respuesta es algo más complejo. Por supuesto que hay que establecer en la convivencia un orden justo. Esta es la finalidad del Estado y de la política. La Iglesia no interviene en primera persona en la instauración de un orden justo. Esta es la misión de las instituciones políticas cuya autonomía respeta la Iglesia.

La búsqueda de este orden justo es obra de la recta razón y su ejecución tarea de todos los ciudadanos. La misión de la Iglesia en esta materia es iluminar y purificar la razón con la luz de la fe y reforzar la voluntad de los ciudadanos y de los políticos en la búsqueda y el establecimiento de la justicia. A los cristianos les corresponde abrir siempre nuevos caminos para la justicia. Y digo también, dice el Papa, que la caridad nunca es superflua. Más allá de la justicia el hombre siempre tiene necesidad de amor. En un mundo tan oscuro, como con frecuencia es el nuestro, con el amor verdadero aparece la luz de Dios.

La sencillez con la que escribe el Papa puede resultar engañosa. El texto es extraordinariamente profundo. Sin decirlo el Papa está dialogando con todas las corrientes de pensamiento del siglo XX y XXI. Las corrientes que niegan la existencia de Dios, los pensadores que lo presentan como incompatible con la libertad del hombre Una idea que ha calado mucho en nuestra gente. (Sartre: si soy libre no puede haber Dios, y si hay Dios yo no soy libre). Con quienes presentan la religión como incompatible con la libertad y la felicidad del hombre, con quienes acaban de decir que la palabra Dios es una palabra sin sentido, sin utilidad ninguna, que hay que retirar de la circulación. (Recientemente Peces Barba en la Cátedra de Laicismo).

Toda la encíclica es como un comentario del texto de Juan “Hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él” (Ijn 4, 16). En su exposición el Papa está resituando el estilo, las preocupaciones y los objetivos de la Iglesia ante el nuevo mundo técnico y secularizado del siglo XXI. Sin decirlo expresamente el Papa está descubriendo su programa y está iluminando nuestra responsabilidad pastoral. En estos tiempos, en los que los hombres encontramos tanta dificultad para creer en Dios y compaginar nuestra libertad con la adoración, es necesario y urgente hablar de Dios, pero hay que hacerlo con el lenguaje de Jesús, con el tono consolador, liberador y salvador que tiene en Jesús el anuncio del Reino de Dios. La encíclica constituye una verdadera presentación de la fe cristiana al hombre contemporáneo.

 

Aportaciones más originales, o mejor, recuperaciones más interesantes de la encíclica podrían ser éstas:

-unidad del amor humano, acercamiento entre eros y ágape, valoración positiva del amor humano en su integridad.

-acercamiento entre creación y redención, el amor de Dios desborda la naturaleza, el hombre no puede descubrirse ni realizarse en su plenitud sin contar con Dios conocido y aceptado libremente como origen y plenitud de su vida.

-valor universal y definitivo de Jesucristo.

-la conciliación entre libertad y religión, la fundamentación religiosa y amorosa de la moral cristiana

-diálogo lúcido, respetuoso y generoso con la modernidad, catequesis adaptada al hombre moderno y posmoderno.

 

EL AMOR HUMANO, UN PUNTO DE PARTIDA REALISTA

Comienza el Papa su escrito diciendo que el conocimiento del amor de Dios es la mejor manera de acercarnos a un conocimiento real de Dios y un dato esencial para alcanzar una idea adecuada de nosotros mismos. Uno no se hace o se mantiene cristiano por una decisión de tipo ético, sino por la atracción de un encuentro personal con un Ser que nos ama infinitamente y que con su amor nos ofrece un horizonte nuevo de vida.

Es verdad que la palabra amor es una palabra imprecisa, que en la cultura actual tiene sentidos muy diferentes y hasta contradictorios. ¿Es verdadero amor todo lo que llamamos amor? El Papa conoce la dificultad de hablar en nuestro mundo sobre el amor. Pero aun así ha tenido el valor de hacerlo. Sin duda su escrito nos puede ayudar a ver el amor con un nuevo esplendor, a descubrir la riqueza inmensa que hay detrás de esta palabra. Amar es la más alta forma de ser y de vivir.

El Papa comienza su exposición con una evidente voluntad de realismo. El punto de partida de su exposición es amor más común y más integralmente humano, el amor entre hombre y mujer. El Papa trata de mostrar cómo este amor “eros” que tiene un fundamento instintivo y biológico además de ser un amor, profundamente enraizado en la naturaleza humana, es un amor legítimo, valioso, enriquecedor, pensado y querido por Dios como parte de nuestro ser y de nuestra vida.

Como amor entre dos personas, este amor erótico, para ser del todo humano y personal, tiene que llegar a unificarse con las demás formas del amor interpersonal y adquirir dejarse influencias y transformar por las notas más altas del amor humano e interpersonal. De inicialmente posesivo tiene que llegar a ser oblativo, de disperso e indeterminado tiene que llegar a ser único y exclusivo, de temporal y voluble tiene que llegar a ser estable y definitivo.

Cuando esta integración no se produce, el amor erótico puede llegar a ser una fuerza no dominada que arrastra a la persona y le impide alcanzar una vida afectiva equilibrada y unas relaciones adecuadas con las demás personas. El cristianismo no es contrario al eros, simplemente conoce y enseña la necesidad de su integración personal para que llegue a ser una fuerza positiva en la vida del hombre. Si el hombre está formado por cuerpo y alma inseparablemente unidos, eros y ágape, proporcionalmente, tienen también que unificarse y enriquecerse mutuamente. Esta maduración requiere dominio, renuncia, disciplina, libertad.

El amor humano tiende a ser absoluto, es una apertura al ser absoluto de otra persona de una manera absoluta. El amor busca perpetuidad y trascendencia. El amor tiende a la eternidad. Por eso el amor es una experiencia a la vez de impotencia y de invocación. Decir a una persona te amo, implica decirle “quiero que vivas para siempre” “quiero vivir siempre contigo” y por tanto invita a decir “Dios mío, danos vida para vivir perpetuamente juntos en tu presencia”.

La experiencia del amor humano nos prepara para entender lo que la Biblia nos dice del amor de Dios hacia nosotros, de nuestro amor hacia Dios, manifestado y realizado todo ello humana e históricamente en Jesucristo. Con lo cual el Papa llega a una primera conclusión “el amor es una única realidad, aunque tenga diferentes dimensiones o manifestaciones, de las que a veces unas aparecen con más fuerza o con más claridad que otras” (n.8). Cuando estas diversas dimensiones del amor no se compenetran y perfeccionan nos encontramos con formas mermadas del amor humano, con auténticas caricaturas del amor verdadero. Cuando el mercantilismo del sexo amenaza con reducir el amor a poco más que una placer fisiológico, es conveniente recordar estas dimensiones personalistas y metafísicas del amor.

 

LA REVELACIÓN DEL AMOR DE DIOS EN ISRAEL

La gran novedad de la Biblia es que el Dios que conoce y adora Israel ama personalmente a su Pueblo, a los hombres, llama, elige, rechaza, perdona, reprende, espera, ofrece y premia. Es un Dios personal, cercano que mantiene verdaderas relaciones de amor con los hombres. El amor humano es la mejor referencia para describir las relaciones de dios con nosotros. Dios es Padre, Esposo, y su Pueblo es el hijo querido, la novia o la esposa engalanada. El lenguaje amoroso se convierte en lenguaje religioso y aun místico en el Cantar de los Cantares.

Hecho a imagen y semejanza de este Dios del Amor, el hombre vive también en el amor y por el amor. No es bueno que esté solo. Dios lo crea hombre y mujer con la vocación de unirse los dos en una sola carne y en una sola vida. “El matrimonio basado en un amor exclusivo y definitivo se convierte en un icono de la relación de Dios con su pueblo, y a la inversa, el modo de amar de Dios se convierte en la medida del amor humano” (n.11).

Ante esta revelación de un Dios que le ama, el hombre se reconoce a sí mismo como un ser amado personalmente por Dios, y por tanto un ser libre, capaz de responder con amor al amor que recibe, responsable de su respuesta, llamado a vivir eternamente con quien es eterno e inmortal. La relación personal con Dios, y más profundamente, la relación personal de Dios con cada uno de nosotros nos hace personas, sujetos libres y responsables.

De nuevo aparece de forma sorprendente la actualidad de estas reflexiones del Papa. Sin el recuerdo de Dios el hombre puede convertirse en un ser exclusivamente mundano y material, perfectamente manipulable. Se puede programar su nacimiento y su muerte y quién sabe si hasta su destino y dedicación. Curiosamente, en una cultura atea, la máxima atención de la ciencia por el hombre podría conducirnos a nuevas formas de esclavitud perfectamente programadas. Sólo la presencia cercana de Dios nos fundamenta y protege nuestro ser personal e inviolable.

El amor de Dios no es solamente un amor gratuito, sino que es también un amor irrevocable y fiel, por eso mismo es también un amor misericordioso, un amor que no se deja vencer por el mal ni por la ingratitud, el amor de Dios perdona siempre y mantiene una historia continua de amor con el hombre a pesar de sus rebeldías o infidelidades. En este amor Dios se revela como Dios, soberano y poderoso en su generosidad y en su misericordia. En el amor de Dios el eros y el ágape se funden y se transforman mutuamente. Es un amor apasionado y a la vez sumamente generoso que se manifiesta de manera sorprendente en la encarnación del Hijo de Dios, en su muerte y en su resurrección.

 

LA MANIFESTACION DEFINITIVA DEL AMOR DE DIOS EN JESUCRISTO

La admirable historia de amor entre Dios y el hombre se hace concreta y adquiere una completa realidad histórica en Jesucristo. En El y por El, el Padre misericordioso busca la “oveja perdida” y recupera a su “hijo muerto”.Dios se hace hombre para vivir con los hombres y darles su vida, asume la suprema debilidad humana en la muerte de cruz, y en esta suprema debilidad consuma su amor y quiebra los poderes del mal. El mal es siempre orgullo y egoísmo. El amor y la fidelidad de Jesús, consumados en la soledad de la cruz, vencen el poder del mal sobre la humanidad. En esta consumación del amor se nos abre el camino a la vida definitiva. El es el camino y la puerta siempre abierta para la plenitud de la vida en comunión de amor con el Padre. En esta máxima debilidad de Dios en la Cruz de Jesús, surge la fuerza soberana de Dios para la salvación de los que creen en El. (Cf IC 1, 22-25).

En la cruz de Jesús se nos manifiesta definitivamente la inaudita magnitud del amor de Dios y se nos descubre definitivamente la verdadera naturaleza del amor. En adelante habrá que definir desde aquí lo que es el amor. Mirando al Crucificado, encuentra el cristiano el secreto de la vida y de la esperanza. Por la fuerza del amor la muerte se hace semilla de la vida.

 

LA EUCARISTÍA FUENTE DE COMUNIÓN Y DE VIDA

Este abajamiento de Dios en la muerte de su Hijo nos permite descubrir la grandeza admirable del sacramento de la Eucaristía. En cada celebración eucarística se actualiza la ofrenda de Jesús en la Cruz, mediante la cual entramos en comunión con el gran amor del Padre que nos lo da para nuestra salvación. Esta comunión, que va desde Jesús hasta el mismo corazón de Dios, “el agua que salta hasta la vida eterna”, es también una comunión social. Jesús se ofrece “por todos los hombres”. En Jesús Dios nos ama y nos perdona a todos, con lo cual en torno a la Eucaristía nos encontramos reunidos todos los hombres, hermanados por un mismo amor, que nos perdona a todos, nos dignifica a todos y nos reúne a todos “en la comunión de su Hijo”. “La unión con Cristo es al mismo tiempo unión con todos los demás por los que El se entrega”. (n.14). En la medida en que nos acercamos a Cristo nos acercamos a todos los hombres. El amor a Dios y al prójimo están definitivamente unidos. El ágape de Dios nos rescata de la dispersión del pecado y nos reúne en un solo pueblo y una sola familia.

El amor de Dios, que se nos ha hecho visible en el amor de Jesús, en su vida, en sus curaciones, en su perdón, en la cruz, permanece presente en el mundo por la celebración sacramental de la Eucaristía. Quien ve a Jesús ve al Padre, quien ve el amor de Jesús ve el amor del Padre y quien responde y se deja invadir por el amor de Jesús es también invadido por el amor del Padre. El Espíritu que nos da Jesús y nos acerca al Padre cierra el círculo de este banquete de amor que es la historia de nuestra salvación. “El nos amó primero y sigue amándonos también primero; por eso podemos nosotros responderle con amor y ofrecer a los hermanos el don de nuestro amor. Del “antes” de Dios nace en nosotros el amor como respuesta”.

 

LA VIDA MORAL DEL CRISTIANO

En el cristianismo el culto y la ética no son realidades contrapuestas ni siquiera separables. El culto es amor, y la ética es el despliegue de este amor original que es el amor de Dios y de Cristo en nosotros. Desde esta perspectiva tenemos que interpretar las grandes parábolas sobre el amor. Mi prójimo es cualquiera que tenga necesidad de mi y al que yo pueda ayudar. El amor no es algo ocasional, sino el criterio definitivo para descubrir el valor de una vida humana en la presencia de Dios. “Amor a Dios y amor al prójimo se funden entre sí, en el hermano más humilde encontramos a Jesús mismo y en Jesús encontramos a Dios. El que cierra los ojos ante el prójimo es también ciego para ver a Dios” (n.15)

El Papa señala brevemente los caracteres específicos de la moral cristiana. Para el cristiano, la vida moral no es un añadido impuesto desde fuera por una ley extraña. El amor del cristiano no es un mero sentimiento. Los sentimientos van y vienen. El amor abarca todas las potencialidades del hombre, memoria, entendimiento y voluntad. Produce alegría y gozo. Pero es más que estos sentimientos. El amor crece y se enriquece con la vida en nuevos aspectos y sentimientos, en nuevas exigencias y respuestas. La historia de amor entre Dios y el hombre nunca está terminada, pero culmina en una identificación tal de voluntades, que nuestro querer y la voluntad de Dios coincidan cada vez más, de modo que lleguemos a querer libremente, desde nuestro propio interior, lo mismo que Dios quiere, no como impuesto sino como una aspiración propia que nace libremente de nuestro interior por obra del Espíritu de Dios. Así crece el abandono en Dios y Dios llega a ser nuestra alegría (Salm 73, 23-28). De este modo en el cristianismo queda eliminada la antinomia entre obediencia y libertad, entre autonomía y religión, que aparta de la fe a tantos de nuestros conciudadanos. El amor de Dios arraiga en nosotros y nuestra libertad se funde con la de Dios en un amor común. Una vez más aparece la gran virtualidad pastoral de las reflexiones del Papa y las enseñanzas de esta encíclica

Esta comunión de voluntades entre Dios y el cristiano, fruto de nuestro arraigamiento en Jesucristo, hace posible la originalidad y universalidad del amor cristiano. Amo al prójimo porque y como Dios lo ama. Aprendo a amar al prójimo no a mi manera, sino desde la perspectiva de Jesús, con los ojos de Jesús, con la generosidad de Dios. Sus amigos son mis amigos. Cuando falta el contacto con Dios no podemos ver al prójimo en su verdadera realidad, tampoco en sus más íntimas necesidades. No podemos darle lo que más hondamente necesita. Amor de Dios y amor del prójimo son un mismo mandamiento. Pero ambos crecen del amor que nos viene de Dios.

El Espíritu de Jesús, presente en la Iglesia, hace de ella la familia de Dios, el lugar del amor. El Espíritu es la fuerza que transforma la Iglesia para que sea testigo del amor de Dios en el mundo. Quien ve el amor ve la Trinidad (n.20). La misión de la Iglesia en el mundo consiste en ejercitar y mostrar el amor el amor que recibe de Dios en Cristo y por Cristo, en toda la amplitud y complejidad de la vida humana. En la evangelización, tarea a veces heroica, y en la promoción del hombre en su integridad. Cuanto la Iglesia hace en el mundo es un ejercicio de amor, un servicio de caridad. Llegados a este punto podemos ver el poco fundamento que tienen quienes contraponen el amor de dios y el del prójimo, la piedad y el compromiso, la mística y la acción. Los santos son maestros de este amor que todo lo renueva. Jesús es el primer modelo de esta unidad del amor. Las escisiones y disyuntivas vienen de las ideologías no de las fuentes originales del cristianismo.

 

EL SERVICIO DE AMOR DE LA IGLESIA EN EL MUNDO

Este servicio de amor es tarea personal de cada cristiano y lo es también del conjunto de la Iglesia como comunidad. Desde los primeros años de la Iglesia, en la creación de los Diáconos, la Iglesia descubre la necesidad de contar con un servicio de caridad comunitario e institucional. De una manera o de otra este servicio orgánico de caridad lo ha mantenido la Iglesia a lo largo de toda su historia. La práctica del amor con el prójimo pertenece a la esencia de la Iglesia, tanto como el anuncio de la Palabra y la celebración de los Sacramentos. Para la Iglesia, el servicio de caridad no es un servicio ocasional sino la manifestación irrenunciable de su propia esencia. . No es extraño que la solicitud de los cristianos por los necesitados de dentro y de fuera de la Iglesia despertase el asombro de los paganos y fuera un elemento esencial de la evangelización. También ahora, en nuestro mundo, el amor gratuito y universal de la Iglesia hacia los necesitados de todo género ha de ser un complemento indispensable de la evangelización. Quizás vivimos un tiempo en el que el testimonio del amor en su original plenitud cristiana tiene que ir por delante de cualquier proyecto evangelizador.

A la luz de estas ideas de la Encíclica, quizás tengamos que revisar muchas ocupaciones de la Iglesia, para dejar aquellas que han sido alcanzadas por la administración y los servicios del Estado, y buscar en las situaciones más marginales y desatendidas el verdadero campo del amor y del servicio cristiano. Seguramente nada de lo que hacen la Iglesia y los cristianos es exclusivo de ellos. El Espíritu Santo sopla donde quiere y llega antes que nosotros a los corazones de los hombres de buena voluntad. Por otra parte no es posible delimitar las fronteras de la influencia del amor cristiano en nuestro mundo. Desde que resuena en el mundo la palabra de Jesús todo es diferente.

En los siglos recientes se ha querido oponer la caridad a la justicia. Ante esta objeción, muy manejada por los marxistas, los cristianos tenemos respuestas fáciles de comprender. En primer lugar, podemos decir que la caridad incluye la justicia y la promueve eficazmente. Además, basta pasear la mirada por nuestro mundo para ver que, incluso en la sociedad más justa, siempre habrá lugar para el amor, siempre habrá quien esté amenazado por la soledad y la angustia, la enfermedad y la muerte.

 

RELIGIÓN Y POLÍTICA. IGLESIA Y ESTADO

Las relaciones entre caridad y justicia llevan al Papa a hablar de las relaciones entre Iglesia y Estado. En unos pocos párrafos especialmente lúcidos y hasta brillantes el Papa resume la doctrina de la Iglesia sobre las relaciones entre la religión y la política, entre la Iglesia y el Estado, con unas formulaciones muy claras y sencillas y con un llamativo acento de actualidad. El establecimiento del orden justo en la sociedad es competencia del Estado y no es objetivo directo de la Iglesia. Sin embargo, la Iglesia contribuye de manera decisiva en estas tareas seculares del Estado y de la actividad política. Por una parte la fe cristiana purifica la razón, clarifica la noción misma de justicia. Y más decisivamente ilumina las conciencias y mueve la voluntad de los políticos y de los ciudadanos para buscar sinceramente el bien común mediante el ejercicio de una libertad clarificada, purificada y fortalecida por la gracia de Dios. También en la Iglesia somos pecadores, pero es evidente que donde no hay fe ni vida cristiana, el desconcierto moral, la corrupción y los abusos crecen y se multiplican sin remedio.

Estado e Iglesia son dos realidades distintas, pero tienen entre sí una estrecha relación recíproca. La colaboración entre ambos es una exigencia de la unidad de los hombres que forman parte del uno y de la otra. Política y fe se encuentran en la unidad de la acción ética de las personas. La Iglesia no pretende nunca hacerse con el poder, desea simplemente contribuir a purificar la razón, servir a la formación de las conciencias para percibir las exigencias de la justicia y fortalecer la rectitud moral de quienes intervienen en la vida política y en cualquier actividad de la vida social. Tratándose de una acción humana primaria, la Iglesia tiene siempre el derecho y la obligación de ofrecer, mediante la purificación de la razón y la formación ética, su contribución específica, para que las exigencias de la justicia sean comprensibles y políticamente realizables. La sociedad justa es obra del Estado y no de la Iglesia. Pero la Iglesia no puede quedarse al margen de la lucha común y constante por la justicia. Democracia y religión se necesitan y se ayudan mutuamente. Es un error deplorable pensar que la democracia requiere una mentalidad laica y relativista. A más libertad más moralidad. Sin moral la democracia degenera en el caos de la corrupción. La ambición de unos pocos devora la libertad de la mayoría.

Los fieles cristianos, como miembros del Estado, están llamados a intervenir en primera persona en la vida política. Ellos aportan, desde su vida personal, al terreno de las actividades seculares la presencia y la influencia de la revelación y del amor de Dios. Por otra parte las organizaciones caritativas de la Iglesia, en este mundo nuestro dominado por los medios de comunicación, pueden llevar el testimonio del amor cristiano a todos los rincones de la tierra en colaboración con otras instituciones semejantes que busquen realmente el bien del hombre. De este modo la influencia del cristianismo se extiende mucho más allá de las fronteras de la Iglesia. En todo ello es indispensable que se conserven con claridad las notas específicas del servicio eclesial de caridad.

La influencia de la Iglesia en la vida política, aun no siendo directa, podría ser mucho más intensa y eficaz si los cristianos actuáremos en conformidad con las exigencias de nuestra fe. Si los cristianos nos pusiéramos de acuerdo para presionar a nuestros gobiernos en adoptar políticas adecuadas, los problemas de la familia podían haber sido más atendidos y mejor resueltos desde hace tiempo; las políticas de asistencia al Tercer Mundo podrían ser mucho más generosas y eficaces. Y no digamos nada si los muchos cristianos que están en la política actuasen de verdad según las orientaciones de la doctrina social de la Iglesia. Ni la Iglesia ni la fe cristiana tienen una misión directamente política, pero sí son capaces de ejercer una influencia de orden moral en los políticos y en la vida política capaz de superar muchas deficiencias y promover actuaciones mucho más acordes con las necesidades reales de los hombres y mucho más eficaces a la hora de conseguir sus objetivos.

 

LA IDENTIDAD DEL AMOR CRISTIANO

El amor cristiano es siempre concreto, tiene rostro y nombre, se dirige siempre a las personas en sus circunstancias y necesidades reales y concretas. Para ayudar al prójimo es indispensable la competencia y capacitación profesional, pero ésta no basta, porque los hombres necesitan siempre humanidad, atención cordial y reconocimiento de su dignidad.

Además la actividad cristiana tiene que mantenerse independiente de toda ideología y de los partidos políticos para que se manifiesten con claridad su origen y su naturaleza religiosa, gratuita, liberadora y salvífica. Evangelización y servicio de caridad nunca pueden ir independientes.

En tercer lugar, el verdadero amor cristiano es gratuito y desinteresado. En nombre de Dios, la Iglesia debe servir al bien integral de todos los hombres, pero nunca podrá aprovechar este servicio para tratar de imponer la fe, su acción evangelizadora se cumple ofreciendo la posibilidad de conocer a Dios y creer en El como el mejor bien que se puede ofrecer a cualquier persona. El cristiano sabe cuando es tiempo de hablar de Dios y cuando es tiempo de callar. Porque sabe que esta gratuidad y respeto a la conciencia y a la libertad es, a la vez, exigencia del amor de Dios y del amor al prójimo. Precisamente en esta gratuidad, se apoya el mejor testimonio que podemos dar de la gratuidad y universalidad del amor de Dios. En esto consiste la fuerza evangelizadora del amor. ¿Acaso no está en esta universalidad y gratuidad del amor la fuerza seductora del testimonio de la M. Teresa de Calcuta? Nadie puede ponerse en contra del amor cuando éste se manifiesta en todo su esplendor.

Para ejercer este amor en nombre de la Iglesia los cristianos necesitan estar dominados y movidos por el amor de Cristo. No es preciso someterse a ninguna ideología. Basta con la fe que actúa por la caridad. Quien ama a Cristo ama a la Iglesia. Quien ama a la Iglesia y vive de su espíritu, ama al prójimo y anuncia las maravillas del amor de Dios. La conciencia de que Dios nos ha amado hasta morir por nosotros nos tiene que llevar a amarle a El y a amar a todos aquellos por quienes El se entregó.

El Papa muestra una exquisita sensibilidad cuando explica cómo este servicio, hecho desde el reconocimiento del amor de Dios, no humilla a nadie ni agobia a nadie. Se desempeña con humildad y con esperanza sabiendo que, en definitiva, es Dios quien gobierna y salva al mundo. Nosotros le ofrecemos lo que podemos, es El quien nos da la fuerza, no somos más que un pobre instrumento en sus manos. No debemos caer en la tentación del orgullo que todo lo quiere resolver por los propios medios, ni en la de la inercia que se resigna al mal como si no pudiéramos hacer nada.

El dinamismo del amor y la naturaleza interior de la vida cristiana nos hacen ver cómo la oración resulta indispensable para ver y vivir las realidades de la vida y del mundo desde esta perspectiva del amor de Dios. El cristiano que reza no pretende cambiar los planes de Dios, sino más bien busca el encuentro con el Padre de Jesucristo, pidiendo que se haga presente, con el consuelo de su Espíritu, en su vida y en sus trabajos. La oración nos pone a la escucha de la voluntad del Señor y nos prepara para ser instrumentos de su amor. Incluso cuando sentimos nuestra impotencia y nuestra debilidad, como Jesús en la Cruz, nos remitimos amorosamente al amor fiel de nuestro Padre celestial. Los cristianos, aun cuando están metidos, como los demás hombres, en las dramáticas vicisitudes de la historia, permanecen firmes en la certeza de que Dios es Padre y nos ama, aun cuando su silencio resulte incomprensible para nosotros.

 

CONCLUSIÓN

La fe, la esperanza y el amor se entrelazan y se apoyan mutuamente. La fe suscita en nosotros la firme certeza de que Dios es amor. La esperanza nos hace contar con la fidelidad y la fuerza de este amor en la experiencia de nuestra debilidad. El amor nos identifica con Jesucristo y nos introduce en la comunión espiritual con nuestro Dios en la vida y en la acción. El amor es la única luz que ilumina nuestra vida y nos permite ver la gloria del Señor y el triunfo de la vida más allá de la oscuridad y las amarguras de este mundo. El amor es la victoria del Señor y en él está nuestra salvación.

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