Estas reflexiones sobre el “Sacramento de la Reconciliación” están orientadas por la teología pastoral. Son una consecuencia práctica del dogma, los estudios teológicos e históricos. Van dirigidas a clarificar, animar y fomentar la práctica de este sacramento.

El pecado está presente en la humanidad desde sus orígenes. Todos venimos a la existencia con una raíz de pecado: el pecado original. Éste se borra con el sacramento del bautismo. Como consecuencia de nuestra imperfección, debilidad, tentación, vicios y maldad le suceden los pecados actuales, personales y sociales. El primer arquetipo es el asesinato de Abel por su hermano Caín. ¿Cómo nos podemos liberar de estos pecados llamados actuales que todos cometemos? Con el “Sacramento de la Reconciliación” que es sacramento de sanación. La Iglesia para el perdón de los pecados “posee el agua y las lágrimas, es decir, el agua del bautismo y las lágrimas de la penitencia” (S. Ambrosio, Epist 41, 12; PL 16,1116).

En la convivencia de las personas se aceptan, por ser evidentes, las equivocaciones, errores y fallos y se suele decir con elegancia y con sinceridad: ¡Perdón, pido disculpas! Quiere decir que se ha producido en la conciencia un malestar, un remordimiento, un sentimiento de culpa. Si tenemos conciencia de que nuestros comportamientos, muchas veces, no siempre son correctos, hemos de sincerarnos con nuestro interior para descubrir que no somos prefectos. Hoy existe una corriente ideológica en la que se afirma que el pecado no existe. Se ha perdido la conciencia del pecado y esto es muy grave. Es como decir que en el ser humano no existe la enfermedad.

¿Por qué el hombre moderno ha perdido la conciencia de pecado? Porque la forma de pensar y de actuar están marcadas por una cultura secularista, fruto del subjetivismo y el relativismo. El hombre contemporáneo, en muchos momentos, no se siente culpable al romper los mandamientos de la ley de Dios. Y si le ofende no le importa porque prevalece el pensamiento de que el pecado es algo pasado de moda y no tiene nada que ver con el progreso de la cultura dominante. De ahí se deduce que las ofensas a Dios y al prójimo no existen. El papa Francisco afirma que cuando disminuye la fe en Dios y el amor al prójimo, en el ser humano, “se pierde el sentido del pecado” (Audiencia Semanal, 31 Diciembre 2014).

Sin embargo está clarísimo que existe el pecado, porque hay siempre cizaña en medio del trigo. Ya lo dice Jesucristo. Un enemigo lo ha hecho: el diablo. Es el misterio del mal que choca con la idea de la bondad natural y la inocencia de un mundo utópico. Dice San Pablo: “No hago el bien que deseo, sino el mal que no quiero”. Y lo explica: “es que en mí habita el mal” (Rm 7, 19), el pecado.

El Evangelio narra muchos encuentros de Jesús con los pecadores: Mateo, Zaqueo, la mujer pecadora, el buen ladrón… Varias parábolas muestran su actitud ante el pecado y los pecadores. El hijo pródigo es el paradigma de todas. En diversas curaciones Jesús afirma: “Tus pecados están perdonados”. Siempre se dan unas constantes: la acogida de amor misericordioso e infinito, el reconocimiento del pecado, el perdón, el cambio de vida y el impulso hacia la santidad. Después de encontrarse con Jesús todos salían con la conciencia en paz y convertidos. La conversión es la respuesta al perdón. La falta de interioridad y la dureza del corazón y la soberbia la dificultan. Jesús murió en la cruz para reconciliar la humanidad con Dios, para el perdón y la remisión de los pecados.

El pecado produce una ruptura con Dios, con los demás, consigo mismo y con la naturaleza. Así queda expresado en el pecado original, cuando Adán rompe con Dios y se esconde, acusa a Eva, siente vergüenza y la naturaleza se le vuelve hostil. Nuestras rupturas quedan subsanadas por el “Sacramento de la Reconciliación”. Se perdonan los pecados, se recibe la gracia con una fuerza propia del sacramento para seguir esforzándose, luchando contra el pecado, y se avanza en el camino de la santidad. La gracia vence al pecado y lo supera con creces. “La gracia sobreabunda”, dice San Pablo y añade: “Por la gracia soy lo que soy; pero la gracia no fue estéril en mí” (1 Cor 15, 9.10).
Es necesario catequizar sobre estos frutos de la penitencia. Dice San Juan Pablo II: “Es importante redescubrir el sacramento de la reconciliación como fundamento de la santificación” (Carta a los sacerdotes, Jueves Santo 2001). La pastoral tiene que presentar la práctica de este sacramento en armonía con la psicología, presentando el gozoso, y festivo reencuentro con el Padre y los hermanos para seguir un camino de santidad.

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