El domingo tiempo de Dios y para Dios

Sagrado Corazón de JesúsLo mismo que las estaciones, tan diversas y variadas, marcan el ritmo de la naturaleza para su vida, desarrollo y progreso, así mismo el calendario litúrgico de la Iglesia distribuye las celebraciones del misterio cristiano, muy de acuerdo con la psicología humana, a lo largo de los tiempos litúrgicos. De esta manera el año litúrgico se inicia con el tiempo de Adviento, que consta de cuatros semanas para preparar la gran fiesta de Navidad. Lo mismo sucede con la fiesta mayor de los cristianos, la Pascua, que viene precedida de cuarenta días del tiempo de Cuaresma. La mayor parte del año lo ocupa el tiempo ordinario.

En Adviento se siembra la Palabra de Dios y se comienza a cultivar el espíritu esperando con la paciencia del agricultor. En Cuaresma  se pone a prueba la virtud con los rigores del sacrificio, el esfuerzo y la penitencia y finalmente se cosechan feliz y gozosamente los frutos de la vida de la gracia. El calendario litúrgico está salpicado de muchas fiestas del Señor, de la Virgen María y de los Santos.

Así la Iglesia vive el correr del tiempo sacralizándolo con celebraciones periódicas, que abarcan todo el misterio de Cristo y ayudan a vivir y desarrollar la vida cristiana. El misterio de Cristo, su obra salvadora, se va actualizando en el tiempo.
El tiempo, desde el punto de vista tanto antropológico como religioso,  es un don sagrado. Desde la visión religiosa, todos los momentos resultan sumamente relevantes porque son ocasiones de encuentro con Dios, de vivencias espirituales y de relación con las fuerzas sobrenaturales. En el tiempo y el espacio suceden las “manifestaciones de Dios”. La gran Vigilia Pascual comienza con un el rito en el atrio de  los templos que expresa lo que significa el tiempo para el cristiano. Se hace un fuego para sacar de él la luz nueva, se enciende y bendice el cirio pascual, símbolo de Cristo Resucitado.

El celebrante lo marca con una cruz, que lleva en la cabecera y en la base la primera y última letra del alfabeto griego y está flanqueada por las cifras de cada año. La propia fórmula litúrgica enseña por qué se hace. Dice el sacerdote mientras realiza los gestos de escribir sobre el cirio: “Cristo, ayer y hoy. Principio y fin. Alfa y omega. Suyo es el tiempo y la eternidad. A Él sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén”. Cristo es el centro del tiempo. Con este signo se expresa que mientras duren en el cirio las cifras del año, todo él está ofrecido al Señor para que las celebraciones, las oraciones, las buenas obras, toda la vida cristiana, sea alabanza a Dios, que sube hasta el cielo como la llama ardiente del cirio. Es un símbolo muy hermoso.
Pero no sólo se consagra el año en su conjunto de una vez, sino que la liturgia divide el año en tiempos litúrgicos, que los fracciona por semanas con la celebración de la Eucaristía el domingo. Más todavía, a lo largo de cada día ofrece el rezo del oficio divino de las horas. Así prácticamente cada instante de la vida se proyecta hacia Dios. Sobre todo la celebración del domingo manifiesta que el tiempo es de Dios y para Dios. Lo explica bien el preámbulo de la manifestación de Dios a Moisés en el Sinaí para darle el decálogo. “Acuérdate del día del sábado para santificarlo. Seis días trabajarás y harás tus obras, pero el séptimo día es día de descanso, consagrado a Yahvé tu Dios… pues en seis días hizo Yahvé los cielos y la tierra, el mar y cuanto contiene y el séptimo descansó; por eso bendijo Yahvé el día del sábado y lo santificó” (Ex 20, 8-11).

Para los cristianos el sábado ha sido sustituido por el domingo, porque este es el día de la resurrección de Cristo. Como “primer día de la semana” (Mc 16, 2), recuerda la primera creación; como “octavo día, que sigue al sábado, significa la nueva creación inaugurada con la Resurrección de Cristo. Es considerado, así, por todos los cristianos como el primero de todos los días y de todas las fiestas: el día del Señor, en el que Jesús con su Pascua, lleva a cumplimiento la verdad espiritual del sábado judío y anuncia el descanso eterno del hombre en Dios” (cf. Compendio del Catecismo, 453). Es como si Dios nos dijese: todo el tiempo y todos días son míos. Os los regalo. Consagradlos a mi nombre. Pero especialmente un día, un solo día, el domingo, devolvédmelo todo íntegro santificándolo.

Cuando se enfoca la existencia humana como un tiempo de Dios cambian radicalmente las convicciones y motivaciones sobre por qué y para qué vivimos. En esta perspectiva el domingo se convierte en la mejor manifestación de los valores que sustentan la vida cristiana. Al ser el domingo la Pascua semanal, en la que se recuerda y se hace presente el día en el cual Cristo resucitó de entre los muertos, es también el día que revela el sentido del tiempo” (Carta Apostólica de San Juan Pablo II, “Dies Domini”, 75).

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