La adoración de la Eucaristía es una consecuencia de la fe en la presencia real de Jesús bajo las especies de pan y de vino. Jesús mostró su inmenso amor “hasta el extremo” de quedarse con nosotros. Esta presencia es el mayor tesoro de la Iglesia. Porque queremos devolverle tanto amor conservamos la especie eucarística del pan en los sagrarios. Queremos tenerlo cerca y estar con Él. Con la adoración prolongamos su presencia en la celebración de la misa.

Adorar significa rendir culto, reconocer que Cristo es mi Señor, la majestad, la misericordia de Dios. También significa honrar con afecto y amor a alguien. Para nosotros es entrar en íntima relación con el Señor. La adoración sólo se ofrece a Dios. A la Virgen María y a los santos los veneramos. La adoración eucarística es el acto de reconocer que Dios mismo está en Jesús-Eucaristía. El Señor se hace presente en la humildad y sencillez del pan, el alimento más común en nuestras mesas. “Qué hermoso ver hasta donde nos ha amado Dios que se ha hecho PAN por nosotros para alimentarnos de su Cuerpo y se ha hecho presente en el cuerpo de los pobres para que los podamos alimentar dándoles el pan” (Beata Teresa de Calcuta).

[pullquote3 align=»left» textColor=»#888888″]También un acto de adoración sencillo es santiguarse al pasar delante de un templo. Con este gesto sencillo se reconoce la presencia de Alguien que merece este saludo de respeto.[/pullquote3]Los actos de adoración son variados en formas y profundidad. La eucaristía es toda ella una adoración, pero tiene momentos destacados en los que se adora expresamente. Cuando el sacerdote eleva la forma consagrada y el cáliz, invita al pueblo a arrodillarse, a hacer un gesto de adoración profunda y a proclamar su adoración. Existe la buena costumbre, que se va generalizando en muchos cristianos, de decir en esos momentos, en el silencio de su corazón, las palabras de Apóstol incrédulo Tomás: “Señor mío y Dios mío”. Después de la comunión hay un silencio profundo. Es un momento privilegiado para que cada uno adore al Señor en su interior.

También un acto de adoración sencillo es santiguarse al pasar delante de un templo. Con este gesto sencillo se reconoce la presencia de Alguien que merece este saludo de respeto. Muchas personas no se conforman con el sólo gesto de santiguarse sino que entran al templo, que se conserva abierto para que se pueda visitar al Señor. Son las visitas al Santísimo. Por ello conviene que los templos estén abiertos el mayor tiempo posible.

Pero hay momentos sobresalientes de adoración como prolongación de la eucaristía. Las procesiones de la Fiesta del Corpus Christi son manifestaciones de adoración pública y solemne por nuestras plazas y calles. Con mucha frecuencia se hace en los templos y capillas la exposición, adoración y bendición con el Santísimo. Son momentos de  silencio, meditación, oraciones, rezo de los salmos y lecturas bíblicas. Constituyen un enriquecimiento espiritual inigualable donde se fundamenta la vida de fe, esperanza y caridad de los fieles. Puestos de cara al Señor se adquiere la madurez en la fe y se da un sentido y una dirección segura a la vida entera. De estos encuentros se sale animosos lanzados a un compromiso decidido para vivir la caridad.

Existen muchos grupos de adoración eucarística nocturna que realizan vigilias una vez al mes y en momentos importantes durante el año. El culto eucarístico siempre es adoración ya sea en la misa, comulgando o estando ante el Señor. Dice el papa emérito Benedicto XVI citando a San Agustín: “Nadie coma de esta carne sin antes adorarla… pecaríamos si no la adoráramos” (SC 66).

La adoración perpetua en capillas abiertas día y noche, con turnos de vela seguidos, es una iniciativa sobresaliente en la adoración eucarística. Acaba de celebrarse en El Escorial (Madrid) la reunión de representantes de 33 capillas que hay ya en España. Entre nosotros tenemos una en Pamplona, en la Basílica de San Ignacio. Esta capilla expresa que todos los fieles cristianos de Navarra estamos atentos al Señor día y noche, representados por las personas que pasan allí horas llenas de amor. No es un lujo, es una dulce y necesaria obligación de amor. El que adora corresponde al amor recibido y testimonia su fe viviendo la fraternidad que junto al Señor ha aprendido.

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