Padre Todopoderoso, creador del cielo y de la tierra
Hay una progresión definitiva en el concepto de Dios cuando Jesucristo revela que Dios es Padre. Este concepto ya existía en el Antiguo Testamento y significaba el procreador, providencia y sostenedor del hombre (Ex 4,22). Isaías va más lejos y lo define con la tierna imagen de una madre. “Aunque una madre pudiera olvidarse de su hijo, yo no me olvidaré de ti” (Is 49, 15) Pero la revelación teológica más grande es el misterio de las tres personas de la Trinidad en el cual Dios, el Padre, la primera persona, es el Padre del Señor Jesucristo, que es la segunda persona. (cfr. Ef 1,3) Y por eso Jesucristo nos dice que somos hijos en el Hijo, que pertenecemos a la familia trinitaria siendo hijos por adopción, no en sentido figurado sino real.
San Pablo nos dirá: “Habéis recibido, no un espíritu de esclavitud, para recaer en el temor, sino un espíritu de hijos adoptivos, que nos hace gritar: ¡Abbá! (Padre)” (Rm 8, 14-17). Llamar a Dios Abbá es llamarle con el mismo amor y cariño con el que Jesús mismo lo llamaba. Es decirle todopoderoso, origen de nuestra existencia. Es aceptar que somos sus hijos que confiamos plenamente el Él, que fundamenta nuestro futuro, también que aceptamos su voluntad y queremos serle fieles.
Especialmente en este Año de la Fe pronunciamos la afirmación “Creo en Dios Padre” personalmente como hijos y comunitariamente como hermanos unidos a Jesús (“Mi Padre y vuestro Padre” Jn 20,17) y lo hacemos con fe, con toda la inteligencia y el corazón. Esta afirmación esencial de la fe es la que nos convoca para proclamar el credo y por “recomendación del Señor nos atrevemos” a repetirla en el Padrenuestro.
La afirmación de Creador del Cielo y la Tierra ante todo manifiesta que la creación es un dogma. La afirmación es válida porque este mundo no ha podido hacerse solo. Tiene un origen. Nosotros, desde la fe, creemos que Dios es el principio de todo, “lo visible y lo invisible”. Esta afirmación es indispensable para situar justamente dentro de la historia de la salvación la Alianza, la Encarnación y la obra redentora de Cristo. El Dios “único y verdadero que existe desde siempre y vive para siempre… hizo todas las cosas con sabiduría y amor”. Dios crea por amor. Su obra maravillosa (S. 137) y predilecta es el hombre a quien hizo a su imagen y semejanza (Gn 1, 26). Puso en sus manos el mundo, un regalo que compromete su responsabilidad. “Le encomendaste el universo entero, para que, sirviéndote sólo a ti, su Creador, dominara toda la creación” (S. 8). Se puede decir que esta creación original está a la espera de la llegada de Cristo Encarnado, Redentor y Liberador, pero no terminada. Será completa cuando “Cristo sea todo en todos” (1 Cor 15,28).
[pullquote2]En este Año de la Fe, al profesar el credo, tenemos que pensar qué imagen tenemos de Dios y convertirnos al Dios verdadero
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Al contemplar el gran amor demostrado por Dios en sus planes, el hombre responde con la fe que se abre a la relación con Dios y su misterio. Esta respuesta es la religión, “respuesta libre del hombre a la iniciativa de Dios que se revela a sí mismo” (CEC 166). Ser capaces de decir que se cree en Dios es una gracia, un regalo, (Jn 3,27 y 1 Cor 12,3) que implica un compromiso de responsabilidad humana. Dios sale al encuentro del hombre hablándole con amor como a un amigo (DV 2) para que por la fe entre en comunión con Él. Creer en Dios implica adherirse a Él, acoger su Palabra, aceptar su voluntad, tener experiencia de su presencia viva.
La vida del ser humano sobre la tierra es sustancialmente distinta si cree en Dios o si no cree. Nosotros creemos que somos peregrinos en la tierra, que Dios nos guía y nos da una esperanza segura en la vida eterna. Por lo tanto caminamos con sentido, guiados por los mandamientos y el Evangelio de Jesucristo. También vamos “contra la corriente” de aquellos que niegan a Dios y lo quieren eliminar de la vida sustituyéndolo por el “yo endiosado” autónomo, omnipotente y autosuficiente. Los comportamientos son muy distintos con Dios o sin Dios. La supresión de Dios ha llevado a la humanidad a sus más grandes fracasos.
En este Año de la Fe, al profesar el credo, tenemos que pensar qué imagen tenemos de Dios y convertirnos al Dios verdadero. En muchas ocasiones habrá que purificarla, en otras perfeccionarla y profundizarla en toda su exactitud por medio del estudio, la meditación y la vida de caridad. Seguiremos teniendo sed de Dios (S. 63,2) “como tierra árida, sedienta y sin agua”, sed de una fe purificada y coherente basada en una experiencia vital con Jesucristo que es la imagen viva del Padre (Jn 10, 30).