LA VIDA NO ACABA EN EL VACÍO 20-04-2008

Hace pocos días estuve en Orense impartiendo una Conferencia sobre la Esperanza en la carta encíclica de Benedicto XVI. Y una de sus propuestas claras, indicadas por el Papa, es la de orientar la experiencia humana hacia la esperanza que no defrauda. El nihilismo filosofía que se ha extendido mucho en nuestro tiempo es el objeto de estudio del Papa. Podemos explicitar el significado del nihilismo (expresión derivada de la palabra latina “nihil” que significa nada) de la manera siguiente: Negación de todo principio religioso, social y político; nada merece realmente la pena; todo es apariencia y engaño, todo causa fatiga y defrauda. Traduzcámoslo a un lenguaje más cercano: Todo carece de valor, campa a sus anchas el absurdo que “desvaloriza” todos los valores. La salida consistiría en disfrutar “a tope” y pasarlo bien; haber disfrutado es lo que el hombre se lleva de la existencia al sepulcro.

El nihilismo generalizado siembra relativismo. Venimos de la nada y después de cierto tiempo desembocamos en la nada. Comamos y bebamos, que mañana moriremos. Es oportuno reflexionar sobre la aserción del cardenal Daneels arzobispo de Malinas–Bruselas: “Después de la sociedad de la producción y de la sociedad de la diversión habríamos entrado en la sociedad de la depresión”; es una secuencia penosa y triste. Según la OMS, un promedio de TRES MIL personas se suicidan cada día. El suicidio es responsable de más muertes al año que el conjunto de todas las guerras y los homicidios que asolan al mundo. En España, según los datos que baraja la Sociedad Española de Medicina General (SEMG), se estima que se producen CUATRO MIL QUINIENTOS suicidios al año ( 10,7 por cada CIEN MIL habitantes.

En cambio, la vida esperanzada y serena se asienta sobre un fundamento firme en un horizonte de amplio respiro recorrido con amor y sobriedad. El Papa subraya que “en esperanza fuimos salvados” (Rom 8,24) y destaca como elemento distintivo de los cristianos el hecho de que ellos tienen futuro puesto que su vida no acaba en el vacío.

El texto de Ef 2, 12: “Vivíais entonces sin Cristo, erais ajenos a la ciudadanía de Israel, extraños a la alianzas de la promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo”, aparece repetidas veces en la encíclica. ¿Qué esperamos? El Papa alude a esperanzas pequeñas y a la esperanza grande; aquéllas se dirigen a metas concretas que se unen a veces a determinadas etapas de la vida humana: Adquirir una profesión, conseguir un trabajo digno y estable, formar un hogar, tener hijos…Pero la persona va siempre más allá en el dinamismo de su esperanza, que no queda amortizada cumplidamente en las metas alcanzadas en el camino.

Si no existe esa esperanza grande y trascendente o si se la identifica con metas parciales, sobreviene al hombre y a la mujer la rutina, el desencanto, el sin-sentido de las pérdidas, de los fracasos, de la decrepitud, de la muerte. La esperanza verdadera y cierta está fundada en la fe en Dios Amor, Padre misericordioso. El que encuentra a Dios revelado en Jesús, entregado a nosotros por amor, muerto por nuestros pecados, resucitado y vivo para siempre, y cree en El, ha hallado la fuente inagotable de la esperanza. Ni la presencia de la muerte anula la esperanza depositada en Dios Padre de nuestro Señor Jesucristo.

La esperanza en Dios no defrauda. Los cristianos se caracterizan por la esperanza y se distinguen, por tanto, de las personas paganas que no tienen esperanza (cf.1 Tes 4, 13; Col 1, 27). El Papa dice que la esperanza cristiana es “performativa”, es decir, transforma la vida; creer y esperar en Dios no se reduce a una información o un conocimiento, ya que la aceptación creyente de Dios cambia la entera existencia del hombre.

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