La Semana Santa siempre ha sido, durante el año, un punto de encuentro profundo con el amor de Dios. Desde pequeño lo recuerdo como un momento de alivio y de aliento vital. La Semana Santa nos ha ayudado a revitalizar la esperanza ante las circunstancias tan adversas que se dan en la vida. Saber y creer que Dios nos ama no sólo nos emociona sino que nos anima para seguir viviendo con ilusión, con entrega y con generosidad en la vocación que Dios nos ha regalado. La respuesta a tantas preguntas que nos hacemos sólo tiene una solución: “Cristo me ama y me salva”. Así trato de vivir estos días y así deseo que los vivamos sabiendo que nada tiene tanto valor como dejar traspasar nuestra alma por la generosa entrega de Jesucristo que se hace presente en los Sacramentos y de modo especial en el de la Penitencia y de la Eucaristía. ¡No dejemos que pase en balde la Semana Santa!

Ante la Cruz de Jesucristo podemos tener dos reacciones, una emotiva y otra de apertura de alma. La emotiva se basa en los sentimientos que pasan como una lágrima que se seca o una rosa que se marchita. No es lo mismo sentimientos de compasión momentánea que adhesión permanente de respuesta a quien tanto nos ama. La apertura de alma es dejarse trabajar por Dios, cumpliendo su voluntad, cambiando las costumbres, aprendiendo todo el día a seguir su mensaje, fortalecerse en el amor al prójimo y tener entrañas de misericordia. Muchos nos vamos a sentir admirados por la hermosas imágenes que pasearán en las procesiones de nuestros pueblos y ciudades, pero ¿abrimos nuestras vidas a la acción gratuita de Jesucristo que viene con sus gracia y con su misericordia a nuestro encuentro? Llevar en procesión nuestras imágenes es muy elogiable y plausible pero mucho más es dejar que su Amor entre en lo más hondo del alma.

Jesucristo no es un personaje del pasado al que recordamos con cariño y al que veneramos con admiración. Él está presente entre nosotros cuando nos amamos, cuando participamos de su Vida en el momento en que, de rodillas ante el sacerdote, le pido perdón y participo en el alimento de su Cuerpo y de su Sangre en la Eucaristía. Se percibe profundamente lo que Cristo nos dijo: “Yo estaré con vosotros hasta el final de los tiempos”. El Héroe de la Cruz pasa a ser el Amigo que me ama, me fortalece y me llena de su amor ahora y en este momento de nuestra existencia e historia. Por ello la vida cristiana no es una exaltación de una hermosa ideología sino la experiencia de nuestro Dios que entra en nuestra vida y nos acompaña siempre a través de la historia. Nada de lo que nos sucede le es indiferente. Todo tiene sentido en nuestra vida y todo adquiere su verdadero sabor y razón. Bien merece la pena que durante esta Semana Santa dejemos que Cristo sea el huésped de nuestra vida y de nuestra familia. Hoy se están necesitando “Testigos de la esperanza” y el mejor Amigo nos ayudará a serlo, porque Cristo ¡Ha resucitado! ¡Feliz Semana Santa a todos!

 

+ Francisco Pérez González,

Arzobispo de Pamplona y Obispo de Tudela

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