Cuando dos personas que se aman mucho y se tienen que separar, calculando que la ausencia será larga, se suelen intercambiar un recuerdo, un signo, una fotografía, un detalle, que al verlo haga que se renueve el amor y el deseo de estar siempre juntas. La imaginación de la gente suele ser muy expresiva en estos casos, pero nunca puede llegar a la eficacia de los símbolos y sacramentos cristianos.

[pullquote3 align=»left» textColor=»#888888″]Símbolo es una palabra griega que significa poner juntas dos cosas que se hallaban separadas. En la antigua Grecia cuando dos personas tenían una relación de parentesco, amistad o un contrato rompían un palito o una cerámica y cada uno se quedaba con una parte. Era el símbolo que se transmitía de padres a hijos.[/pullquote3]Esto es lo que sucedió, en la Última Cena de Jesús, con sus discípulos. Los amaba “hasta el extremo” y sabiendo que se iban a separar, “deseó ardientemente” despedirse y dejarles un recuerdo inigualable. Se donó Él mismo, presente en el pan y en el vino de la Eucaristía. Ésta es la prenda, el símbolo, que nos garantiza que estaremos con Él reunidos en el cielo.

Símbolo es una palabra griega que significa poner juntas dos cosas que se hallaban separadas. En la antigua Grecia cuando dos personas tenían una relación de parentesco, amistad o un contrato rompían un palito o una cerámica y cada uno se quedaba con una parte. Era el símbolo que se transmitía de padres a hijos. Cuando se encontraban sus sucesores o representantes se hacían encajar ambas partes. El ajuste perfecto atestiguaba la identidad de quienes lo poseían. La relación se reconstruía con la misma fuerza original.

La Eucaristía es mucho más. No es sólo una información o un recibo, sino que nos hace entrar ya en una dinámica propia. Es ya la realidad, nos pone en comunión, nos reúne en sintonía perfecta, ensimismándonos y haciendo una misma realidad con Jesús. El símbolo o signo sacramental contiene el misterio que celebramos. “Los signos sacramentales significan y realizan la salvación obrada por Cristo y prefiguran y anticipan la gloria del cielo” (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 1152).

Jesús había anunciado repetidamente que se iba a dar en alimento y que comerle sería prenda de vida eterna. “El que come mi carne y bebe mi sangre tiene la vida eterna y yo lo resucitaré en el último día… el que come de este pan vivirá para siempre” (Jn 6,54-58). La Eucaristía se nos da como prenda de la gloria futura y anticipación de la gloria celestial. Con razón la liturgia reza con frecuencia en la oración al final de la Eucaristía: “Te damos gracias, Padre, porque ya en esta vida mortal nos has hecho gozar del manjar del cielo. Concédenos, que por esta prenda de gloria eterna pasemos de esta mesa de la tierra al banquete eterno de tu Reino”.

La Eucaristía es una garantía, un aval, un seguro, para entrar en el cielo. La comunión en forma de viático, suele darse junto con la Unción de los Enfermos y también aparte. Tiene el sentido de fortalecer, acompañar y presentar ante Dios a quienes lo reciben. Es muy importante catequizar a los fieles en este sentido, considerando la que será quizás la última comunión, como una provisión necesaria y ayuda eficaz para pasar a la vida eterna. “En el tránsito de esta vida, el fiel, robustecido por el Viático del Cuerpo y la Sangre de Cristo, se ve protegido por la ganancia de la Resurrección” (Ordo Unción de los Enfermos, nº 26). No sólo el viático, sino todas las comuniones de la vida nos van abriendo el camino del cielo. “El Pan Eucarístico es medicina de inmortalidad, antídoto para no morir y remedio para vivir en Jesucristo para siempre” (San Ignacio de Antioquía).

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