El 3 de diciembre de 1958, la Iglesia de Navarra se comprometió a ser una “Diócesis Misionera”. Así lo confirmaba el entonces Arzobispo de Pamplona, Mons. Enrique Delgado Gómez, al afirmar que “la mejor manera de poder ser misioneros es fundamentándonos en la enorme santidad sacerdotal”. Se abrían, entonces, nuevos caminos de cooperación misionera diocesana, con personal y medios materiales y económicos propiamente diocesanos.

Fruto de un gran entusiasmo misionero e impulsados por la Encíclica del Papa Pío XII “Fidei Donum”, en donde se remarcaba que los obispos eran consagrados “no sólo para una diócesis determinada sino para la salvación de todo el mundo” e invitaba a cooperar con el envío de sacerdotes y seglares diocesanos a territorios de misión, más de 200 sacerdotes, religiosos, religiosas y seglares de nuestra Diócesis de Pamplona y Tudela respondieron a la llamada del Papa y fueron enviados a anunciar a Jesucristo y a encarnar gozosamente el Evangelio en la vida de cada pueblo, a colaborar con las Iglesias particulares, especialmente de África y Latinoamérica.

Este año, el lema elegido para celebrar el próximo 3 de diciembre el Día de la Misión Diocesana, “Recobremos la alegría de evangelizar”, se sitúa en continuidad con el lema del Domund: “Renace la alegría”,  y de la Exhortación Apostólica del Papa Francisco, “Evangelii Gaudium” (“La alegría del Evangelio”). La evangelización es tarea de cada cristiano. El impulso misionero es una señal clara de la madurez en una comunidad eclesial. No olvidemos el derecho de todos los hombres y mujeres a recibir el mensaje del Evangelio, porque con Jesucristo siempre renace la alegría. Salgamos de nuestras comodidades y atrevámonos, como nos invita el Papa, “a llegar a todas las periferias que necesitan la luz del Evangelio” (EG 20). Porque insiste en que cerca de nosotros hay rincones que anhelan la presencia de Jesús y nosotros somos responsables de hacerlo presente en esos lugares y para esas personas. La alegría del cristiano es una certeza que brota de la fe, que serena el corazón y capacita para anunciar la Buena Noticia del amor de Dios. Si nos hemos enamorado de Cristo, si hemos experimentado su amor por cada uno de nosotros, no podemos menos que anunciarlo y llevarlo gratuitamente a todas partes como un regalo que se ofrece, simplemente porque se tiene el corazón lleno de la alegría que produce el seguimiento a Jesús.

Trabajemos, pues, para encontrar la belleza de la fe, el sentido pleno de una vida conforme a las enseñanzas de Jesús, la alegría de una amistad serena con Cristo que cambia la vida, ofrece esperanza y fortalece la caridad.
Somos testigos de que en la misión, la alegría renace cada día. Ser misionero es caminar con alegría, construir con amor y confesar con valentía.  Con pies ligeros, manos suplicantes y corazón apasionado. Es la alegría que brota del manantial de la vida que es Cristo. El trabajo del misionero es hacer renacer la alegría, llevar alegría a la vida de los que sufren por la injusticia o la violencia, a los agobiados y marginados, como el agua fresca del manantial que sacia la sed.

Como recordaba San Juan Pablo II, estamos invitados a “recordar con gratitud el pasado, vivir con pasión el presente y abrirnos con confianza al futuro”. El Espíritu Santo nos sigue impulsando al compromiso misionero, a una espiritualidad misionera llena de entusiasmo, porque sigue vigente el mandato de Jesús: “Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura…” (Mc 16, 15).

En el Día de la Misión Diocesana quiero agradecer a todos aquellos que aceptaron ser enviados para colaborar en las Iglesias particulares de Latinoamérica y África. Y a vosotros, queridos diocesanos, pido el apoyo de vuestra oración, de vuestro afecto y también de vuestra ayuda económica. Nuestros misioneros diocesanos tienen unas necesidades concretas para poder llevar a cabo su misión. Seamos generosos. En su nombre y en el mío propio os agradezco vuestra oración, vuestro interés y vuestra solidaridad.

Pidamos, por intercesión de San Francisco Javier, Patrón de Navarra y de las Misiones, que la alegría del Evangelio de Jesucristo inunde nuestros corazones para transformarnos en misioneros de la esperanza y transmitamos Vida Nueva a toda la humanidad.

Con mi afecto y bendición.

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