LA FAMILIA, SANTUARIO DE AMOR Y DE VIDA 23-11-2008
La familia es el ámbito más bello de la vida que más se agradece y en el que todos sus miembros aprenden a amar y a vivir. Es la “sociedad en pequeño” y es la “pequeña iglesia” donde se manifiesta que el amor impregna todos los momentos de gozos, alegrías y sufrimientos que en la familia se viven. Aquello en lo que más pensamos y de lo que más hablamos es de la familia y de los acontecimientos que en ella se van sucediendo. Lo que más se graba, en la experiencia humana, es lo que se ha aprendido en la familia, los años por mucho que vayan corriendo nunca borran las experiencias, tanto si son positivas como negativas, que se vivieron cuando éramos niños.
Quiero lanzar un canto a la familia como el núcleo más vivo que hay en la sociedad; una sociedad que pierde de vista a la familia o la infravalore se está desquiciando a sí misma. Los padres que muestran con su amor la grandeza de la vida y que son con-creadores son el vivo reflejo del amor que siempre ha existido en el eterno amor de Dios que nos ha creado. Por eso la vida es lo más sagrado que podamos tener. Nunca hay razones justificables, ni naturales, ni humanas, ni cristianas para interrumpir la vida que está en el sagrado útero de la madre, este es el santuario más grande que pueda darse en la naturaleza; por ello la defensa de la vida es la defensa del genuino amor y si esto no se ampara desde las leyes podríamos decir que a la familia se la aniquila y se la desplaza a la suerte más dramática que pueda existir.
La familia es la escuela donde se aprende a amar, a vivir y a hablar. La tarea educativa tiene sus raíces en la vocación primordial de los esposos a participar en la obra creadora de Dios; ellos engendrando en el amor y por amor una nueva persona tienen la obligación de ser los educadores genuinos y nadie podrá usurpar este derecho que ellos poseen. “El derecho-deber educativo de los padres se califica como esencial, relacionado como está con la transmisión de la vida humana; como original y primario, respecto al deber educativo de los demás, por la unicidad de la relación de amor que subsiste entre padres e hijos; como insustituible e inalienable y que, por consiguiente, no puede ser totalmente delegado o usurpado por otros” (Juan Pablo II).
Todos hemos de reconocer que la familia es una realidad que goza de un derecho propio y primordial. En virtud de este principio nadie, ni siquiera el Estado, puede sustraer –seguirá diciendo Juan Pablo II- a las familias aquellas funciones que pueden igualmente realizar bien por sí solas o asociadas libremente, sino favorecer positivamente y estimular lo más posible la iniciativa responsable de las familias. La familia custodia lo más noble que hay en la sociedad: el amor y la vida.