Inicio esta carta, desde la esperanza, volviendo la vista atrás, concretamente al nº 10 de la encíclica Ecclesia de Eucaristia, en el cual el Papa Beato Juan Pablo II expone algunas sombras que existen tanto en el campo de la doctrina como en el de la praxis sobre la Eucaristía y el ministerio sacerdotal, que, entre otras razones, movieron al Pontífice a escribir la citada Encíclica. Afirma el Beato Juan Pablo II:
«Desgraciadamente (junto a aspectos positivos), no faltan sombras. Queda a veces oscurecida la necesidad del sacerdocio ministerial, que se funda en la sucesión apostólica, y la sacramentalidad de la Eucaristía se reduce únicamente a la eficacia del anuncio. También por eso, aquí y allá, surgen iniciativas ecuménicas que, aun siendo generosas en su intención, transigen con prácticas eucarísticas contrarias a la disciplina con la cual la Iglesia expresa su fe. ¿Cómo no manifestar profundo dolor por todo esto? La Eucaristía es un don demasiado grande para admitir ambigüedades y reducciones» (nº 10).
Analicemos y profundicemos en algunos elementos que consideramos más importantes del capítulo III de la encíclica Ecclesia de Eucharistia.
La Eucaristía, al igual que la Iglesia, es una, santa, católica y apostólica
El Papa Beato Juan Pablo II comienza el capítulo III de la Encíclica mostrando que la Eucaristía, al igual que la Iglesia, es una, santa, católica y apostólica. E inspirándose en el Catecismo de la Iglesia Católica (nº 857) explica que la Iglesia es apostólica por tres motivos:
a) Porque también los Apóstoles están en el fundamento de la Eucaristía, y no porque el Sacramento no se remonte a Cristo mismo, sino porque ha sido confiado a los Apóstoles por Jesús y transmitido por ellos y sus sucesores hasta nosotros. La Iglesia celebra la Eucaristía a lo largo de los siglos precisamente en continuidad con la acción de los Apóstoles, obedientes al mandato del Señor (cf. nº 27).
b) En segundo lugar, la Eucaristía es apostólica, porque se celebra en conformidad con la fe de los Apóstoles. En la historia bimilenaria del Pueblo de la nueva Alianza, el Magisterio eclesiástico ha precisado en muchas ocasiones la doctrina eucarística, incluso en lo que atañe a la exacta terminología, precisamente para salvaguardar la fe apostólica en este Misterio excelso. Esta fe permanece inalterada y es esencial para la Iglesia que perdure así (cf. nº 27).
c) Finalmente, la Iglesia es apostólica en el sentido de que «sigue siendo enseñada, santificada y dirigida por los Apóstoles hasta la vuelta de Cristo gracias a aquellos que les suceden en su ministerio pastoral: el colegio de los Obispos, a los que asisten los presbíteros, juntamente con el sucesor de Pedro y Sumo Pastor de la Iglesia» (CEC 857). La Eucaristía expresa también este sentido de la apostolicidad.
Y recordando la enseñanza del Concilio Vaticano II (cf. LG 10), el Beato Juan Pablo II subraya que los fieles «participan en la celebración de la Eucaristía en virtud de su sacerdocio real», pero es el sacerdote ordenado quien «realiza como representante de Cristo el sacrificio eucarístico y lo ofrece a Dios en nombre de todo el pueblo». Por eso se prescribe en el Misal Romano que es únicamente el sacerdote quien pronuncia la plegaria eucarística, mientras el pueblo de Dios se asocia a ella con fe y en silencio (cf. nº 28).
¿Qué implica actuar «in persona Christi»?
A continuación, el Papa Beato Juan Pablo II se refiere al sacerdote ordenado que «como representante de Cristo realiza el Sacrificio eucarístico», tema del que trató el Concilio Vaticano II (cf. LG 10 y 28: PO 2). ¿Qué significa que el presbítero actúa «in persona Christi»? Haciéndose eco de otros documentos anteriores, el Papa responde: «Como he tenido ocasión de aclarar en otra ocasión, in persona Christi «quiere decir más que «en nombre», o también, «en vez» de Cristo. In «persona»: es decir, en la identificación específica, sacramental con el «sumo y eterno Sacerdote», que es el autor y el sujeto principal de su propio sacrificio, en el que, en verdad, no puede ser sustituido por nadie». El ministerio de los sacerdotes, en virtud del sacramento del Orden, en la economía de salvación querida por Cristo, manifiesta que la Eucaristía celebrada por ellos es un don que supera radicalmente la potestad de la asamblea y es insustituible en cualquier caso para unir válidamente la consagración eucarística al sacrificio de la Cruz y a la Última Cena» (nº 29).
Y sigue diciendo categóricamente que la asamblea que se reúne para celebrar la Eucaristía necesita absolutamente, para que sea verdadera asamblea eucarística, un sacerdote ordenado que la presida. Por otra parte, la comunidad no está capacitada para darse por sí sola el ministro ordenado. Éste es un don que recibe a través de la sucesión episcopal que se remonta a los Apóstoles. Es el Obispo quien establece un nuevo presbítero, mediante el sacramento del Orden, otorgándole el poder de consagrar la Eucaristía. Pues el Misterio eucarístico no puede ser celebrado en ninguna comunidad si no es por un sacerdote ordenado, como ha enseñado expresamente el Concilio Lateranense IV (cf. nº 29).