Al tercer día resucitó de entre los muertos (II)

RESUCITÓVivir la realidad de la Pascua es mucho más profundo que el alborozo del corazón expresado en tantos y tan hermosos signos. Es ante todo proclamar, anunciar a todo el mundo nuestra gran noticia: ¡Cristo vive! La gente necesita oír este anuncio. Anunciemos sin miedos ni reservas que hemos experimentado en nuestras vidas que Cristo está en medio de nosotros resucitado.

Nuestro anuncio es eficaz cuando va más allá de las palabras y se ve plasmado en una nueva forma de vivir, que la liturgia resume en la expresión: “celebremos la Pascua con los panes ácimos de la sinceridad y la verdad”. Nos lo explica San Pablo cuando dice: “Barred la levadura vieja para ser una masa nueva, ya que sois panes ácimos”.

El que anuncia algo tiene que estar seguro para que su comunicación tenga fuerza convincente. Tiene que ser un convencido total de lo que afirma. Como lo fueron las mujeres que oyeron al ángel: “No está aquí ha resucitado” e inmediatamente lo comunicaron y llevaron a los Apóstoles hasta el sepulcro vacío. Allí Pedro y Juan entraron en el sepulcro, vieron, creyeron y dieron un testimonio que nadie pudo callar.

[pullquote2]Anunciemos sin miedos ni reservas que hemos experimentado en nuestras vidas que Cristo está en medio de nosotros resucitado. [/pullquote2] También nosotros ahora anunciamos a Cristo en nuestro mundo con toda la fuerza de convicción que podemos. La experiencia del encuentro de los discípulos con Jesús vivo tras la muerte y fue tan impactante e inaudita que fue la base de una adhesión y “parresía” (testimonio valiente hasta la muerte) incontenible. Lo mismo sigue sucediendo ahora, los que experimentan en su vida un encuentro personal con Jesús quedan convertidos y convencidos para siempre. El mayor y mejor argumento es nuestra vida de acuerdo con la vida de Jesús. Es una vida de esperanza segura, de paz, de alegría y de amor a todos.

A Jesús “se le ve” haciendo camino con Él, viviendo su estilo de vida. La vida de Jesucristo resucitado bulle en quien medita y contempla y se siente transformado. Esta abundancia de vida no se puede quedar encerrada. Necesita comunicarse, expandirse, y por eso se manifiesta en un amor servicial. En efecto, el testimonio de amor de los cristianos es el gran argumento de la resurrección. Esta nueva vida invade y vivifica todas las estructuras sociales en las que actúa el creyente.

La resurrección se sitúa en lugares concretos manifestándose en formas de ser, estar y actuar en la familia, en el trabajo, en las instituciones, en los compromisos sociales y políticos, en la calle, en la diversión y el tiempo libre. San Pablo nos invita a vivir en todos los ambientes como resucitados. “Buscad los bienes de allá arriba donde está Cristo… aspirad a los bienes de arriba no a los de la tierra” (Col 3, 1-4).

El Papa Francisco retomando las catequesis del Año de la Fe animaba a todos en la Pascua de Resurrección (03.04.13): “La resurrección de Cristo… nos lleva a vivir con más confianza la realidad cotidiana, a afrontarla con coraje y compromiso. La alegría de saber que Jesús está vivo, la esperanza que llena sus corazones no se puede contener”. Esto debería suceder también en nuestra vida… ¡Tenemos el coraje de “salir” para llevar esta alegría y esta luz a todos los lugares de nuestra vida! La resurrección de Cristo es nuestra certeza más grande; ¡es el tesoro más precioso! ¡Cómo no compartir con los otros este tesoro, esta certeza tan bella! Profesemos, anunciemos y vivamos la gran noticia: ¡Cristo vive resucitado, Él es nuestra esperanza!

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