Carta pastoral con motivo del Día del Seminario 2015.

Celebramos en esta ocasión la solemnidad de San José en el contexto del Año Teresiano. Precisamente el lema del Día del Seminario: “Señor, ¿qué mandáis hacer de mí?”, inspirado en una conocida poesía de la santa de Ávila, nos pone sobre la pista del gran reto de la cuestión vocacional en la Iglesia de nuestro tiempo: no habrá vocaciones, a la vida matrimonial, a la vida religiosa, al sacerdocio, si no se da un encuentro auténtico con el Dios verdadero, por quien y para quien merece la pena entregarlo todo. Sólo un joven que haya conocido a Jesucristo, que haya saboreado la amistad con Él y que conozca su poder y misericordia para transformar el mundo puede valorar la necesidad del sacerdocio y llegar a escuchar la llamada a este servicio tan hermoso como imprescindible. Es necesario que brillen en nuestra Iglesia las virtudes que adornaron la vida de José, a fin de que nuestras comunidades cristianas sean evangelizadoras y susciten la inquietud vocacional: vida interior, humildad, obediencia a Dios y laboriosidad.

El mismo Concilio Vaticano II invita a adentrarse en la experiencia de cumplir más la voluntad de Dios que la propia voluntad: “Entre las virtudes más necesarias en el ministerio de los presbíteros recordemos la disposición de ánimo para estar siempre pronto para buscar no la propia voluntad sino el cumplimiento de la voluntad de Aquél que los ha enviado” (P.O., 15). Tal vez es la prueba más excelente de lo que significa la profesión del amor a Dios. No por menos para Teresa de Jesús, quien en sus momentos más hondos de la vida espiritual afirma que nada le importa tanto como obedecer la voluntad de Dios: “Si queréis dadme oración, si no dadme sequedad, si abundancia y devoción y sino esterilidad. Soberana majestad, sólo hallo paz aquí. Vuestra soy, para vos nací ¿Qué mandáis hacer de mí?” (Poesía “Vuestra soy”, estrofas 5-7. Obras completas, BAC 5ª, Madrid 1976).

[pullquote3 align=»left» textColor=»#888888″]Si hemos de tener los mismos sentimientos de Cristo, sabemos que lo más importante es decir ‘sí’ a Él y ‘no’ a nosotros.[/pullquote3]Jesucristo, en todas sus manifestaciones y actitudes, buscó una sola cosa: cumplir la voluntad del Padre. “No quien dice Señor, Señor entrará en el Reino de los Cielos, sino quien hace la voluntad de mi Padre” (Mt 7,12). Si hemos de tener los mismos sentimientos de Cristo, sabemos que lo más importante es decir ‘sí’ a Él y ‘no’ a nosotros. Quien quiera seguirle ha de atenerse a las consecuencias: “Si alguno quiere venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y que me siga” (Mc 8,34). El sacrificio de alabanza que Él espera de nosotros es el ofrecimiento de lo más íntimo que tenemos, es decir, lo que más nos pertenece: nuestra propia voluntad. Vivimos en la época de la exaltación del yo, de la autonomía de la persona y de la libertad como fin en sí misma, de la autosatisfacción como realización del individuo, del placer considerado como el criterio de las propias opciones y el secreto de la felicidad. Y conocemos las consecuencias nefastas y desastrosas a las que lleva esta falsa cultura.

lavatorio piesPara dejarse uno hacer por Dios se ha de vivir en su presencia y de modo especial en la oración. Si os cuento mi propia experiencia nunca olvidaré mis años en el Seminario. Nos infundían mucho el sentido y espíritu de la oración y mi modo de rezar era estar muchos ratos hablando con Jesús Eucaristía. No me hablaba pero sentía su calor de amigo; no jugaba pero me entretenía; no comía pero me sentía saciado; no estudiaba pero de Él recibía sabiduría; no me quitaba el dolor pero me aliviaba… Eran momentos intensos de amistad con el mejor Amigo.

A medida que he ido creciendo en edad he necesitado mucho más de su fuerza amorosa y en cada momento el encuentro con Él ha sido un mayor empeño y compromiso para entregarme a los demás. Sin Cristo me es imposible amar al hermano o perdonar. Ahora comprendo el drama que deben sufrir quienes no tienen el regalo de la fe. Sin el amor de Dios, mi vida sería un desierto vacío y seco. Nada hay comparable a este amor. Muchas noches encuentro el descanso a su lado y nadie me puede arrebatar los momentos que me alivia y enseña como Maestro. Su amor, mostrado y demostrado en la Cruz, hace una mella especial en mi vida. Ya no puedo prescindir, a pesar de mis fragilidades, de su amor. Es más cercano que mi misma persona y más fuerte que mis propios impulsos y deseos.

He pasado por momentos gozosos, los más, pero también dolorosos, y siempre lo he tenido a mi lado y me ha mostrado que su amor es más fuerte que el sufrimiento y la propia enfermedad. La oración se ha convertido en un arranque para vivir embelesado en Él. En cada paso, cada momento y cada circunstancia no puedo prescindir de Él. Nunca me deja en la estacada y siempre me anima con su voz imperceptible y suave, una voz más fuerte que mis propios gritos. La oración es el alimento de mi vida que me lleva a ser más propiedad de Dios que pertenencia de mí mismo. Sólo desde aquí encuentro la auténtica libertad y felicidad. Soy consciente de que aún me queda mucho trecho que recorrer, pero confío en Él. Y sigo diciéndole: “Señor, ¿qué mandáis hacer de mí? Sabes que soy frágil y débil pero me fío de ti que me darás fortaleza”.

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