San Juan de Ávila (1)

San Juan de Ávila (1)1.- Mi primera palabra es de agradecimiento a Dios en este día en que vosotros celebráis los 25 y 50 años de ordenación sacerdotal. Para vosotros esta fecha es inolvidable porque supuso la gracia especial de incorporaros al sacerdocio de Cristo y recibir la enorme tarea de pastores en la Iglesia del único Buen Pastor. Felicidades a todo el presbiterio que quiere compartir con vosotros el gozo del ministerio y la acción de gracias por vuestra fidelidad. Vuestra presencia aquí nos dice lo que significa entregar la vida con caridad pastoral, confianza en Dios y alegría apostólica. Bihotzez eskerrak ematen dizkizuego. Zuen apaizgoa argia eta adorea eman dio hainbat jendeari. Jesus artzai onaren irudi zarete.

Cada vez que celebramos un acontecimiento que nos reúne a todos los sacerdotes, sea la Misa Crismal o esta de San Juan de Ávila, siento un especial sentimiento de comunión. Aquí está representada la diócesis entera, aquí estamos los obreros elegidos para trabajar en la viña del Señor, en esta viña hermosa de Navarra. De modo que, por encima de nuestras limitaciones y hasta de nuestras debilidades y pecados, esta es la Iglesia que, dicho con palabras del Concilio “encierra en su propio seno a pecadores y, siendo al mismo tiempo santa y necesitada de purificación, avanza continuamente por la ruta de la penitencia y de la renovación” (LG, n. 8). Por eso, os invito desde el principio a perdonar y olvidar cualquier fricción que haya habido entre nosotros para dirigirnos todos unidos a Dios nuestro Padre y agradecerle las bendiciones que nos envía para que día tras día vayamos construyendo la communio fraterna que nos promete y nos exige.

El preclaro Doctor de la Iglesia, el santo Maestro Ávila nos invita a seguir la senda de la configuración con Cristo que él transitó, tomando por modelo a san Pablo, al que tanto imitó en su vida. Configuración con Cristo, sacerdote, profeta y pastor, no para beneficio propio, sino para que el pueblo que se nos ha confiado alcance también la identificación con Él. Nosotros somos, nada más y nada menos, la prolongación en el tiempo del único magisterio de Cristo, no nuestro propio magisterio, somos llamados a ser guías de nuestros hermanos, pero sabiendo que el único guía y el único director de almas es Él, Jesucristo. Cuánta paz nos dan las palabras que están recogidas en la primera lectura de hoy y que, según su propio testimonio, escuchó San Pablo estando en Corinto: “No temas, sigue hablando y no te calles, que yo estoy contigo, y nadie se atreverá a hacerte daño; muchos de esta ciudad son pueblo mío” (Act 18, 9). ¿A quién de nosotros no le da ánimo escuchar hoy al Señor que nos dirige estas palabras?¿Quién rebajará su nivel de caridad viendo el ejemplo de San Pablo y San Juan de Ávila aprendiendo a leer las distancias largas, medias y cortas de los proyectos de Dios? Jesus bera mintzatzen zaigu hitz eder horiekin. Nola ez dugu bada aurrera egingo berarekin bat eginik?

San Juan de Ávila no fue un pastor mudo, fue un predicador lúcido e incansable y un magnífico guía de almas, que llevó a la santidad a muchos contemporáneos suyos, como S. Juan de Dios, San Juan de Ribera, San Francisco de Borja y tantos otros. Fray Luis de Granada, su primer biógrafo escribe de él: “No sabré determinar con qué ganó más ánimas para Cristo, si con las palabras de su doctrina, o con la grandeza de la caridad y amor, acompañado de buenas obras, que a todos mostraba. Porque así los amaba y así se acomodaba a las necesidades de todos, como si fuese padre de todos, ‘haciéndose, como el Apóstol dice, todas las cosas a todos para ayudar a todos’. Consolaba a los tristes, esforzaba a los flacos, animaba los fuertes, socorría a los tentados, enseñaba a los ignorantes, despertaba a los perezosos, procuraba levantar a los caídos, más nunca con palabras ásperas, sino amorosas; no con ira, sino con espíritu de mansedumbre, como aconseja el Apóstol.. (Vida del Padre Maestro Juan de Ávila, Madrid (Edibesa) 2000, p.50-51).

2.- El ejemplo del Maestro Ávila tiene hoy enorme actualidad, como señalaba Benedicto XVI en el Homilía de la Misa de Proclamación como Doctores de la Iglesia a San Juan de Ávila y Santa Hildegarda. Estamos llamados a llevar a cabo la Nueva Evangelización a todos los pueblos con el dinamismo y la profundidad de los grandes santos. El objetivo fundamental de la nueva evangelización son las personas que, aun estando bautizadas, se han alejado de la Iglesia y viven sin tener en cuenta la praxis cristiana. En este grupo están muchos de nuestros fieles que necesitan redescubrir la fe y reorientar su vida de cara a Dios. Los que os ordenasteis el año 1963 sois marcadamente los sacerdotes del Concilio del que también estamos conmemorando los cincuenta años. Vosotros habéis sido testigos directos de la transformación espectacular de la sociedad y de la Iglesia: podríais contar con qué entusiasmo se esperaba que todo se renovaría, que llegaría verdaderamente un nuevo Pentecostés, una nueva era de la Iglesia. En aquel tiempo la Iglesia era aún bastante robusta, la práctica dominical todavía era buena, las vocaciones al sacerdocio y a la vida religiosa se habían reducido algo, pero aún eran suficientes.

Cuando os estrenasteis en la primera parroquia o en el primer encargo pastoral bastaba que tocarais la campana para que acudiera el pueblo entero, bastaba que anunciarais los días de catequesis para niños, para jóvenes o las reuniones para matrimonios o personas mayores para que asistieran los interesados. Quizás había mucho que cambiar y mucho se ha cambiado para bien de todos; pero os dais cuenta vosotros mejor que nadie, que queda mucho por hacer. No me atrevería a decir que la sociedad de hoy es peor que la de entonces, porque ayer y hoy encontramos luces y sombras. Lo cierto es que ahora se nos exige a los sacerdotes mayor implicación en la pastoral y un testimonio más auténtico de la persona de Jesucristo. Ante la tentación del permisivismo y del relativismo no se nos pide que estemos al día de las corrientes actuales de pensamiento, que además van cambiando con mucha rapidez. Lo que la nueva evangelización exige al sacerdote es que en su comportamiento sea testigo de la sabiduría divina, contenida en la palabra revelada. La fe y la esperanza nos llevan al abandono confiado en la voluntad del Padre para sostenernos, trabajando siempre con un esperanzado optimismo y una alegría desbordante. Gure uste osoa berarengan jarririk poza dario gure ekintza bakoitzari.

La Nueva Evangelización en la que estamos inmersos es también una llamada a la esperanza gozosa. En el Evangelio de hoy hemos escuchado unas palabras consoladoras de Jesús a los Apóstoles en el discurso de despedida: “vosotros ahora sentís tristeza; pero volveré a veros, y se alegrará vuestro corazón, y nadie os quitará vuestra alegría”. Lo quiero subrayar ahora no porque vuestros años de sacerdocio hayan estado impregnados de tristeza ni mucho menos, que siempre habéis contado con la gracia divina. Lo hago para reafirmar que el sacerdote es portador de una esperanza fuerte, de una esperanza fiable, la de Cristo, con la cual podemos afrontar el presente, aunque a menudo sea fatigoso. Las lágrimas, el dolor, los esfuerzos, los pocos resultados y hasta el martirio son siembra de nueva vida. Hay que morir, como el grano de trigo, para que nazca una espiga llena de vida. Bizitzeko, lehenik hil behar.

El sacerdote no puede estar entristecido incluso teniendo motivos para ello, sea por una enfermedad, un disgusto o un rechazo. Las puertas del sacerdote han de estar siempre abiertas para acoger a todo el que acuda con problemas o con noticias gozosas. Y siempre con la perspectiva de la salvación: somos mucho más que psicólogos o médicos. Somos ministros de Cristo y hemos de acoger a todos con el mismo espíritu de Cristo. Que nadie se vaya de nuestro lado sin haber escuchado una palabra de consuelo, de aliento, de paz. Hemos de transmitir alegría, porque como ha dicho el Papa Francisco con su lenguaje sencillo y directo “si los creyentes no son alegres y ven la fe como una carga pesada nadie querrá escuchar hablar de Dios y la Iglesia se convertiría en una comunidad del no” (Homilía, 2-V-2013). Vete en paz, les diremos muchas veces apropiándonos de la despedida de Jesús.

3.- Estamos ya en tiempo de preparación para la fiesta grande de Pentecostés y queremos invocar al Espíritu Santo con piedad filial. En la promesa del Espíritu Santo Jesús explicó quién es Él y cuál es su misión: Es el Consolador, el Espíritu del Padre y del Hijo, el que les dará a conocer que la obra de Cristo es obra de amor, amor de Jesús que se ha entregado por nosotros y amor del Padre que nos lo ha dado. El Espíritu Santo es el autor de la comunión, comunión trinitaria como fuente de unidad, y comunión eclesial, como expresión de la presencia del Espíritu.

Los apóstoles en aquellos días previos a Pentecostés “perseveraban unánimes en oración cum Maria, matre Iesu” (Hch 1,14). Nosotros en esta fiesta que trae tantos recuerdos y abre el horizonte de la Nueve Evangelización queremos también perseverar hasta el fin de nuestros días cum Maria, matre Iesu. Bajo su amparo nos acogemos con la certeza de que nunca nos abandonará. Zeruko Ama maiteak bedeinka gaitzala beti.

 

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