Desde allí ha de venir a juzgar a vivos y muertos (II)

Desde allíVIVOS

Habrá dos juicios, uno particular y otro universal. El particular se producirá después de la muerte de cada persona. Es el juicio en el que cada uno dará cuenta de sus obras y recibirá premio o condena. Dice la carta a los hebreos: “Está establecido morir una vez, y después de esto el juicio” (Heb 9, 27). Y San Pablo a los romanos afirma: “cada uno de nosotros ha de dar cuenta a Dios de sí mismo” (Rm 14,12). La segunda carta a los corintios confirma esta doctrina cuando dice que es necesario que todos comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba el pago debido a las buenas o malas obras que haya hecho mientras ha estado revestido de su cuerpo (2 Cor 5,10). El Catecismo de la Iglesia Católica habla de la “retribución inmediata después de la muerte de cada uno como consecuencia de sus obras y de su fe” (nº 1021). Jesucristo no vino a juzgar, sino a salvar (Jn 3,17 y 5,26), pero quien usando su libertad rechaza la gracia se juzga a sí mismo (Jn 3, 18; 12, 48).

Varias parábolas anuncian y aclaran este juicio particular. La parábola de los talentos habla de los dones, cualidades o talentos que ha recibido cada uno. Tiene que hacerlos fructificar durante la vida porque al final se le pedirá cuenta. A quien mucho se le dio mucho se le pedirá (Mt 25, 14-30). Tendremos que responder qué hemos hecho, cómo hemos usado las facultades recibidas de Dios. Dios espera que trabajemos los talentos, con responsabilidad. La parábola del pobre Lázaro y el rico Epulón pone de manifiesto la suerte inversa que les espera a uno y al otro. Quien sufrió en esta vida gozará en la otra y quien gozó penará (Lc 16, 22). A este respecto el Papa Francisco recordó en la homilía del Domingo de Ramos (25/3/2013) un dicho muy popular y expresivo de su abuela: “La mortaja no tiene bolsillos”.

[pullquote2 textColor=»#000000″]Tendremos que responder qué hemos hecho, cómo hemos usado las facultades recibidas de Dios. Dios espera que trabajemos los talentos, con responsabilidad[/pullquote2] San Juan de la Cruz aclara sobre qué será el examen final: “Al atardecer de la vida seremos examinados en el amor”. Si hemos visto en los hermanos, especialmente en los más necesitados, el rostro de Cristo muerto y resucitado por nosotros tenemos confianza de presentarnos ante Él y reconocer que es juez bueno y misericordioso. Al final de la vida nos acompañarán sólo las buenas obras. “Dichosos los muertos en el Señor, pues sus obras le siguen” (Ap 14).

Santa Teresa de Jesús llena de confianza en Jesús que ha sido su buen Amigo en la tierra espera que sea juez bondadoso. “Será gran cosa ver que seremos juzgadas de quien habemos amado sobre todas las cosas. Seguras podemos ir con el pleito de nuestras deudas. No será ir a tierra extraña, sino propia; pues es la tierra de quien tanto amamos y nos ama” (Camino de perfección, 40, 8).

Y MUERTOS

Jesús anunció un juicio universal, para toda la humanidad al final de los tiempos cuando Él volvería con gran poder y majestad. “Cuando venga el Hijo del hombre… hará comparecer ante Él a todas las naciones, y separará a unos de otros” (Mt 25, 31-32). En la parábola del trigo y la cizaña advierte que hay que esperar con paciencia el tiempo de la siega para apartar el trigo bueno de la cizaña dañina (Mt 13, 24-30). En el juicio final se presentarán ante Él justos y pecadores. Será el momento del triunfo de la justicia, el amor y el bien sobre el mal.

Dice el Catecismo de la Iglesia Católica: Entonces, se pondrán a la luz la conducta de cada uno (Mc 12, 38-40) y el secreto de los corazones (Lc 12, 1-3). Entonces será condenada la incredulidad culpable que ha tenido en nada la gracia ofrecida por Dios (Mt 11, 20-24; 12, 41-42). La actitud con respecto al prójimo revelará la acogida o el rechazo de la gracia y del amor divino (Mt 5, 22; 7, 1-5). El juicio será sobre las obras de misericordia. “Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis” (Mt 25, 40).

Cómo ha de ser, lo narra el libro del Apocalipsis: “Vi un gran solio reluciente y a uno (Jesucristo) sentado en él… Y ví a los muertos, grandes y pequeños, estar delante del trono y se abrieron los libros; y se abrió también el libro de la vida: y fueron juzgados los muertos por las cosas escritas en los libros.., y se dio a cada uno sentencia según sus obras” (Ap 20, 11-13).

El arte ha representado con sus limitaciones el juicio final. Sin duda esta descripción del Apocalipsis ayudó a Miguel Ángel a imaginarse la espectacular pintura del juicio final que preside la Capilla Sixtina. Aparece como centro de toda la escena Cristo majestuoso lleno de potencia, ante quien se presentan para ser juzgadas todas las generaciones. También es digna de mención la Puerta del Juicio de la catedral de Tudela. Allí dividido el arco de la puerta en dos mitades se representan en cada lado, talladas en sus archivoltas, muchas escenas de los que practicaron las bienaventuranzas, las virtudes, las obras de misericordia y han recibido el premio y por otro lado quienes fueron injustos, incrédulos, viciosos, en definitiva seguidores del mal, recibiéndole castigo eterno de sus culpas.

El Concilio Vaticano II en el capítulo VII de la Lumen Gentium (Luz de las gentes) presenta a la Iglesia peregrinante que camina hacia la meta final para unirse a la Iglesia triunfante en el cielo. Define varias verdades de fe que están implícitas en este artículo del credo sobre el juicio particular y el final.

En primer lugar afirma que los cristianos estamos siempre mirando hacia la meta final. “Mientras moramos en este cuerpo, vivimos en el destierro, lejos del Señor” (2 Co 5, 6), y aunque poseemos las primicias del Espíritu, gemimos en nuestro interior ( Rm 8, 23) y ansiamos estar con Cristo (Flp 1, 23). Continúa el Concilio asegurando la doctrina sobre el juicio universal. Pues antes de reinar con Cristo glorioso, todos debemos comparecer “ante el tribunal de Cristo para dar cuenta cada uno de las obras buenas o malas que haya hecho en su vida mortal” (2 Co 5, 10); y al fin del mundo “saldrán los que obraron el bien para la resurrección de vida; los que obraron el mal, para la resurrección de condenación” (Jn 5, 29; Mt 25, 46). Asevera también la existencia del purgatorio. Así, pues, hasta que el Señor venga revestido de majestad y acompañado de sus ángeles (Mt 25, 31) y, destruida la muerte, le sean sometidas todas las cosas (1 Co 15, 26-27), de sus discípulos, unos peregrinan en la tierra; otros, ya difuntos, se purifican; otros, finalmente, gozan de la gloria, contemplando “claramente a Dios mismo, Uno y Trino, tal como es”.

El Papa Francisco hablando de la actitud con la que hay que esperar el juicio final se sirvió de la parábola de las vírgenes prudentes y necias (Mt 25, 1-13). “Se nos pide, estar preparados para un hermoso encuentro con Jesús. No tengamos miedo de mirar al juicio final. Dios nos ofrece con misericordia y paciencia este tiempo para que aprendamos cada día a reconocerlo en los pobres y en los pequeños para que nos comprometamos con el bien y estemos vigilantes en la oración y en el amor” (24 abril 2013).

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