HOMILÍA CON MOTIVO DE LA SEGUNDA JAVIERADA 14-03-2009
Cuando uno emprende una peregrinación siempre conviene que esté bien equipado y bien preparado físicamente. Son las condiciones necesarias para que el camino recorrido llegue a ser fructífero y concluya con éxito. En la vida espiritual sucede lo mismo: estar en forma interiormente y bien pertrechado para afrontar las dificultades que la vida misma nos proporciona es imprescindible tanto para la salud espiritual como para la salud moral. Todos sabemos la alarma que ha saltado con la crisis económica. Nos preocupa a todos y se nos encoge el alma al percibir cómo se traduce en resultados negativos y nefastos. Pero ¿nos hemos dado cuenta de que lo que más ha incidido en estos resultados ha sido la recesión moral o la crisis en la costumbres? ¿Cómo se puede lamentar la sociedad de la crisis económica cuando las causas han sido de tipo ético y moral? Una sociedad que basa su forma de vida en la avaricia y en las corrupciones de todo tipo no puede cosechar buenos frutos. Es lógico lo que nos dice San Pablo: “Lo que uno siembre, eso recogerá” (Gal 6,7-8). Se buscan soluciones materiales y ¿dónde quedan las espirituales o las morales? No seamos ingenuos: la realidad es testaruda y los valores y virtudes han sido siempre flanco de una sociedad sana. De lo contrario, por mucho que se posea el fracaso es rotundo, y no tiene billete de vuelta cuando no se ha cuidado aquello que dignifica a la persona humana. Las leyes de muerte devalúan a la persona y la llevan por caminos de degeneración.
1.- La Iglesia partícipe de los gozos y de las esperanzas, de las angustias y de las tristezas de los hombres, es solidaria con cada hombre o mujer, de cualquier lugar y tiempo, y les lleva la alegre noticia del Reino de Dios, que con Jesucristo ha venido y viene en medio de ellos. Con esta firmeza el Concilio Vaticano II afirmó que la Iglesia es la casa que abre sus puertas para encontrarse con Dios, de modo que el hombre no está solo, perdido o temeroso en su esfuerzo por humanizar el mundo, sino que encuentra apoyo en el amor redentor de Cristo. La Iglesia es servidora, dirá Juan Pablo II, de la salvación: no en abstracto o en sentido meramente espiritual, sino en el contexto de la Historia y del mundo en que el hombre vive, donde se encuentra con el amor de Dios y la vocación de corresponder al proyecto divino.
Las promesas humanas pueden ser frustrantes pues muchas veces no llegan a su fin. En cambio, las promesas de Cristo son “fidedignas y veraces” (Ap 21, 5). Como cristianos hemos de ser testigos cualificados para fecundar y fermentar la sociedad con el Evangelio. No hemos de encogernos pensando que son nuestras fuerzas las que valen: es la confianza en Jesucristo, quien nos ha encomendado de ser luz, sal y fermento en medio de la masa. Por el bien de la sociedad debemos de ser valientes y llevar con alegría, aun en medio de las dificultades, el mensaje interpelante de Jesucristo a la humanidad que nos rodea y acompaña. De esta forma podemos decir que la Iglesia es casa y familia desde donde se forja una humanidad nueva: el Reino de Dios.
2.- La promesa de Jesucristo de que Él nos ama como nos ama el Padre, hace posible vislumbrar una nueva humanidad. Para merecerla hemos de guardar sus mandamientos y es a esto a lo que nos debemos comprometer los cristianos para mostrar un rostro auténtico, que está enmarcado en el rostro amoroso de Dios. ¿No es cierto que los mandamientos de la Ley de Dios son, muchas veces, marginados de la forma de vivir y que en nuestros tiempos es conveniente volver a recuperarlos? ¿No es cierto que, desde hace décadas, se va perdiendo poco a poco el sentido del pecado? El relativismo ha ido minando la vida espiritual y está dejando una estela de amarga experiencia. Permanecer en el amor de Dios da la auténtica felicidad. De ahí que en esta recta final de la Cuaresma que nos abre a las fiestas de Pascua se ha de caracterizar como un momento de revisión personal para acercarnos a la fuerza sanadora del Sacramento de la Penitencia. Animo a todos para que nos acerquemos con confianza, como el hijo pródigo, a dar el abrazo al Padre que solamente quiere de nosotros que seamos felices.
Si por algo se caracterizan las Javieradas es por su impulso evangelizador y por la reforma de vida. Muchos han encontrado el camino de la santidad gracias a estos momentos de luz y esperanza que dan las Javieradas. En estas jornadas donde Dios derrama abundantes gracias, muchos jóvenes han descubierto su vocación a la vida sacerdotal o religiosa, o a formar familias auténticamente cristianas. Dejemos que el Señor nos abrace con su misericordia y veremos florecer en nuestras vidas la santidad, que es el amor de Dios que se derrama gozosamente y hace resonar su palabra: “Os he elegido a vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca, para que todo lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo conceda” (Jn 15, 16).
3.- En este año que celebramos el Jubileo paulino. En las Javieradas podemos lucrarnos de la indulgencia plenaria como signo de comunión con todos los hermanos y, de modo especial, con los que están en el tránsito del purgatorio hasta llegar a la gloria eterna. Hemos de rogar para que la solidaridad y la paz reinen en nuestra sociedad. Y su consecución no será efectiva si se sigue perdiendo el horizonte de Dios. La causa de Dios de ninguna forma está en oposición con la causa del hombre. Son más bien las promesas puramente terrenas las que, como demuestra la Historia reciente, terminan desembocando en una esclavitud de forma totalitaria, que destruye a las personas. Pensemos en las leyes de muerte que se promueven o en las formas de vida que desvían la mirada a todo lo que signifique el proyecto de Dios. Necesitamos mayores gracias y, por ello, el Papa Benedicto XVI nos ha invitado, promoviendo el año paulino, a tomar ejemplo de este gran apóstol que supo darse totalmente al Maestro dedicando su vida a evangelizar. Mirad cómo el mismo apóstol con tanto cariño exhortaba a las comunidades: “El que siembra en su carne, de la carne cosechará corrupción; y el que siembre en el Espíritu, del Espíritu cosechará la vida eterna” (Gal 6, 8).
4.- Saludo a todos los que habéis venido desde distintos lugares de Navarra y de otras partes de España o del extranjero. Saludo a los niños: os pido que seáis buenos amigos de Jesús y rezo para que vuestra formación sea auténtica; los adultos os debemos dar lo mejor de nosotros mismos. A vosotros jóvenes quisiera animaros para que no os canséis de ser buenos discípulos de Jesucristo. Confiad siempre en Él, por los caminos que os pueda llamar. A vosotros, padres y madres de familia os aliento a que la fuerza del amor impere entre vosotros: sed fieles custodios de la cultura de la vida y de la educación sana para vuestros hijos. A aquellos que os encontráis, como expertos de la vida, en los años últimos de la recta final, os doy las gracias por todo el bien que habéis hecho y seguís haciendo en medio de nosotros. A los enfermos, encarcelados y a los que sufrís de cualquier forma vaya mi saludo y aliento, el mismo que dio Jesucristo: Venid a mí los que estáis cansados y agobiados que yo os aliviaré. A todos os deseo una feliz y santa Javierada. Que la Virgen Madre junto con San Francisco Javier y San Pablo nos acompañen en el camino de la vida para que sigamos siendo fieles hijos de Dios y audaces discípulos de Jesucristo. Amén.