El Sacramento de la Penitencia produce tantos y tan importantes frutos que es fundamental para la vida cristiana. Por eso ya Juan el Bautista, precursor de Jesús y de los sacramentos, comenzó su misión alzando su voz en el desierto y proclamando con fuerza: “Haced frutos dignos de penitencia porque el Reino de los cielos está cerca” (Mt 3,1). Lo mismo dirá Jesús añadiendo palabras más imperativas: “Si no hacéis penitencia todos igualmente pereceréis” (Lc 13, 5). Llegó a increpar a las ciudades de Corozain, Betsaida y Cafarnaúm porque no hicieron penitencia y se convirtieron. San Pablo invita a acudir a la penitencia mientras tenemos tiempo favorable y no echar la gracia de Dios en saco roto (2 Cor 5, 20-6-2).

Los Santos Padres Antiguos consideran que la penitencia es un remedio saludable para la fragilidad (cf San Cirilo, Catena Aurea, vol.VI, página 104). Inicialmente nos parece desagradable y dolorosa, pero después beneficiosa como una medicina lo es para una enfermedad. Para llenar el corazón de dulce miel es necesario vaciarlo de la amarga hiel. Dice San Agustín: “La penitencia purifica el alma, eleva el pensamiento, somete la carne propia al espíritu, hace al corazón contrito y humillado, disipa las nebulosidades de la concupiscencia, apaga el fuego de las pasiones y enciende la verdadera luz de la castidad”. (Sermón 73)

La Iglesia llama a la penitencia y la fomenta porque conoce su necesidad e importancia. Dice el Concilio Vaticano II: “Recuerden también los párrocos que el sacramento de la penitencia contribuye de manera extraordinaria a fomentar la vida cristiana; muéstrense por tanto, prontos a oír las confesiones de los fieles” (Christus Dominus, 30). Todos los papas han reclamado el fomento de este sacramento. San Juan XXIII como preparación para iniciar el Concilio Vaticano II escribió la Encíclica: “Paenitentiam agere” (Hacer penitencia). En ella afirma que la Iglesia se ha conservado santa, inmaculada y santificada en sí misma, como esposa bella y amada del Salvador, gracias a la constante conversión y purificación por la penitencia. Pide que el espíritu de este sacramento esté en la base de las reflexiones y discusiones del Concilio.

El beato Pablo VI dejó expresa la reforma conciliar de la Penitencia en la Constitución “Poenitemini” (“Convertíos”). Interesa la nueva disciplina litúrgica para su celebración y las motivaciones que la han provocado. La reforma tiene como meta la restauración y fomento de la práctica de este sacramento entre los fieles cristianos. La Iglesia llegará a reformarse sólo con un esfuerzo y una conversión constante por medio de su práctica. Se busca primordialmente una renovación interior, religiosa e individual y externa y social. Pide que los pastores de almas promuevan con celo el empleo más frecuente del Sacramento de la Penitencia. Recomienda a todos los fieles que arraiguen sólidamente en su alma un genuino espíritu cristiano penitencial, que les mueva a realizar obras de caridad y penitencia. Lo mismo el papa San Juan Pablo II enmarcó su pastoral en la reconciliación y la penitencia.

El papa Francisco reflexiona sobre la fragilidad del ser humano y de los cristianos que “llevamos el tesoro de la fe en vasijas de barro” (2 Cor 4,7) y por eso nos vence el pecado. Para resistir y superar el poder de la tentación invita a acudir al Sacramento de la Reconciliación, que es para sanar el corazón. Jesús se manifiesta médico del cuerpo y del alma en la curación del paralítico de nacimiento. El argumento apologético de la penitencia se manifiesta en un marco espectacular. Han puesto delante de él, descolgado desde del techo de la azotea de una casa a un paralítico. Jesús le dice: “Animo, hijo, tus pecados te quedan perdonados” (Mt 9,2). Los fariseos se escandalizan porque sólo Dios puede perdonar los pecados. Jesús les replica: “Pues para que veáis que el Hijo del hombre tiene potestad en la tierra de perdonar los pecados, le dice al paralítico: Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa. El se levantó, tomó la camilla y se fue a la vista de todos” (Mt 9, 6-7).

La penitencia reconcilia con Dios y con la Iglesia, recupera la gracia y las virtudes, fortalece en la tentación y lanza al esfuerzo renovado en el camino de la santidad. Por eso acudir al sacramento de la Reconciliación no es una cosa pasada de moda sino una experiencia que ayuda a crecer espiritualmente: “En la misericordia tenemos la prueba de cómo Dios ama. Él da todo de sí mismo, por siempre, gratuitamente y sin pedir nada a cambio. Viene en nuestra ayuda cuando lo invocamos… Él viene a salvarnos de la condición de debilidad en la que vivimos” (Papa Francisco, Misericordiae Vultus, 14).

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