La sangre de los mártires, semilla de cristianos

BeatificaciónEn el marco del Año de la Fe, el próximo 13 de octubre se celebrará en Tarragona la beatificación de 522 mártires españoles durante la persecución religiosa ocurrida durante la II República. Con ellos, la cifra de los mártires del siglo XX en España beatificados serán 1.523, de los que once son ya santos. Recordemos que sólo entre sacerdotes, seminaristas, religiosos y religiosas fueron martirizados en dicha persecución religiosa un total de 6.832 personas consagradas. Ahora serán beatificados 3 obispos, 97 sacerdotes, 3 seminaristas, 412 religiosos y 7 laicos.

Entre ellos de nuevo habrá un importante número de mártires nacidos en Navarra, un total de 29: 12 Hermanos Maristas, 3 Hijas de la Caridad; 2 Religiosos de los Sagrados Corazones; 2 Claretianos; 2 Redentoristas; 2 Hermanos de las Escuelas cristianas de la Salle (uno de ellos laico); 2 Benedictinos, 2 Hospitalarios de San Juan de Dios; 1 Capuchino; y 1 Sierva de María. De este modo, el total de mártires navarros beatificados desde 1989 se elevará a 79. La memoria litúrgica conjunta de todos los mártires españoles del siglo XX se celebra el 6 de noviembre.

El martirio es consustancial al ser de la Iglesia. “Por la fe, los mártires entregaron su vida como testimonio de la verdad del Evangelio, que los había transformado y hecho capaces de llegar hasta el mayor don del amor, con el perdón de sus perseguidores” (Benedicto XVI, Carta Apostólica Porta Fidei, 13). El ideal y paradigma del mártir es Jesucristo que nos lo muestra y demuestra desde la Cruz. De ahí que quien muere explícita o implícitamente en nombre de la fe por Cristo es reflejo de su entrega generosa e identificación en y por la Cruz de Cristo. Una multitud innumerable de cristianos han sido cautivados por el testimonio de Jesús y atraídos por la fuerza de su amor. Actualmente, cada cinco minutos, hay un mártir cristiano. Al año son miles y miles de fieles que mueren martirizados a causa de las persecuciones y simplemente por profesar la fe en Cristo. Los mártires se han sucedido sin interrupción en la historia de la Iglesia, que celebra al protomártir san Esteban al día siguiente del nacimiento de Jesús, y a los santos mártires inocentes dos días después.

“La causa del martirio es siempre la misma: el “odium fidei” (odio a la fe). Los perseguidores rechazan frontalmente todo cuanto signifique la presencia de Dios en la vida de los hombres: La persona de Cristo, su evangelio, sus mandamientos, su Iglesia, las personas consagradas a él, los lugares de culto, de evangelización o de acción caritativa, el testimonio público de la fe,… Lo que se quiere es que todo ello desaparezca, cortarlo de raíz. Al mártir se le presenta siempre la misma disyuntiva: apostatar de su fe para conservar la vida, o mantenerse fiel y ser martirizado. El mártir siempre elige el camino de la fidelidad y paga como tributo el sacrificio de la propia vida, sostenido interiormente por la gracia de Dios, el ejemplo de Jesús y la fuerza del Espíritu Santo” (Santiago Cañardo, Vicario Episcopal de Fe y Cultura de la Diócesis de Pamplona-Tudela).

Ya desde muy pequeño leyendo la experiencia y testimonio de los santos mártires, siempre me impresionaba su estilo de vida y el perdón a la hora de su muerte. Su actitud era reflejo del mismo gesto de Jesucristo desde la Cruz: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc 23,34). En el proceso de las canonizaciones esto se tiene muy en cuenta puesto que el verdadero amor debe ser reflejo de la misericordia y del perdón. La santidad lleva consigo el amor oblativo y misericordioso. En los mártires, a la hora de su muerte, perdonan a los ejecutores de tal atrocidad.

Nuestro santoral diocesano cuenta con la presencia constante de mártires, desde su comienzo hasta hoy. Esta riqueza de testigos manifiesta la hondura de la fe cristiana entre nosotros a lo largo del tiempo y nos anima a caminar por su senda, con la firme certeza de que seguir a Jesús, el Hijo único de Dios hecho hombre por nosotros, es siempre alcanzar el camino de la verdadera felicidad en la vida y la plenitud gloriosa en el Cielo.

A nosotros nos toca vivir lo que Benedicto XVI ha denominado “el «martirio» de la fidelidad cotidiana al Evangelio”, en medio de una sociedad pagana, que ignora y margina la fe. Para eso, es necesario que Cristo crezca en nosotros y sea Él quien oriente nuestro pensamiento y nuestras acciones. Entonces experimentaremos lo mismo que sintió san Pablo: “todo lo puedo en aquél que me conforta” (Flp 4,10). Ninguna contrariedad, ningún desprecio, nada puede apartarnos del amor de Dios manifestado en Cristo y de la misión evangelizadora que el Señor nos ha encomendado, pues su Espíritu nos sostiene interiormente y él mismo nos acompaña “todos los días, hasta el fin del mundo” (Mt 28,21).

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