Creo en la vidaCreo en la vida eterna es la segunda parte del último artículo del Credo. Es una consecuencia de la fe en la resurrección. Resucitaremos para vivir felices en la vida eterna metidos en el amor de Dios. El proyecto de la vida eterna aparece al final del Credo, pero es lo que tenemos que poner al inicio de nuestro camino en la vida. Vamos hacia una meta que es la vida eterna. Tenemos que elegir el mejor camino para llegar. Todo lo que nos suceda en esta vida, también la muerte, tendrá un sentido si conseguimos llegar felizmente a la meta del cielo.

El pensamiento de la vida eterna además de recordarnos el camino que hemos de seguir nos anuncia especialmente las últimas realidades que han de suceder para llegar a ella. Creemos que después de la muerte habrá un juicio. Cada uno dará cuenta ante Dios de lo que ha hecho en la vida. El Evangelio lo recuerda en la parábola del pobre Lázaro y del rico Epulón. Ambos son juzgados y tienen un destino dispar. Uno va a la felicidad y el otro al suplicio eternos (cf. Lc 16, 22). Para llegar al cielo es necesario morir en gracia de Dios y poder responder con buenas obras realizadas al examen de Cristo que será amigo y hermano misericordioso y también juez justo. Dice San Juan de la Cruz: “A atardecer de la vida te examinarán en el amor” (Avisos y sentencias, 57).

Nosotros aspiramos al cielo donde viviremos eternamente en el amor de la Santísima Trinidad, con la Virgen María, los santos y todos los salvados, alabando eternamente la bondad de Dios. “El cielo es el fin último y la realización de las aspiraciones más profundas del hombre, el estado supremo y definitivo de dicha”. (CEC 1024) Nos anima con hermosas palabras San Cipriano de Cartago: “¡Cuál no será tu gloria y tu dicha!: Ser admitido a ver a Dios, tener el honor de participar en las alegrías de la salvación y de la luz eterna en compañía de Cristo, el Señor tu Dios […], gozar en el Reino de los cielos en compañía de los justos y de los amigos de Dios, las alegrías de la inmortalidad alcanzada” (Epistula 58, 10).

[pullquote2]Para llegar al cielo es necesario morir en gracia de Dios y poder responder con buenas obras realizadas al examen de Cristo que será hermano misericordioso y juez justo.[/pullquote2] A este respecto hay una experiencia de una joven beatificada por el Papa Benedicto XVI que se llama Chiara Luce. Y en los últimos momentos de su vida decía: “No veo la hora de irme ya al Paraíso”. Es un momento culmen de una ofrenda hecha por amor a Jesucristo. Ya no la importa ninguna otra cosa. Sólo piensa en el amor de Dios y quiere ya poseerlo para siempre. La enfermedad dura y difícil, por la que tuvo que pasar la Beata Chiara Luce, le hace comprender que sólo en Dios uno encuentra la verdadera salud y felicidad.

Cualquier momento de dolor ofrecido por amor era para ella un momento de ofrecimiento agradable para el Señor. Relata ella misma: “estaba demasiado absorbida por muchas ambiciones, proyectos y más cosas (que ahora me parecen tan insignificantes, fútiles y pasajeras). Me esperaba otro mundo, y no me quedaba más que abandonarme. Pero ahora me siento envuelta en un espléndido designio que se me va desvelando poco a poco”. La víspera de su muerte quiere despedirse de sus amigos, que están en casa. No le queda ni un hilo de fuerza, pero consigue de todos modos reservarles una sonrisa a cada uno o un signo con la mano. Giuliano está entre está entre ellos y dice: “Hay que tener el valor de dejar de lado ambiciones y proyectos que destruyen el auténtico sentido de la vida, que es creer en el amor de Dios y nada más”.

Termina el credo con la palabra “Amén”, que por ser tan repetida puede ser rutinaria y pasar desapercibida. Significa que estamos de acuerdo con todo lo dicho, que deseamos de todo corazón que sea así como lo hemos profesado. Significa que creemos que Dios es fiel y que podemos confiar en Él. Bien merece vivir para Dios en la vida si después se puede vivir para siempre con él.

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