Votar en conciencia
Dentro de pocas semanas los ciudadanos navarros ejerceremos el derecho y la responsabilidad de decidir con nuestro voto a qué partido encomendamos la gestión de los asuntos públicos de nuestra Comunidad Autónoma y de nuestro Municipio. Como Pastor de los católicos de Pamplona y Tudela, consciente de que no es tarea fácil, me siento obligado a ofreceros algunas orientaciones morales concretas siguiendo las líneas del reciente documento de la Conferencia Episcopal Española, “Orientaciones Morales sobre la situación actual de España”, promulgado en noviembre del año pasado.
Al pronunciarme sobre estos asuntos, desde el punto de vista moral, no pretendo sino cumplir con mis obligaciones como Obispo, con las exigencias y la autoridad que esta condición lleva consigo. Como es sabido, las afirmaciones doctrinales y las orientaciones pastorales de un Obispo no son ni pretenden ser infalibles, pero, para los católicos, sí tienen el valor que les da la comunión expresamente buscada con el resto de los Pastores de la Iglesia, especialmente con el Obispo de Roma y Sucesor de Pedro, y, sobre todo, la prometida asistencia del Señor a sus Pastores, para favorecer el bien de los fieles y de la misma Iglesia, todo ello al servicio de la sociedad entera, pues el Señor Jesús es Señor y Salvador de todos.
En su sencillez exterior, el hecho de ir a votar es un acto importante. Quienes ocupan los puestos de gobierno tienen mucho poder y están en condiciones de influir mucho en nuestra vida. Esto, que es siempre verdad, lo es más todavía en las próximas elecciones. El resultado de estas elecciones va a influir en muchas cosas que tienen implicaciones morales muy importantes, como son por ejemplo la seguridad y defensa de la vida, el tratamiento del matrimonio y de la familia, la educación moral de la juventud, la tranquilidad y estabilidad de la convivencia. Con estas reflexiones quiero ayudaros a descubrir las implicaciones y consecuencias morales de nuestro voto para poder actuar responsablemente.
Es verdad que en estas cuestiones cada uno tiene que decidir libremente el contenido de su voto, pero esta libertad no quiere decir arbitrariedad ni indiferencia. Al decidir nuestro voto, es justo que tengamos en cuenta muchos aspectos de orden práctico acerca de los cuales cada uno puede inclinarse a favor de la solución o de los proyectos que le parezcan más convenientes para el bien común y aun para el bien personal. Pero además de estos elementos opinables, hay otras consideraciones de orden moral en virtud de las cuales podemos sentirnos más obligados en conciencia a apoyar o excluir algunas de las alternativas posibles.
Nadie puede decir con razón que los católicos nos salimos de las leyes democráticas cuando decimos que hay que votar en conciencia según unos criterios morales objetivos. El votante configura y decide su voto valorando los aspectos que le parecen más favorables para su bien y el bien común de los ciudadanos. Cada uno debe valorar los diversos elementos y circunstancias actuando libremente según su propio juicio y su recta conciencia. En democracia es indispensable que cada ciudadano pueda intervenir en la vida política según su propio criterio y su propia conciencia con absoluta libertad y plena responsabilidad. Este es nuestro caso, pues los católicos, y otras muchas personas de recta conciencia y de buena voluntad, consideramos que los aspectos morales de las cuestiones debatidas son muy importantes para el bien de las personas y el de la sociedad entera, a medio y largo plazo.
El criterio fundamental para configurar la propia conciencia es la obligación de evitar el mal y de favorecer el bien. En temas que afectan a la vida y los derechos de la persona, el criterio básico es el de aceptar y favorecer lo que esté conforme con la ley natural, según una valoración moral apoyada en la misma naturaleza humana que favorece el desarrollo de las potencialidades humanas de acuerdo con el bien de la persona, en verdad y justicia. Según este criterio difícilmente discutible, los católicos tenemos claro que no podemos apoyar programas o proyectos políticos que amenazan el derecho a la vida de los seres humanos desde su concepción hasta la muerte natural, alteran esencialmente la concepción del matrimonio desprotegiendo la realidad de la familia, debilitan las bases de la convivencia. En el caso, nada infrecuente, de que ninguna opción política satisfaga las exigencias morales de nuestra conciencia, la recta conciencia nos induce a votar aquella alternativa que nos parezca menos contraria a la ley natural, más apta para proteger los derechos de la persona y de la familia, más adecuada para favorecer la estabilidad social y la convivencia, y mejor dispuesta para respetar la ley moral en sus actividades legislativas, judiciales y administrativas.
En las presentes circunstancias, desde el punto de vista moral, lo que se puede decir con claridad y seguridad es que, en este caso concreto, para votar responsablemente, es preciso anteponer los criterios morales a las cuestiones y preferencias opinables y contingentes de orden estrictamente político. Habrá cuestiones secundarias que tengamos que dejar en un segundo plano para atender en primer lugar a los aspectos y consecuencias de orden moral de nuestro voto. Esto ocurre siempre que las propuestas de los partidos desbordan sus legítimas competencias y afectan a cuestiones de orden moral que tienen que estar por encima de los avatares políticos. El buen criterio de los votantes es el verdadero guardián de la salud moral y cultural de las sociedades y de los pueblos. Esta es ahora nuestra situación. Dios nos ilumine y nos guíe por el camino del buen sentido y de la justicia, pilares de la paz y del verdadero progreso.
+ Fernando Sebastián Aguilar,
Arzobispo de Pamplona y Obispo de Tudela