En contra de una ley criminal

Volvemos sobre el aborto. Ya se han pasado los ecos de la nota de los obispos sobre el anteproyecto de ley. Pero conviene mantenerla como un texto vivo. El argumento es de primera importancia. Hay que oponerse enérgicamente a la nueva ley. Sobre todo hay que oponerse a la mentalidad, ya muy extendida, de que el aborto es una cosa lamentable pero con la que hay que transigir porque es una necesidad y un verdadero derecho de la mujer. Oponerse sería una muestra de intolerancia y fanatismo. Nos lo presentan como un progreso en las libertades. Con el tiempo será un baldón para el PSOE y para cuantos le apoyan esta campaña a favor del aborto como derecho de la mujer. ¿Cómo se puede decir que la mujer tiene derecho a matar a sus hijos? ¿Puede haber una aberración mayor en el orden moral?

Sería conveniente que algunos socialistas que se presentan públicamente como católicos, se pronunciaran ahora claramente, de acuerdo con la doctrina de la Iglesia, en contra del aborto y en contra de cualquier proyecto de ley que justifique y facilite el aborto. Hace pocos días pude ver a un miembro del gobierno queriendo presentarse como católico y a la vez intentando justificar el proyecto del gobierno con razones engañosas. Si son católicos, bendito sea Dios; pero como hombres públicos tienen que ser coherentes en sus manifestaciones con la doctrina de la Iglesia. Sin retoques. Un católico no puede justificar ni apoyar una ley abortista.

Hay que dejar bien claro que el aborto provocado, se mire como se mire, es siempre un crimen, un asesinato. Provocar un aborto es eliminar violentamente la vida de una persona en los primeros pasos de su vida. Ahora que estamos tan sensibilizados con el terrorismo, hay que atreverse a decir que el aborto, en algunos aspectos, es un pecado y un crimen más grave que el terrorismo. Tiene una diferencia en su contra y es que no se ve, por eso mismo no mueve nuestra sensibilidad, pero la realidad es tan cruel o más que la del terrorismo. Se trata igualmente de eliminar violentamente la vida de una persona que nos estorba. Más pequeña o más grande, es igual. Es una persona humana. Y cuanto más débil y más necesitada de protección, tanto más cruel resulta su eliminación. El aborto se hace por quienes deberían proteger la vida de esa criatura.

Los obispos aclaran muy bien las cosas. Examinan uno por uno los argumentos empleados para justificar el proyecto del gobierno. Es verdad que la mujer tiene derecho a decidir sobre su maternidad. Pero eso lo tiene que hacer antes de exponerse a concebir un hijo. Si no quiere ser madre que tome las precauciones que tiene que tomar. Pero una vez que ha concebido un hijo, ya es madre. A partir de ese momento si decide en contra de su maternidad, lo que realmente hace es decidir en contra de la vida de su hijo. Que no se engañe, una vez que tiene al hijo en su seno, la alternativa ya no es ser madre o no serlo. La alternativa es tener a su hijo o matarlo. La mujer que decide abortar no decide sobre su propio cuerpo, lo que decide en realidad es la muerte violenta de su hijo.

A partir de la décimo cuarta semana el proyecto de ley justifica el aborto siempre que haya alguna razón suficiente, graves anomalías en el feto, o grave quebranto para la salud de la madre. Las anomalías en el feto son una condena a muerte. Sin piedad. Un hijo enfermo no tiene derecho a vivir. La salud de la madre se entiende de tal manera que el embarazo siempre que ella quiera podrá ser considerado como una verdadera amenaza para su salud. El proyecto de ley define la salud como “el completo bienestar físico, mental y social” de la madre. ¿Es que puede haber un embarazo que no cause alguna molestia capaz de alterar ese idílico (y egoísta) “completo bienestar”? Los obispos dicen muy acertadamente que “el embarazo no es una enfermedad”. Por eso “abortar no es curar, es siempre matar”. Si resulta que tenemos derecho a matar a quienes alteran nuestro bienestar, terminaremos reclamando el derecho de matar a quienes nos molesten sean parientes, vecinos, acreedores, enfermos. Aberrante.

Está muy bien que la política sanitaria cuide de la salud de la madre embarazada. Una manera de cuidar de su salud es ayudarle a no recurrir al aborto. La mujer que aborta queda marcada para siempre como víctima del aborto. Además en el embarazo no hay solo una vida que cuidar, sino dos. La vida del hijo tiene que ser también objeto de atención y cuidado. La medicina no es nunca el arte de matar sino de curar y ayudar a vivir. Los obispos critican acertadamente la distinción del tiempo del embarazo en tres plazos, como si en cada uno de ellos el feto tuviera un valor diferente. “Donde hay un cuerpo humano vivo hay una persona humana”. La dignidad de la persona no es cuestión de tiempo ni de peso. Si un feto enfermo puede ser destruido cinco minutos antes de nacer, ¿por qué no cinco minutos después?

El colmo de la perversión moral estaría en aprovechar el paso de niños y jóvenes por la escuela para deformar sus conciencias y hacerles aceptar el aborto como un hecho normal del todo razonable y justo. La insistencia en la necesidad de una correcta educación sexual hace temer que la Educación para la Ciudadanía incluya también esta pretensión. Los obispos advierten del peligro y animan a los padres, a los colegios y a todos los educadores a estar alerta contra este posible atentado contra la verdad y la justicia.

Poco más se podía decir. Lo que ahora tenemos que hacer es aprovechar las oportunidades que tengamos para alertar a toda la gente de buena voluntad, católicos y no católicos, hasta que el gobierno se convenza de que no le conviene seguir adelante con esta ley, si no es por razones morales que sea al menos por razones de mero oportunismo político. Después tendremos que seguir hasta cambiar las leyes abortistas por una buena ley de apoyo a la familia y a los hijos, una ley a favor de la vida y no a favor de la muerte.

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