Jornada para la Vida Consagrada
La frase «Ven y sígueme» escogida para centrar el mensaje de la jornada de este año encierra en su brevedad los aspectos más esenciales que definen la vida consagrada: Llamada, seguimiento y misión. Así reza el lema de la “Jornada para la Vida consagrada” de este año 2012.
La frase «Ven y sígueme» escogida para centrar el mensaje de la jornada de este año encierra en su brevedad los aspectos más esenciales que definen la vida consagrada: Llamada, seguimiento y misión. Así reza el lema de la “Jornada para la Vida consagrada” de este año 2012.
Jesús llama. Llamó a Pedro y a Andrés, y a los hijos del Cebedeo, a las orillas del lago de Genesaret, y les dijo: “Venid conmigo y os haré pescadores de hombres” (Mc 1, 17); llamó a Mateo, cobrador de impuestos diciéndole, “Sígueme” (Mt 9,9); “llamó a los Doce para que estuvieran con él, para enviarlos a predicar, y que tuvieran autoridad para expulsar demonios” (Mc 3,15); llamó a los discípulos de Juan, que le preguntaron: “Rabí (que significa Maestro), ¿dónde vives?”. Él les dijo: “Venid y lo veréis” (Jn 1, 38).
Jesús sigue llamando. De otras maneras, a través de otras mediaciones, especialmente, a través de aquellos que sienten el gozo de transmitir a otros la fe que han recibido. El bautismo, y todos los demás sacramentos, son realmente llamadas de Jesús. La vida consagrada es una muestra especialmente clara de que Jesús sigue llamando. Todas y cada una de las personas consagradas en un momento de su vida, a través de mediaciones diferentes y con tonalidades distintas han escuchado las mismas palabras que un día pronunciara Jesús: “Ven y sígueme”.
Por eso, los cristianos consagrados con una especial consagración, son, en medio de esta sociedad secularizada y descreída, una demostración palpable de que Jesucristo vive, está presente en medio de nosotros “mirando con amor” (cf. Mc 10, 21), llamando e invitando a seguirle. La vida consagrada deja patente que Jesús es capaz, hoy como ayer y como siempre, de atraer a los hombres hacia sí (cf. Jn 12, 32) y ganarlos para el Reino.
2 Jesús llama a que le sigan a él, llama a su seguimiento. El beato Juan Pablo II, en la Exhortación Apostólica para la vida Consagrada, dice con precisión y claridad: “El Hijo, camino que conduce al Padre (cf. Jn 14,6), llama a todos los que el Padre le ha dado (cf. Jn 17, 9) a un seguimiento que orienta su existencia. Pero a algunos -precisamente las personas consagradas- pide un compromiso total, que comporta el abandono de todas las cosas (cf. Mt 19, 27) para vivir en intimidad con Él y seguirlo a donde vaya (cf. Ap 14, 4)». Este seguimiento específico, que los consagrados quieren asumir como forma de vida, está animado por el amor de Jesús mismo, que seduce a la persona del consagrado. Los consagrados consideran que «todo es pérdida ante la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús” (Flp 3,8; cf. VC 18).
Por esta razón, los consagrados, con su forma de vida y su testimonio, muestran con una especial claridad a todos los demás miembros de la Iglesia, que el seguimiento de Jesús, primero y sobre todo, es experiencia del amor que Jesús nos tiene, y del amor que en nosotros provoca porque Él nos ama. Es cierto que Jesús dice dirigiéndose a todos: “El que quiera venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga…” (Mt 16, 24). Sí, es cierto que, en el mundo en que vivimos, en muchos casos, seguir a Jesús con fidelidad y tomar en serio todas sus enseñanzas trae consigo disgustos, cruces y hasta persecuciones. Pero todo esto se puede llevar con fortaleza y hasta con alegría, porque el seguimiento de Jesús es primero y sobre todo predilección de Jesús por nosotros. A este núcleo tan importante de la fe y de las enseñanzas de la Iglesia apunta la vida consagrada y el testimonio de los que la profesan. En esto consiste, en parte, el carisma precioso que aportan al pueblo de Dios.
3Jesús llama al seguimiento para una misión. Al comienzo de su vida pública, lo hemos visto, Jesús dice a los primeros discípulos: “Venid conmigo y os haré pescadores de hombres” (Mc 1, 17); al final de la misma, después de la resurrección, encomienda a todos sus seguidores: “Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (Mt 28,19).
Todos los seguidores de Jesús por el bautismo somos consagrados y enviados al mundo para imitar su ejemplo y continuar su misión. Pero esto es especialmente válido para los que se sienten llamados a seguir a Jesús “más de cerca” en la forma característica de la vida consagrada (cf. VC 72). Benedicto XVI, en el “Encuentro con las religiosas jóvenes”, en el Escorial, dentro del programa de la JMJ, constató la labor misionera de la vida consagrada con estas palabras: “La radicalidad evangélica se expresa en la misión que Dios ha querido confiaros. Desde la vida contemplativa que acoge en sus claustros la palabra de Dios en el silencio elocuente y adora su belleza en la soledad por Él habitada, hasta los diversos caminos de la vida apostólica, en cuyos surcos germina la semilla evangélica en la educación de niños y jóvenes, el cuidado de los enfermos y ancianos, el acompañamiento de las familias, el compromiso en favor de la vida, el testimonio de la verdad, el anuncio de la paz y la caridad, la labor misionera y la nueva evangelización, y tantos otros campos del apostolado eclesial”.
Ciertamente, es una evidencia y también un motivo de acción de gracias a Dios constatar que la labor misionera de la Iglesia se realiza en una proporción extraordinariamente grande a través de tantos hermanos nuestros bautizados, que han sentido la llamada a la radicalidad de la vida consagrada. “Ven y sígueme”, ésta es la cordial y penetrante llamada de Jesús, que implica un seguimiento radical y una misión. Éste es el lema para la Jornada de la Vida Consagrada en el presente año.
En esta jornada demos gracias a Dios por tantos hermanos y hermanas nuestros que han atendido esta llamada; pidamos también para que sigan surgiendo respuestas generosas y abundantes, sobre todo en los jóvenes, chicos y chicas, a seguir este camino de radicalidad evangélica. La vida consagrada “está en el corazón mismo de la Iglesia”, su existencia es un beneficio imprescindible porque “indica la naturaleza íntima de la vocación cristiana” (VC 3). Os animo y aliento, a todos los consagrados, para que no desistáis de mirar cara a cara a Cristo y por él transmitáis el gozo que supone seguirle y anunciarle como fuente de libertad y de felicidad. ¡¡¡Enhorabuena por vuestra entrega!!! La Iglesia está orgullosa de vosotros.