Misión del matrimonio y la familia cristiana

Para concluir estas reflexiones sobre el matrimonio y la familia cristiana no hay mejor modo que presentar un proyecto de futuro, que ya se está convirtiendo en realidad. Es la misión del matrimonio y la familia cristiana en la evangelización.

La Pastoral Familiar tiene unos cometidos muy hermosos. Comienza en la preparación a los novios en los cursos prematrimoniales, propone y ofrece una celebración litúrgica festiva, solemne y verdaderamente religiosa, acompaña a los recién casados por medio de matrimonios veteranos, atiende a las nuevas familias y propone a sus miembros espacios de formación humana y cristiana y les ofrece asociarse con espíritu apostólico.

La familia es muy importante en el contexto de la evangelización. En primer lugar evangeliza en el propio hogar. Al principio se evangelizan los recién casados mutuamente. Después, cuando la familia crece se multiplican las relaciones en varias direcciones y se evangelizan unos a otros. La transmisión de la fe se realiza por el testimonio de las palabras y los hechos. Sucede espontáneamente cuando al ejemplo de una vida de fe se une con el testimonio del don de sí mismo en el amor. En este ambiente de familias evangelizadas surgen familias evangelizadoras. La familia cristiana “iglesia doméstica” que ha sido santificada y evangelizada se convierte en santificadora y evangelizadora (Cf. Juan Pablo II, FC 51).

Estas familias están llamadas a ser apóstoles y para eso necesitan asociarse y prepararse. Dice el Decreto Conciliar sobre “El apostolado de los seglares”: “…para lograr los fines de su apostolado puede resultar conveniente que las familias se reúnan en asociaciones” (AA, 12). La Iglesia ofrece movimientos, comunidades y grupos muy variados y diversos. Todos tienen como base determinante de su ser formarse para ser misioneros en la nueva evangelización. No se dedican sólo a la reflexión, sino que entran en una dinámica activa, comprometida en la transformación de los ambientes que sólo a ellos, como familias en medio del mundo, son accesibles. La acción de las familias es insustituible para la comunidad cristiana. A veces el compromiso evangelizador es de todo el grupo, en otras ocasiones de una sola familia o sólo de alguno de sus miembros. Siempre suponen una cierta descentralización de estructuras eclesiales. Sin embargo nunca van por libre, sino que están vinculados, insertados y coordinados con las parroquias y con las organizaciones diocesanas de apostolado. Por su naturaleza “se abren a otras familias y a la sociedad asumiendo se función social” (Cf. Juan Pablo II, FC 42)

Es evidente que necesitan una profunda vida espiritual. Sin alimentar la fuente de todo apostolado, éste pronto se agota, se desmorona, pierde consistencia, ardor y celo pastoral. Aquí entra en acción la figura del consiliario, que es ministro de los sacramentos y su función es ayudar para la contemplación, la oración y los sacramentos como base de las acciones apostólicas, respetando siempre la metodología, carisma e idiosincrasia de cada grupo.
Estas familias tienen un papel profético. Son signos vivos de la posibilidad y de la realidad del amor verdadero que les hace muy felices. Cuando aceptan generosamente la llegada de los hijos como fruto de un amor fecundo están mostrando la belleza evangelizadora. Lo mismo que cuando se perdonan, se ayudan, se escuchan y se respetan en libertad. Así se manifiestan como signos del amor de Dios. Son escuelas de todas las virtudes. Acogedores de los demás, comprometidos con la paz, abiertos a la solidaridad y al compromiso social. El Papa san Juan Pablo II invitaba a las familias cristianas a descubrir su vocación apostólica, su dignidad y responsabilidad: “¡Familia cristiana: “sé” lo que eres” (Cf. FC 17). Apoyemos a la familia que es la célula viva de la sociedad.

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