Jesucristo subió a los cielos y está sentado a la derecha de Dios Padre Todopoderoso (III)

jesucritoJesús tenía en sus labios, en su corazón y en su oración constantemente al Padre. Ya dijo desde niño, cuando se perdió en el templo, que él tenía que ocuparse de las cosas de su Padre. Suspiraba constantemente por la casa de su Padre que es el cielo. Levantaba siempre los ojos al cielo, su punto de referencia, orando, antes de realizar los milagros. Muchas son las citas. Antes de curar a un sordomudo “mirando al cielo, suspiró y dijo: ¡ábrete!” (Mc 7, 33-34). En la resurrección de Lázaro Jesús alzando los ojos al cielo rezó al Padre dándole gracias porque siempre le escuchaba (Jn 11,41). En la institución de la Eucaristía, lo mismo que en la multiplicación de los panes (Mt 14, 19), “elevando los ojos al cielo y dando gracias tomó el pan, lo bendijo y lo partió…” Vino al mundo pero estuvo en tensión por volver de donde vino. “Salí del Padre y vine al mundo; ahora dejo el mundo y vuelvo al Padre” (Jn 16,28). Ha llegado la hora prevista, anunciada y deseada de su plenitud. Una vez resucitado se aparece a María Magdalena y le anuncia, con la naturalidad de quien vuelve a casa, que su inmediato futuro es ir al cielo. “Todavía… no he subido al Padre. Vete donde los hermanos y diles: Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios» (Jn 20, 17).

Jesucristo se encarnó, fundó el Reino de Dios con palabras y milagros, padeció, murió en la cruz y resucitó glorioso rompiendo las ataduras de la muerte y es definitivamente glorificado. Dice el Evangelio que “ascendió al cielo”. Y los hechos de los Apóstoles lo describen diciendo: “Lo vieron levantarse hasta que una nube se lo quitó de la vista” (Hch 1,1-11). Esta forma humana de hablar expresa no el hecho de subir físicamente a un lugar, sino el pasar a un estado de nueva forma de vida. El cielo es estar con Dios y Dios está en todas partes.

En la Ascensión, Jesús disipa las dudas sobre su resurrección. A pesar de sus apariciones algunos no habían terminado de creer. El evangelista San Marcos cuenta cómo Jesús se aparece a los once y les echa en cara su incredulidad y su terquedad, por no haber creído a quienes lo habían visto resucitado. Los apóstoles Pedro y Pablo resumen la fe de la Iglesia apostólica haciendo una misma confesión. Afirma San Pedro como Jesucristo después de resucitar “subió al cielo y está sentado a la diestra de Dios”. (1 Pe 3,21-22). Y San Pablo confiesa lo mismo: “Cristo murió, más aún, resucitó y está sentado a la derecha de Dios” (Rom 8,34).

El catecismo de la Iglesia Católica dice que la Ascensión de Jesús proclama su señorío sobre el universo, la historia y la Iglesia. Jesús “participa en su humanidad con el poder y autoridad del mismo Dios”. Jesucristo es Señor: posee todo poder en los cielos y en la tierra. Él está «por encima de todo principado, potestad, virtud, dominación» porque el Padre «bajo sus pies sometió todas las cosas» (Ef 1, 20-22). Cristo es el Señor del cosmos (cf. Ef 4, 10; 1 Co 15, 24. 27-28) y de la historia. En Él, la historia de la humanidad e incluso toda la Creación encuentran su recapitulación (Ef 1, 10), su cumplimiento transcendente” (CIC 668).

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