Descendió a los infiernos
Estamos ante el artículo de fe más trascendental, y decisivo para los cristianos. La resurrección de Jesucristo es la verdad culminante, el fundamento, el eje, la clave de nuestro ser. A partir de este hecho toda la historia de la humanidad cambia para siempre y adquiere su sentido. Ésta será la verdad que apoyará el testimonio de los apóstoles y los mártires, multiplicará los creyentes, llenará de vida los corazones, cambiará las sociedades y derrumbará imperios. Todo el ser y existir del cristianismo se basa en la Resurrección del Señor, que es el centro de la predicación de todos los tiempos. Dice San Pablo: “Si Cristo no resucitó vana es nuestra predicación. Vana es nuestra fe…. Aún estáis en vuestros pecados” (1 Cor 15, 14-19).
La resurrección de Jesucristo es la firma del Padre a toda la obra redentora de Jesús que prometió y cumplió: “Al tercer día resucitaré”. Jesús tenía razón. El Padre reivindicó su persona y su mensaje. Vino de parte del Padre y muchos no le creyeron pero el Padre estaba con Él, le dio su autentificación y su aprobación. A partir de esa realidad todo encaja maravillosamente y fundamenta nuestra fe. “¡Cristo vive!” es el anunció más gozoso que rompió las tinieblas del primer domingo de la historia, el día de la “actuación de Dios”, y sigue siendo el gran anuncio de la buena noticia (kerigma) de los misioneros para evangelizar. Pero no es sólo un anuncio, lleva aneja la eficacia de la actuación de la gracia de Dios que mueve a la fe. Por eso en este año de la fe estamos llamados a reafirmarla y a proclamarla con fuerza. Por una parte y ante todo para reavivarla, fortificarla y ratificarla en los creyentes y después para proclamarla con fuerza y valentía llamando a la fe a los que no creen.
[pullquote2]La resurrección de Jesucristo es la firma del Padre a toda la obra redentora de Jesús que prometió y cumplió.[/pullquote2] Nos anima el ejemplo de San Pablo a quien dijeron los atenienses en el areópago al oírle hablar de la resurrección: “Te oiremos hablar de esto en otra ocasión”. A lo largo de la historia los cristianos no cesamos de hablar de la Resurrección con tenacidad, en toda ocasión, porque en ella gravitan todas nuestras convicciones. Como los apóstoles no podemos dejar de hablar de Jesucristo Resucitado. Pero antes de afirmar la fe en la resurrección decimos en el credo: “descendió a los infiernos”. ¿Por qué aparece esta expresión en este lugar del credo y qué significa? Responde a la cuestión sobre en qué condición estuvo el cuerpo del Señor en el sepulcro. El gran teólogo Benedicto XVI dio la que posiblemente es la mejor explicación. “Este descenso del Señor a los infiernos significa, sobre todo, que Jesús alcanza también el pasado, que la eficacia de la redención no comienza en el año cero o en el año treinta, sino que llega al pasado, abarca el pasado, a todas las personas de todos los tiempos.” (De la entrevista a Benedicto XVI en la TV italiana el 22-04-11).
Dar mayores explicaciones teológicas o usar la imaginación para explicar cómo pudo suceder sería muy intrincado y desacertado porque siempre se concluye que es un misterio que creemos y profesamos. Y los misterios si se explican dejan de serlo. La teología sólo intenta encajar algunos razonamientos para intuir cómo pudo ser. Los antiguos profetas ya lo anunciaron: “Tú también, por la sangre de tu alianza, compraste a los cautivos del infierno” (Zac 9,11). Y el Apóstol San Pablo afirma: “Jesús bajó a las regiones inferiores de la tierra. Éste que bajó es el mismo que subió» (Ef 4, 9-10). Sobreabunda en esta convicción San Pedro cuando dice: «Pues para esto fue anunciado el Evangelio incluso a los muertos, para que, aunque condenados en su vida corporal según el juicio de los hombres, viva sin embargo en espíritu según el juicio de Dios” (1 P 4, 6).
El concepto “los infiernos” dice el Catecismo de la Iglesia Católica (nº 633-634) es distinto del “infierno” de la condenación. La Escritura llama infiernos (sheol o hades) a la morada de los muertos donde bajó Cristo después de muerto, porque los que se encontraban allí estaban privados de la visión de Dios. Constituían el estado de todos aquellos que habían muerto antes de Cristo. Él había vencido mediante su propia muerte a la muerte y al diablo que tenía poder sobre la muerte (Hb 2, 14). Tenía que redimir a toda la humanidad por eso “Jesús no bajó a los infiernos para liberar a los condenados, ni para destruir el infierno de la condenación, sino para liberar a los justos que le habían precedido”.