La aflicción es fruto de las mismas contradicciones de la vida que provocan tristeza y amargura. Quien consuela al abatido por las adversidades y por las penurias de la existencia está cumpliendo la quinta ‘obra de misericordia’. Muchas veces nos encontramos con personas que muestran en sus rostros los sufrimientos que han surcado, durante un tiempo largo o corto, los avatares de la vida. Ellos mendigan a alguien que al menos les escuche y les atienda. Es tan profunda la hondura de su dolor que les produce tristeza. La aflicción se hace tan insoportable que piden con conmiseración que alguien les eche una mano.

                    Los santos han sabido buscar en estas circunstancias la razón fundamental a las que les llevaba la fe. “El corazón humano es un campo de batalla. En él un hombre solo lucha contra una turbamulta de enemigos. Le tienta la avaricia. Le tienta la lujuria. Le tienta la gula. Le tienta la misma alegría de este mundo. Todas las cosas le tientan, y es difícil que alguna no le hiera. ¿Dónde habrá, pues, seguridad?. Únicamente en la esperanza de las promesas divinas” ( San Agustín, In ps. 99,11 ). El consuelo no debe ejercitarse con un talante superficial y con la hipocresía de quien se pone ante el afligido con actitud insensible; más bien se requiere considerarlo como el amigo y hermano a quien acompañamos y a quien consideramos objeto de nuestra preferencia por la caridad. Ha de sentirse querido y al mismo tiempo apoyado por la fe.

                     Nadie puede cubrir las inquietudes profundas del hombre, que tiene sed de eternidad, si no son ‘las promesas divinas’. Las promesas humanas tienen el defecto de lo efímero, sin embargo las promesas de Dios tienen el valor de lo eterno, de lo permanente y de lo que no acaba. “Dos son los peligros que acechan al hombre en esta vida: el error y la enfermedad. Cuando el hombre no sabe qué hacer, es solicitado por el error. Cuando sabe lo que hace, es atacado por la enfermedad. Contra el error digamos: ‘Señor, tú eres mi luz’. Y contra la enfermedad, añadamos: ‘Y mi salud’ ( San Agustín, In ps. 26,1). Los consuelos humanos serán más humanos si se sustentan en los consuelos que sólo desde la fe pueden darse.

                      La aflicción cuando viene producida por la tristeza del corazón ha de saberse discernir puesto que nos dará la clave para mejor superarla. Cuando nuestro orgullo se ve humillado, inmediatamente nos sentimos tristes. La tristeza de este modo proviene del orgullo herido. Si es así la aflicción que del orgullo pueda generarse tiene una fácil solución y es la de buscar los caminos de la humildad. El orgullo sólo se le derroca con la humildad. Pero también la tristeza puede provenir de la envidia que es un ‘orgullo redomado’ y a esta solo se la puede vencer con la benevolencia. “¿Querríais ver a Dios glorificado por vosotros? Pues bien, alegraos del progreso de vuestro hermano y con ello Dios será glorificado por vosotros” ( San Juan Crisóstomo, In ep. Ad Rom., homilía 7,5).

 

                       El consuelo al afligido muestra el rostro de la misericordia y por otra parte quien ha de consolar pone en la luz las causas que provocan tal aflicción. Consolar no es simplemente ser ‘pañuelo de lágrimas’ supone mucho más para poder ayudar a aquel que se ve acosado por la tristeza o la aflicción. Quien consuela con estas claves fundamentales (de acogida, acompañamiento y mostrando la verdad desde la fe) está cumpliendo la quinta ‘obra de misericordia’.

 

 

 

 

 

 

Comparte este texto en las redes sociales
Esta web utiliza cookies propias y de terceros para su correcto funcionamiento y para fines analíticos. Contiene enlaces a sitios web de terceros con políticas de privacidad ajenas que podrás aceptar o no cuando accedas a ellos. Al hacer clic en el botón Aceptar, acepta el uso de estas tecnologías y el procesamiento de tus datos para estos propósitos. Ver
Privacidad