Al tercer día resucitó entre los muertos

TERCER DÍA RESUCITÓREALMENTE RESUCITÓ

Estamos ante el acontecimiento más grande que haya sucedido nunca. Estamos ante lo imposible, lo increíble, lo que supera toda perspectiva humana, ante el milagro más grande de toda la historia. En el artículo anterior del credo se proclama que Jesucristo “fue crucificado, muerto y sepultado”. Se puso especial énfasis en asegurar que realmente falleció y fue colocado en el sepulcro. Pero desde el principio se cuestionó la resurrección de Jesucristo. Por eso el mismo Pilato a petición de los jefes de los sacerdotes y fariseos puso a su disposición una guardia para que vigilasen el sepulcro como ellos deseaban. “Sellaron la piedra que cerraba la entrada y pusieron guardia” (Mt 27, 63-66).

Quizás estos guardias fueron los únicos que asistieron al instante fulminante de la resurrección pero fueron sobornados para que dijesen que sus discípulos se había llevado su cuerpo mientras dormían. San Agustín comentará refutando el argumento: ¿si dormían, cómo lo vieron, si lo vieron cómo no lo impidieron? y ¿cómo pudieron descubrir que eran sus discípulos que habían huido amedrentados y estaban en peligro de muerte?

[pullquote2]El Catecismo de la Iglesia Católica nos dice: “La Resurrección de Cristo es un hecho de fe y también un acontecimiento histórico, real y comprobable”[/pullquote2]

Ante algo tan trascendental para el cristianismo se ha querido, a lo largo de los siglos, destruir la fe de los creyentes. Pero la multitud de testimonios es abrumadora. Jesús tuvo especial intención de asegurar la fe de sus seguidores apareciéndose a muchos en diversas circunstancias. La lista es larga. Se apareció a María Magdalena y a las mujeres, a dos discípulos de Emaús, a Pedro, a los apóstoles sin estar el incrédulo Tomás, después estando él presente, a siete discípulos en el lago de Tiberiades en la pesca milagrosa. San Pablo añade también a Santiago y “a quinientos hermanos a la vez muchos de los cuales viven aún”.

A muchos de éstos él seguramente les había oído dar testimonio. Y concluye: “y al último de todos como a un aborto se me apareció a mí, que soy el más pequeño de los apóstoles y no soy digno de llamarme apóstol porque perseguí a la Iglesia de Dios” (1 Cor 15,3). El evangelista San Juan al terminar de narrar algunas apariciones dice que lo que ha escrito es verdadero y que lo ha escrito “para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre” (Juan 20, 31).

La convicción de la resurrección tuvo en los apóstoles una fuerza tan grande que dieron su vida hasta el martirio. Afirman ante el sanedrín, que los castiga, que no pueden callar porque han comido y bebido con Él después de su resurrección. El Catecismo de la Iglesia Católica nos dice: “La Resurrección de Cristo es un hecho de fe y también un acontecimiento histórico, real y comprobable” (CIC, 647).

Jesús se hace reconocer y tocar por sus discípulos con su identidad física pero con un cuerpo resucitado. Muchas apariciones son prototipos de las que sucederían de forma espiritual a lo largo de los siglos. Porque son muchos quienes se han sentido “visitados” por Él, experimentando a Jesús realmente vivo y resucitado. Tomás, el incrédulo, necesitó ver y tocar para creer. Pero está referida a todos los creyentes la bienaventuranza “dichosos quienes crean sin haber visto”. Esos somos nosotros que expresamos nuestra fe en la liturgia de Pascua y todos los domingos, en la experiencia de los sacramentos , en el amor al hermano y en la comunión con la Iglesia. Y todo esto hace que la vida real de cada día esté en sintonía con la verdad que profesamos.

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