En estos momentos históricos está siendo muy rechazado todo lo que se vea implicado con el sexo, como son los abusos en su amplio espectro. Es una realidad que preocupa y que ha de conducirnos a una profunda reflexión. Dios nos ha creado de tal manera que podemos co-crear con Él o reproducirnos. De ahí que seamos hombre y mujer. El sexo masculino y femenino complementados reproducen al género humano. Tal atracción y experiencia de complementariedad genera una placentera comunión de amor y entrega.

Pero ocurre que esta realidad se ha confundido y, bajo la falaz y engañosa capa del placer, se buscan métodos y formas de ejercitar la genitalidad que llevan a una corriente tan perversa que desemboca en la corrupción sexual. Por eso se cae en la prostitución a todas las edades, el comercio sexual a todos los niveles y de todas las formas inimaginables.

Podríamos definir tal situación como si de una máquina de placer se tratara. Se confunde con el amor y en nombre de él se habla y se defiende. Y es todo lo contrario, puesto que el amor no tiene nada de egoísta y no busca su propio interés; se realiza, más bien, en la entrega generosa y sincera y no en la búsqueda de los propios caprichos. El amor es un compromiso que lleva consigo derecho y deber: derecho a vivir según los códigos establecidos por Dios en la naturaleza humana y deber de convertirlo en una comunión de amor entre dos personas que se complementan con el fin de entregarse mutuamente y ser responsables de su paternidad.

Hay una gran confusión en este sentido y se propaga la promiscuidad a través de los medios de comunicación de forma programada e incontrolada, causando gran daño a niños, jóvenes y adultos. Si a esto añadimos la debilidad y fragilidad de la que todos somos capaces a causa del pecado, podemos caer en la corrupción más repugnante que se da en el ser humano. La herejía antropológica del siglo XXI será la destrucción formal y real de la familia a causa de la corrupción moral que ahora tanto se está propagando y hasta promulgando como signo de libertad.

Hemos de buscar métodos pedagógicos, comunicativos y de profundo sentido trascendente religioso para promover una moral y ética sanas y para frenar tales despropósitos, que en nada favorecen al ser humano. Sembremos buenas semillas para que produzcan buenos frutos y procuremos que las semillas sean no agrazones o cizaña sino buen trigo y los frutos serán mejores. No se puede hablar de una sociedad sana en costumbres si desde la formación familiar, social y desde los medios de comunicación se promueve tal herejía del amor. Seamos serios todos sin excepción y trabajemos poniendo lo mejor para que esa falsa libertad sea desenmascarada y se la describa como uno de los mayores males (junto a otros que degeneran la vida humana) que nos acosan. La familia humana es una sola familia y lo que puede ocurrir al vecino más pronto o más tarde me puede tocar a mí.

Eduquemos sinceramente y no saquemos a colación los típicos tópicos: «La sociedad es distinta», «Los tiempos han cambiado»… Respecto a la fragilidad, a la debilidad y al pecado del hombre, no ha cambiado nada, porque tanto antes como ahora sigue degenerando a la especie humana. Pongamos la mano en el arado y trabajemos juntos para que tomemos con rectitud el surco de nuestros niños y jóvenes que son los más implicados. El avestruz oculta su cabeza y esto no le hacer ver la realidad, vive en el mundo de las ilusiones fragmentadas creyendo que se está haciendo un bien a sí mismo. La estupidez nos cierra los ojos creyendo que vemos y no es así. El ser humano no puede vivir sin el auténtico amor; la herejía del placer contradice al amor verdadero porque es obstáculo para que este corra como agua limpia.

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