FIESTA DE SAN FRANCISCO JAVIER 03-12-2010
Me alegra celebrar un año más la fiesta de san Francisco Javier, patrono de Navarra y de las Misiones. Los navarros nos sentimos orgullosos de nuestro patrón, que no deja de estimularnos a ser misioneros y a ser santos en estos momentos de nuestra historia.
Hoy damos gracias a Dios por las buenas obras que Él realizó a través de san Francisco de Javier y de tantos cristianos de nuestra tierra, entre ellos los numerosos misioneros y misioneras que han dado su vida por Jesucristo, predicando el evangelio, manifestando el amor de Dios por el ancho mundo. Tenemos un pasado fecundo, lleno de generosidad, una historia de bendición y de gracia de Dios. Nos sentimos agradecidos a nuestros misioneros y misioneras. Que esto nos llene de fortaleza en nuestro momento presente y de esperanza para el futuro. ¡Queda mucho por hacer!
1.- Las lecturas que hemos proclamado nos van señalando un sendero que nos lleva a la madurez de la experiencia cristiana que para nada se opone a la justa madurez humana. Quien canta las alabanzas del Señor se hace merecedor del reino que no tiene fin. Los reinos de este mundo tienen fin: caducan con el tiempo. El reino de Dios permanece: “Familias de los pueblos, aclamad al Señor, aclamad la gloria y el poder del Señor, aclamad la gloria del nombre del Señor” (Sal 95, 7). A medida que el ser humano suplanta o intenta suplantar a Dios, pierde la vocación a la que ha sido llamado. Somos hijos de Dios y de ahí se deduce que somos creados, amados y salvados del pecado por el Hijo de Dios: Jesucristo.
Y si somos hijos de Dios también somos “templos de Dios” puesto que esta es la mejor tutela de la dignidad de cada hombre y de todo el ser humano: “¿No sabéis que sois templo de Dios?… El templo de Dios es santo: ese templo sois vosotros” (1 Co 3,16-17). He aquí unidas la verdad y dignidad de Dios con la verdad y la dignidad del ser humano.
Decía Benedicto XVI en Santiago de Compostela el día seis de noviembre pasado: “Es una tragedia que en Europa, sobre todo en el s. XIX, se afirmase y divulgase la convicción de que Dios es el antagonista del hombre y el enemigo de su libertad. Con esto se quería ensombrecer la verdadera fe bíblica en Dios, que envió al mundo a su Hijo Jesucristo, a fin de que nadie perezca, sino que todos tengan vida eterna (cf. Jn 3,16)… Europa ha de abrirse a Dios, salir a su encuentro sin miedo, trabajar con su gracia por aquella dignidad del hombre que habían descubierto las mejores tradiciones: además de la bíblica, fundamental en este orden, también las de época clásica, medieval y moderna, de las que nacieron las grandes creaciones filosóficas y literarias, culturales y sociales de Europa”.
2.- San Francisco Javier surcó los mares y entregó su vida para que muchos tuvieran la certeza que Dios les amaba. Siguiendo los pasos del Maestro exclamó como San Pablo: “No tengo más remedio y ¡ay de mi si no anuncio el evangelio!” (Co 9, 16). Su espíritu navarro le hacía ser emprendedor no como se lo había planteado antes de su conversión sino desde el servicio al hombre dando su propia vida. Toda la Iglesia le reconoce como el gran patrón de las misiones. Su gran deseo fue poder llevar la Palabra de Dios a China pero la muerte impidió realizar tal ilusión. No descansaba porque le urgía anunciar a Dios y su mensaje de amor.
San Francisco se tomó en serio el mandato del Señor: “Id y haced discípulos de todos los pueblos bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado” (Mat 28, 19). Tanto bautizaba, nos cuentan la crónicas, que le dolía la mano y casi no tenía tiempo para descansar. El misionero tiene como identidad propia: llevar a todos a Jesucristo e incorporarlos, por el bautismo, a su Vida.
Hoy celebramos, en nuestra Diócesis, el Día de Misión Diocesana de Navarra, que tanto bien ha hecho en estos 50 años largos desde su fundación en 1958. La Diócesis ha enviado sacerdotes y seglares diocesanos, ha colaborado con otros religiosos y religiosas en los campos de misión y ha sembrado nuestra tierra de espíritu misionero y promovido las vocaciones en toda la Iglesia de Navarra. Damos gracias a Dios por ello y reconocemos la entrega y ejemplo de tantos paisanos nuestros. Y ¿cuál fue su paga? “Precisamente dar a conocer el Evangelio, anunciándolo de balde, sin usar el derecho que me da la predicación del Evangelio” (ICo 9,22).
Y miremos hacia delante. Hemos de promover, con esperanza, en nuestra Diócesis, la Nueva Evangelización y, a la vez, animar a salir, después de una cuidada preparación, como misioneros a otros países. Toda la Iglesia de Navarra ha de estar siempre abierta a la misión ad gentes o misión universal; dar gratis al mundo lo que hemos recibido de Dios como pura gracia. Estoy convencido de que eso contribuirá a renovar nuestra Diócesis.
3.- Pienso de modo especial en los jóvenes, en tantos que se preparan para la Jornada Mundial de la Juventud con el mejor empeño. Quiero pedirles que vivan la alegría de ser cristianos, que, como nos ha dicho el Papa en Barcelona, experimenten que Dios es “amigo del hombre”, y contribuyan a que todos los hombres seamos “amigos de Dios”. Que los jóvenes crezcan en los grandes ideales que transforman a la persona y a la humanidad, sean hermanos universales y cooperen en la misión universal de la Iglesia.
Abramos nuestra mente y nuestro corazón. Globalicemos la solidaridad; unidos a todas las personas de buena voluntad, construyamos la civilización del amor, en la que cada persona sea reconocida en su total dignidad de hijos de Dios. No nos olvidemos nunca de los países pobres y hagamos lo posible para que salgan de su pobreza, injusta a todas luces. Esto ha de ser otro de nuestros compromisos prioritarios.
Me agrada repetir unas palabras del mensaje del Papa para la Jornada Mundial de la Juventud, de Madrid: “Cristo no es un bien sólo para nosotros mismos, sino que es el bien más precioso que tenemos que compartir con los demás. En la era de la globalización, sed testigos de la esperanza cristiana en el mundo entero: son muchos los que desean recibir esta esperanza”. Nuestra mirada, como la de Dios, ha de ser universal.
Para todo ello, encontraremos nuestra fortaleza en Jesucristo. Con Él podremos ser libres y nuestra vida será grande y bella. Dios nos da la verdadera vida y la Virgen, Reina de las misiones, nos acompañará.