Al tercer día resucitó entre los muertos (I)

resucitóCristo ha resucitado! Éste es el mayor anuncio y el mejor saludo que podemos hacer. Lo nuevo ya ha comenzado. Cantamos en la Vigilia Pascual: Exulte por fin todo el mundo: los coros de los ángeles, la madre Iglesia, los fieles de todos los rincones de la tierra, el orbe entero. Porque Cristo Resucitado ha vencido a la muerte. Porque se nos ha borrado la deuda del pecado y hemos sido inundados de gracia y agregados a los santos.

Es la fiesta más grande del año litúrgico. Exultan de gozo los cristianos movidos por la fe y el impulso del corazón. No sabemos cómo expresar tanta alegría porque Cristo ha resucitado. La noche de la Vigilia Pascual se convierte en día. Donde hay cristianos se encienden millones de velas en el cirio pascual, símbolo de Cristo resucitado.

El mundo entero se llena de un nuevo resplandor. Los cristianos renovamos la llama de nuestra fe. Y para expresarlo sacamos las mejores galas que tenemos: cantos de gloria y aleluyas, repique de campanas, luces, ornamentos blancos dorados, incienso, cirio pascual, flores, agua bautismal, nuevos óleos.

[pullquote2]Ante el secularismo que ha crecido, se necesitan cristianos más firmes en la fe, con mayor testimonio de vida fundamentada en la oración y en los sacramentos y una mayor entrega a las necesidades de nuestra sociedad[/pullquote2]

La Pascua de Resurrección es una fiesta tan grande que necesitaremos cincuenta días para “saborearla” y vivirla en toda su profundidad hasta Pentecostés. Cantamos en nuestras celebraciones con toda la alegría del corazón: “Éste es el día en que actuó el Señor, sea nuestra alegría y nuestro gozo. Aleluya”.

El Domingo de Pascua rezamos en el ofertorio una oración que define los sentimientos de los cristianos en este día: “Rebosantes de gozo pascual, celebramos, Señor, estos sacramentos en los que tan maravillosamente ha renacido y se alimenta tu Iglesia”.

Todos los domingos celebramos la Pascua de Resurrección. El domingo es el día primero de la semana, el más importante, día del encuentro de la comunidad cristiana en la Eucaristía, del descanso, de la familia reunida, día de la caridad, día de fiesta.

Necesitamos celebrar el domingo para recordar, revivir y experimentar, constantemente el acontecimiento que fundamenta nuestro ser cristianos.

Es tan esencial y necesario que ha quedado plasmada para la historia aquella expresión de los mártires de Abitina, en el norte de África, en el siglo IV, que prefirieron morir antes que dejar la celebración dominical exclamando: “Sin reunirnos el domingo para celebrar la Eucaristía no podemos vivir”. La reunión dominical de los cristianos es una ocasión privilegiada de palpar su presencia misteriosa en medio de la comunidad. Jesús resucitado privilegió el domingo para aparecerse a los suyos.

El Apóstol Tomás estuvo un domingo ausente de la comunidad y no tuvo la dicha de ver al Señor. Al domingo siguiente estuvo presente y pudo ver, tocar y dialogar con el Señor Resucitado que le dijo: “no seas incrédulo, sino creyente”, y Tomás respondió con un acto de fe: “¡Señor mío y Dios mío!”.

Invito a participar, en familia, los domingos en la Eucaristía. Es un buen momento para restañar situaciones difíciles, momento de caridad y amor, momentos de vida y alegría. Ante el secularismo que ha crecido y a pasos agigantados, se necesitan cristianos más firmes en la fe, con mayor testimonio de vida fundamentada en la oración y en los sacramentos y una mayor entrega a las necesidades de nuestra sociedad. Si Cristo ha resucitado nuestra vida ha de estar en sintonía con su Vida.

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