La gracias de Dios es imprescindible

Una de las razones fundamentales que hacen posible la vida y el ejercicio de la experiencia cristiana, es el don de la gracia. La gracia de Dios es imprescindible para la salud espiritual y para las obras que se llevan a cabo. Hay una serie de peligros que están afectando a muchos y que impiden visibilizar la acción de Dios. Tanto el voluntarismo como una falsa solidaridad empañan y obstruyen lo más sagrado que está en la intimidad de la persona. Nada de lo que realizamos tendría sentido si ponemos en el centro nuestras propias fuerzas. Sólo tiene sentido cuando nos vemos envueltos en la vida de Dios que es una llamada a la vida sobrenatural que sobrepasa las capacidades de la inteligencia y las fuerzas de la voluntad humana y depende enteramente de la iniciativa gratuita de Dios.

La gracia tiene muchas vertientes que nos incorporan a la vida divina: La gracia santificante, la gracia actual, la gracia carismática, la gracia de estado y la gracia especial. Tal vez oímos decir muchas veces que la santidad está hecha para personas excepcionales y que nada tienen que ver con la gente normal e involucrada en las realidades de la sociedad. Todo lo contrario, la gracia santificante la tienen aquellas personas bautizadas que la reciben como un don y como un regalo sobrenatural y a través de la cual nos transformamos en hijos de Dios y herederos del Cielo. Pero lamentablemente cuando cometemos un pecado mortal (es decir algún acto o alguna obra que rompe con el amor de Dios expresado en los Diez Mandamientos) perdemos esta gracia. Y ¿cómo se recupera? A través del sacramento de la confesión que es la presencia viva de la misericordia de Dios que limpia nuestros pecados.

Para poder vivir en gracia y para que ésta brille como luz en nuestra vida es importante orar frecuentemente. Hace pocos días hice una visita a una mujer de 102 años. Lo que más me impresionó fue su rostro transformado cuando rezábamos y ella comentaba después: “He nacido por amor de Dios, he vivido gozosa en su amor y deseo morir en sus brazos de amor”. Cuando se dice, con superficialidad, que no se tiene tiempo para rezar, esto indica que la vida se deteriora en lo más importante que la misma tiene: el amor. Si no rezamos nos convertimos como zombis que corren por la vida sin meta ni horizonte. La oración es un momento de amistad profunda con Dios que nos dignifica y humaniza. Y la oración se funde en los sacramentos que actualizan la intimidad con Jesucristo.

Bien podemos decir que “vivir en gracia de Dios” no es cuestión de pura imposición o de voluntarismo adornado de pietismo. La oración nos recrea y alienta en el camino concreto de cada día. La participación en la Misa dominical, escuchar con gozo la Palabra de Dios, leer libros que nos acerquen a Dios, evitar todas las ocasiones de pecado, cumplir nuestro deber de cada día y ayudar a los más necesitados provoca un gozo que nada ni nadie nos puede vender.

Además de la gracia santificante se da la gracia actual que es la ayuda que Dios concede en los momentos oportunos para que seamos capaces de cumplir bien lo que debemos realizar: hablando bien y con misericordia de los demás, soportando con valentía los momentos de adversidad y dificultad, apreciando y agradeciendo a los que nos ayudan, consolando al atribulado y dando gracias por la vida. Esta gracia actual es como un empuje que Dios nos otorga para llevarnos por el camino de la santificación. Es hacer de lo cotidiano un permanente sabor dulce de amor cuya fuente está en Dios.

Muchas son las gracias que el Espíritu Santo concede en su Iglesia. Pensemos en tantos santos que han recibido la gracia carismática y han realizado muchísimas obras de misericordia. Últimamente hemos comprobado el bien inmenso que hizo, en su vida, Santa Teresa de Calcuta. Y así podemos hablar de muchos que conocemos o no conocemos que han seguido con fidelidad esta gracia carismática. Hay otras muchas gracias como la gracia de estado que es una ayuda especial que Dios concede a quienes se les ha confiado una responsabilidad o cargo por el bien que se hace a los demás. Y finalmente también existen gracias muy extraordinarias como gracia especial que es aquella que concede el don de hacer milagros o de pronunciar nuevas lenguas. ¡Qué grande es Dios que nos concede tantos regalos que se llaman los dones de la gracia!

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