Vida ConsagradaLa fiesta de la Santísima Trinidad es una invitación a profesar nuestra fe en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, y alabar y bendecir el amor que manifiesta este misterio, tal como se nos ha revelado en Jesucristo. Es también una invitación a anunciarlo a todos los hombres. En el evangelio de esta fiesta escuchamos el mandato de nuestro Señor Jesucristo: “Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo cuanto os he mandado” (Mt 28, 19-20). Como discípulos de Jesús todos estamos comprometidos a evangelizar.

La oración es la razón fundamental e imprescindible que debemos poner en práctica los cristianos a la hora de desempeñar la misión evangelizadora. «Evangelizadores  con Espíritu  quiere  decir  evangelizadores que oran y trabajan», dice nuestro papa Francisco. «Desde el punto de vista de la evangelización, no sirven ni las propuestas místicas sin un fuerte compromiso social y misionero, ni los discursos y praxis sociales o pastorales sin una espiritualidad  que transforme el corazón… Sin momentos detenidos de adoración, de encuentro orante con la Palabra, de diálogo  sincero  con el Señor, las tareas fácilmente se vacían de sentido, nos debilitamos por el cansancio y las dificultades, y el fervor se apaga. La Iglesia necesita imperiosamente el pulmón de la oración…» (EG, 262).

En la tarea evangelizadora es preciso reconocer la primacía de Dios. Así nos lo recuerda, nuevamente, el papa Francisco: “No es lo mismo tratar de construir el mundo con su Evangelio que hacerlo sólo con la propia razón. Sabemos bien que la vida con Él se vuelve mucho más plena y que con Él es más fácil encontrarle un sentido a todo” (EG, 266).

El próximo domingo día 15, festividad de la Santísima Trinidad, celebramos la Jornada “Pro orantibus”, en esta ocasión con el lema “Evangelizamos orando”. Un día en el que se nos invita a orar por los consagrados masculinos y femeninos en la vida contemplativa. Al mismo tiempo, quiere dar a conocer la vocación contemplativa, tan actual y tan necesaria en el Iglesia y en el mundo.  El Concilio Vaticano II dice: “En los institutos contemplativos sus miembros dedican todo su tiempo únicamente a Dios en la soledad y en el silencio, en la oración constante y en la penitencia practicada con alegría…” (PC, 7).

Efectivamente, ellos nos ayudan a poner la vista en lo esencial, a cultivar sin  reduccionismos todos los aspectos de la evangelización. Para nuestra sociedad, inmersa en el torbellino del ruido, las personas contemplativas, desde su silencio elocuente y fecundo, son centinelas que señalan lo que es esencial y duradero gracias a su atenta escucha a la voz del Espíritu. No tengamos miedo de hacer silencio fuera y dentro de nosotros si queremos ser capaces no sólo de percibir la voz de Dios, sino también la voz de quien está a nuestro lado.
Pido al Señor, queridos contemplativos y contemplativas, que recorráis el camino de la fe para iluminar, de manera cada vez más clara, la alegría y el entusiasmo renovado del encuentro con Cristo, pues sólo en Él tenemos la certeza para mirar el futuro y la garantía de un amor auténtico y duradero.

Os invito a todos, y de forma especial a los jóvenes, a conocer, de cerca, la gran riqueza de la vida contemplativa, a valorar la grandeza de este don a la Iglesia y a orar con ellos y por ellos. Nos unimos a su oración, especialmente durante esta Jornada, para rogar al “Dueño de la Mies” nuevas vocaciones de consagración a la vida contemplativa, y agradecemos su entrega fiel y apoyo ante el Señor por esta Iglesia diocesana.

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