Consulta espiritual o dirección espiritual (I)

«Espero que la Cuaresma nos ayude a centrar la importancia no sólo de la confesión sacramental sino también de la dirección espiritual.»

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Hace pocos días vino a verme un sacerdote y en la conversación salió el tema de la dirección espiritual. Le había ocurrido que un feligrés se le acercó y le dijo que estaba asistiendo al consultorio de un sicólogo y que un día le dijo: “Ud. lo que necesita es a un sacerdote porque yo no le puedo perdonar. Le puedo ayudar en lo que se refiere a la sicológico pero no en lo que se refiere a lo espiritual que es lo que Ud. necesita. Acuda a un sacerdote y encontrará la paz interior”. Es ya común que los mismos especialistas en siquiatría o en sicología envíen a algunos de sus pacientes a la consulta espiritual de un sacerdote. De modo especial si el paciente es creyente. De esto quiero reflexionar en esta carta semanal. Espero que la Cuaresma nos ayude a centrar la importancia no sólo de la confesión sacramental sino también de la dirección espiritual. Por ello he abierto una Capilla cuyo titular es San Felipe Neri y ahora también la Divina Misericordia, en Pamplona, donde todos los días, excepto sábados y domingos, de 16:00 a 20:00 horas hay sacerdotes para acoger a los que deseen recibir consejos y ayudas espirituales. Ya en la Capilla de la Adoración perpetua dedicada a San Ignacio, en Pamplona, hay Confesores desde las 8:00 de la mañana hasta las 20:00 horas de cada día, sin olvidar los horarios de Confesiones que deben programarse, en todas las parroquias de la Diócesis, diariamente. Lo que se ha denominado eclesialmente dirección espiritual ha sido un trabajo pastoral que se ha realizado en la iglesia desde el principio de su misma existencia. El sentido tradicional de la expresión dirección espiritual y su razón de ser se pueden entender mejor si pensamos en lo que suponen para la existencia de un cristiano el consejo espiritual de un hermano en la fe, la atención pastoral individualizada de un sacerdote que ejerce cura de almas, el apoyo personal de quien posee mayor experiencia en el discernimiento de valores y virtudes necesarios para orientar la vida, o el acompañamiento de otro que abre horizontes divinos y humanos, despeja dudas, atenúa crisis de conciencia y anima y consuela siempre que sea necesario. “Más valen dos que uno solo, porque mejor logran el fruto de su trabajo. Si uno cae el otro le levanta; pero ¡ay del que está solo, que, si cae, no tiene quien le levante!” (Ecl 4, 9-10).

 

La orientación pastoral dirigida a la persona expresa de un modo vivo y directo la solicitud maternal que la iglesia, Esposa de Cristo, desea manifestar permanentemente hacia cada uno de sus hijos e hijas. La iglesia se dirige frecuentemente a los cristianos como miembros de una comunidad cristiana que se reúne para el culto litúrgico o para escuchar la voz de sus pastores. El discurso magisterial o la reflexión en la homilía son un modo de comunicación que pone en relación la voz magisterial y carismática de la Iglesia con el conjunto del Pueblo de Dios. Establece un punto de conexión en donde dominan la atención y la recepción comunitarias. Pero hace falta un modo de discurso que tenga en cuenta la recepción y atención personales, y que se haga por tanto no sólo pensando en la comunidad como expresión de la unidad sino en el fiel cristiano individual que camina como peregrino hacia el encuentro con Dios, en un éxodo desde la tierra al cielo.

Lo vemos en el mismo Evangelio, cuyas páginas nos muestran a Jesús hablando a la muchedumbre, dirigiéndose al círculo más restringido de los discípulos y apóstoles, y estableciendo también un diálogo de salvación con hombres y mujeres, tratados siempre como individuos irrepetibles, cuyo destino interesa sumamente a Dios. Un ejemplo ardiente de este modo de actuar de Jesús lo encontramos en el diálogo con la mujer samaritana, narrado en el capítulo IV del Evangelio de San Juan. La samaritana no solamente es tratada por Jesús como un ser humano, lo cual asombra inicialmente a los discípulos, sino como una persona insolvente ante Dios pero destinataria de su misericordia y de su amor. En una conversación altamente personal, Jesús la ayuda a superar su indigencia espiritual y a descubrir los horizontes que corresponden a su existencia y destino como hija amada de Dios.

 

La dirección espiritual ha sido a lo largo de los siglos uno de los factores de detalle artístico en la construcción de la iglesia que se haya formada y construida por “piedras vivas”. El bienestar humano y divino del Pueblo de Dios exige no sólo la introducción oportuna de las grandes líneas y estructuras de edificación que van configurando la fábrica espiritual, en medio de las contingencias de la historia, y confieren a la iglesia su fisionomía y sus rasgos cristianos visibles en el tiempo. Esta arquitectura eclesial es la obra nunca interrumpida de iniciativas carismáticas que modelan y renuevan la Iglesia según los designios divinos.

 

Pero hace falta también la atención al detalle de las personas cristianas, que son portadoras de los valores evangélicos y deben ser luz del mundo y sal de la tierra. La Iglesia se juega su destino, por así decirlo, en los hombres y mujeres de carne y hueso que la componen. La Iglesia es mucho más que el conjunto de los cristianos, porque es un misterio de Dios, pero la vida de esos hombres y mujeres expresa y realiza también ese misterio que es humanamente inabarcable.

 

En su predicación del Reino de Dios, que llega con él al mundo, Jesús se dirige a la muchedumbre. “Venid a mí todos los que estáis cansados y yo os aliviaré, porque mi yugo es suave y mi carga ligera” (Mt 11, 28). Pero estos llamamientos, de tipo general, son excepción en el Evangelio. Jesús suele llamar a hombres y mujeres individuales, con unas palabras personales que son ante todo un llamamiento a la vida de amor que transciende hasta la eternidad, y a la vez una invitación para que opten en la tierra por un camino que es el seguimiento incondicional al Maestro. Estas llamadas se dirigen a los discípulos que luego serán apóstoles, y han sido precedidas sin duda por un trato y unas conversaciones confiadas con Jesús. Habrían de ser diálogos muy personales que tenían en cuenta la conciencia, la libertad, y las circunstancias de cada uno personalmente. Todos, hombres y mujeres, están llamados a seguir al Señor. o

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