Homilía del Arzobispo en la Misa Crismal

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  misa crismalllCon gozo nos volvemos a reunir en torno al altar para celebrar solemnemente esta Misa Crismal. Bienvenidos y felicidades por vuestro sacerdocio. Como cada Jueves Santo queremos hacer visible la unidad del presbiterio ante Dios, ante nosotros mismos y ante el pueblo cristiano. En este clima de comunión profunda haremos la bendición de los Óleos y la Consagración del Santo Crisma y renovaremos públicamente nuestros compromisos sacerdotales de obediencia, pobreza y celibato.

En la renovación de las promesas volveremos a proclamar que queremos unirnos más fuertemente a Cristo y configurarnos con él, renunciando a nosotros. Es el compromiso más importante del que dependen los demás. Toda nuestra vida de sacerdotes está basada en el convencimiento de ser y actuar in nomine et in persona Christi. Y no dejamos de estudiar, de reflexionar y de predicar a Jesucristo, Señor nuestro.

Jesucristo no es un personaje del que podemos decir muchas cosas y sobre el que se puede hablar y escribir libros enteros, pero con el que nunca se habla. Jesús es una persona con la que nos relacionamos personalmente; no se trata de hablar de él, sino de hablar con él y vivir en él. Es fácil recordar lo que aprendimos en la asignatura de Cristología y repetir incluso la magnífica fórmula de Calcedonia que nos enseña que es “una sola persona con dos naturalezas”.

P1030882Esta es una fórmula dogmática esplendida que define quién es Jesús, pero la definición no es Él. Ocurre como con el agua, los científicos nos dicen que es H2O, y llevan razón, pero no esperamos que al abrir el grifo salga una fórmula, sino el agua que sacia nuestra sed. En los últimos decenios se ha investigado otra vía de acercamiento al Jesús histórico y han surgido varias hipótesis válidas, pero tampoco nos conducen a él. A lo sumo, podremos decir como los discípulos de Emaús: “Algunos de los nuestros fueron al sepulcro y lo encontraron como les habían dicho las mujeres, pero a él no lo vieron” (Lc 24,24). Somos capaces de recopilar  y analizar las memorias sobre Jesús, pero no nos encontramos con el hijo de María que es el Hijo de Dios.

¿Cómo podemos entonces conocer al Jesús real, que está detrás de las fórmulas dogmáticas y más allá de las investigaciones históricas? Tenemos una vía excepcional, el Espíritu Santo enviado por el Hijo. El Espíritu Santo, dijo el Señor, os lo enseñará todo, él dará testimonio de mi (cf Jn 15,26). Cada uno de nosotros hemos sido ungidos por el Espíritu santo en el Bautismo y, de modo especial, en nuestra ordenación. ¡Qué bien suenan hoy las palabras de Isaías que repitió Jesús en la sinagoga de Nazaret: “El Espíritu del Señor, está sobre mí, porque me ha ungido”! (Is 61,1).

La venida del Espíritu Santo en Pentecostés se tradujo en una repentina iluminación de la persona de Jesús y del sentido de todo lo que realizó en la tierra, como resumió Pedro en su primer discurso: “Sepa con certeza la casa de Israel que Dios ha constituido Señor y Cristo a ese Jesús al que habéis crucificado” (Hch 2,36). Hoy también se hace realidad aquella promesa de la presencia del Espíritu Santo en el corazón de cada sacerdote.

Si es verdad que “nadie puede decir Jesús es el Señor, si no es por el Espíritu Santo” (1 Co 12,3), también es cierto que en virtud del Espíritu Santo podemos tener a Jesús por amigo, porque, al haber resucitado, está vivo y está a nuestro lado. Estos días santos en que tantas veces vamos a hablar de Jesús y vamos a hablar con él, deberemos invocar al Espíritu Santo para que ponga en nuestros labios las palabras oportunas que nos acerquen a nosotros y a nuestros fieles a Jesucristo muerto y resucitado.

2.- Nos ha enviado para anunciar el Evangelio a los pobres. En el envío del sacerdote resuena la llamada de Dios a Abrahán o el envío de los Apóstoles a predicar al mundo entero y hacer discípulos de Jesucristo y, por qué no recordarlo, el envío de nuestro querido San Francisco Javier. En estos momentos es el Papa Francisco quien nos recuerda este mandato siempre tradicional y siempre nuevo.

P1030886Estamos, suele decir, en una Iglesia de salida, en una iglesia evangelizadora, misionera: “Cada cristiano y cada comunidad discernirá cuál es el camino que el Señor le pide, pero todos somos invitados a aceptar esta llamada: salir de la propia comodidad y atreverse a llegar a todas las periferias que necesitan la luz del Evangelio” (Evangelii gaudium 21). Hoy queremos recordar solemnemente que nuestra condición misionera nos impregna de alegría, del gozo de transmitir el tesoro más preciado que el Señor ha puesto en nuestras manos, la buena nueva de Jesús. Él nos ha amado tanto que se ha entregado a la muerte por nuestros pecados, y ha resucitado para nuestra justificación.

Salir a las periferias, ha dicho el Santo Padre desde su primera homilía el miércoles santo del año pasado: “Vivir la Semana Santa siguiendo a Jesús, son sus palabras, quiere decir aprender a salir de nosotros mismos, ir al encuentro de los otros, ir a la periferia, ser los primeros en movernos hacia nuestros hermanos, sobre todo hacia los que están más lejos, aquellos que están olvidados, aquellos que necesitan comprensión, consuelo y ayuda» (Homilía Misa Crismal, 28.III.2013). Alude una y otra vez a esta expresión que tiene un amplio abanico de significados.

¿No os parece que es un bello comentario del texto que hoy nos ocupa porque lo hemos proclamado solemnemente en la liturgia: “Me ha enviado para anunciar el Evangelio a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos la vista; para dar libertad a los oprimidos, para anunciar el año de gracia del Señor”(Lc 4, 20-21). En la periferia están todos los que se sienten rechazados por el orden establecido, los que carecen de medios materiales para sobrevivir, pero también los que carecen del acceso a una educación digna o a una salud necesaria; y, muy especialmente, los que carecen de la fe que puede iluminar sus vidas. Todo esto hace urgente la nueva evangelización que comienza con la conversión personal y prosigue por la búsqueda de soluciones de los problemas humanos y religiosos de nuestros hermanos los seres humanos.

Una palabra más para subrayar el solemne rito de la bendición de los óleos y la consagración del crisma. La unción con el óleo tiene su origen en el Antiguo Testamento cuando se ungía a los reyes y a los sacerdotes; desde el Nuevo Testamento se usan los Santos Óleos en la administración de los sacramentos, también, y de modo singular, en el Sacramento del Orden Sacerdotal.

El año pasado reflexionaba el Papa Francisco sobre esto y decía unas bellas palabras que os repito como conclusión de mi homilía: “El óleo precioso que unge la cabeza de Aarón no se queda perfumando su persona sino que se derrama y alcanza «las periferias». El Señor lo dirá claramente: su unción es para los pobres, para los cautivos, para los enfermos, para los que están tristes y solos. La unción, queridos hermanos, no es para perfumarnos a nosotros mismos, ni mucho menos para que la guardemos en un frasco, ya que se pondría rancio el aceite… y amargo el corazón” (Homilía misa Crismal 28.III.2013).

Queridos sacerdotes, tenemos que llevar el buen olor de Cristo, el Crisma, a nuestros fieles, siendo para ellos ejemplo en el pensar, en el sentir y en el comportamiento.

Termino con la invocación a nuestra Señora, la Estrella de la nueva evangelización, para que seamos capaces de llevar la alegría del Evangelio a todos los rincones de nuestra Diócesis, y para que nadie quede privado de su luz. n

Mons. Francisco Pérez González
Arzobispo de Pamplona y Obispo de Tudela
15 de Abril en Catedral de Tudela
y 16 de Abril en Catedral de Pamplona

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