Con la fiesta de la Anunciación del Señor, el miércoles 25 de marzo, celebramos la «Jornada por la Vida», este año con el lema: “Hay mucha vida en cada vida”. A través de este día queremos reconocer y apreciar el don precioso de la vida humana, independientemente de cualquier circunstancia o condición. Toda vida humana es valiosa porque toda persona humana es imagen de Dios. Y para Dios, todos y cada uno de los seres humanos poseen un valor excepcional, único e irrepetible.

Como nos recuerda el Mensaje de la Subcomisión Episcopal de Familia y Vida de la Conferencia Episcopal Española: “Algunas personas son sujetos de una particular necesidad, vulnerabilidad o discapacidad. Lamentablemente hay quien piensa que esas vidas no merecen la pena y no son dignas de ser vividas. Ello es debido a que se considera que la vida sólo merece respeto cuando supera un cierto nivel de ‘calidad de vida’. Esta forma de pensar muestra la incapacidad de apreciar el valor y la dignidad de toda vida humana, más allá de sus condicionantes”. La vida nunca puede ser valorada desde el criterio exclusivo de la calidad o del bienestar material puesto que la vida humana no es un objeto de “usar y tirar” sino un sujeto sagrado.

[pullquote3 align=»left» textColor=»#888888″]Cuando se deforma la verdad sobre el valor y respeto a la vida y se contempla con dolor y preocupación los ataques frontales e interesados contra este derecho fundamental y la amenaza de nuevos pasos, que se anuncian bajo el sofisma de progreso y modernidad, urge decir que no es un derecho  interrumpir una vida, ni adelantar una muerte.[/pullquote3]La herida infligida por tantos atentados contra la vida humana, todos ellos contrarios a la razón y a la revelación cristiana, tales como el aborto y las manipulaciones de embriones que destruyen y desechan vidas humanas concebidas y en desarrollo, o la eutanasia de diverso género, que ya alcanza en algunas legislaciones incluso la vida de los niños discapacitados o caídos en enfermedades irreversibles, entre otras, aflige profundamente la conciencia moral de nuestras sociedades. Una sociedad que no respete y aprecie la vida humana, es una sociedad decadente e inhumana.

Cuando se deforma la verdad sobre el valor y respeto a la vida y se contempla con dolor y preocupación los ataques frontales e interesados contra este derecho fundamental y la amenaza de nuevos pasos, que se anuncian bajo el sofisma de progreso y modernidad, urge decir que no es un derecho  interrumpir una vida, ni adelantar una muerte. Toda norma que deje desprotegido el derecho fundamental de la vida siempre conllevará una grave injusticia y una violación a los derechos fundamentales de la persona.

Todos estamos llamados a implicarnos en la defensa de la vida en todos los estadios de la misma y especialmente de la más vulnerable, débil e indefensa. Un ser humano no pierde nunca su dignidad humana sea cual sea la circunstancia física, psíquica o relacional en la que se encuentre. Debemos evitar que la “cultura de la muerte” promocione, en las legislaciones civiles, agresiones contra la vida, presentadas como si fuesen manifestaciones de progreso o, aún más, como muestras de un auténtico humanitarismo.

Decir ‘sí’ a la vida es ofrecer un signo de esperanza a una sociedad que parece haberla perdido. La vida humana es un valor sagrado que debemos respetar y que toda legislación debe proteger. Urge anunciar, en nuestra sociedad, la “cultura de la vida”, una visión del ser humano en positivo, reivindicando las raíces de sus derechos fundamentales y aportando en la conciencia social el valor de la vida y la dignidad de la persona.

Que en este tiempo de Cuaresma, tiempo de conversión, renovemos nuestro compromiso por la vida. Y que la Virgen María, que en el misterio de la Encarnación acogió en su seno al que es la Vida, Jesucristo, nos sostenga en este camino cuaresmal que conduce a la Pascua, fiesta de la Vida.

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