Los frutos amargos de la crisis moral

No es extraño oír que estamos pasando por unos momentos de fuerte crisis de valores. Es alarmante observar que cada día se deterioran las relaciones y aumenta una aguda crisis moral en todos los aspectos y en todas las instituciones. De ahí que hemos de afirmar que la crisis moral en la actualidad amenaza peligrosamente a la humanidad, muchas veces a una humanidad que vive sin sentido, sin ningún proyecto de vida, abocados en la búsqueda del placer de lo inmediato y, para más, viviendo en un permanente relativismo e ignorando toda referencia a los transcendente y con gran indiferencia religiosa.

Veamos cuál es el estilo de vida que más predomina o las invitaciones y propuestas por parte de todos los medios que ofertan múltiples opciones. No olvidemos que la crisis social e incluso la económica vienen propiciadas por una profunda crisis moral. Se puede desenmascarar esta crisis describiendo aspectos que se ven y se palpan. Una sociedad que no fomenta la ley de Dios se ve orientada al fracaso. No puede haber un auténtico humanismo si fallan los cimientos que sustentan la dignidad humana.

Describamos los fenómenos que sostienen la crisis moral. Vivimos en una sociedad nihilista donde hay ausencia de virtudes o valores y cayendo en picado los verdaderos ideales; la vida ya no tiene sentido a no ser que se embadurne de lo inmediato y caduco como si fuera lo auténtico porque lo demás y de modo especial lo transcendente está pasado de moda. La conquista de la libertad se ha convertido en la espiral que lleva a la mayor esclavitud. Quien se sale de esta espiral se convierte en un hereje social.

La búsqueda de la verdad se ha convertido en un idealismo del pasado, ahora existe una prevención a lo verdadero puesto que es más importante lo opinable y todas las opiniones tienen el mismo valor. De ahí que haya crisis de la verdad. Hay una pérdida de confianza en la que se puede llegar a conocer la verdad. Es una época que viene caracterizada por el agnosticismo. Quien tiene un credo de fe se siente tachado de ignorante, de “pasado de moda” y de persona no agradable en definitiva. No hace mucho por el hecho de haber bendecido un local, en un pleno de ayuntamiento algunos concejales me consideraron persona “non grata”, puesto que socialmente el laicismo es lo que se lleva y lo que debe imperar.

El hombre de la postmodernidad es un hombre “light”, mediocre y sin dimensión espiritual. Se rinde culto al cuerpo, a lo meramente estético y se va en búsqueda de lo inconsistente. De ahí que haya tantas decepciones e incluso tantas deserciones en los matrimonios, en las vocaciones de distinto signo y se llegue a perder la identidad de lo que significa la dignidad humana. Se pierde la esencia y la consistencia. Importa lo superficial y se cae en el egocentrismo y la soledad es la compañera que viene como efecto de la ruptura de relaciones.

Ante este estilo de vida el hombre es unidimensional. Se mutilan las distintas dimensiones del género humano y sólo se queda con lo instintivo, con lo pasional y con lo que “apetece”. Pero lo grave es creer que ésta es la fórmula mejor para vivir en libertad. Es normal que venga la subversión de valores y los valores espirituales son una reminiscencia del pasado o de gente anormal. Las ideologías que sustentan este modo de pensar y de actuar se han convertido en una especie de narcotizantes que adormecen al pueblo: Si quieres ser feliz, se tu mismo; ante los demás actúa con lo políticamente correcto; todos somos iguales (el igualitarismo); nadie tiene la verdad; déjate llevar por tus impulsos y deseos…

Y todo esto lleva a la absolutización e idolatría de la tecnociencia, pensemos en la cantidad de tiempo y espacio que se dedica a los medios modernos de la informática. En muchos casos se han convertido en la única forma de relacionarse con los demás y lo virtual se hace tan habitual que se fomenta el vivir desde el ilusionismo y conlleva una creencia de lo irreal como la mejor clave crecer en personalidad.

La crisis, la tan cacareada crisis, tiene como referencia fundamental la crisis moral. No seamos ilusos y muchos ya lo afirman: si queremos una sociedad mejor busquemos un humanismo donde no falten los elementos esenciales que lo constituyen. Un humanismo sin Dios, es un humanismo inhumano, afirma el Papa Benedicto XVI.

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