El privilegio de la Unión de los Burgos de Pamplona

La conmemoración del Privilegio de la Unión que nos reúne hoy en esta Eucaristía coincide con la fiesta de la Natividad de Nuestra Señora, tan querida en el pueblo cristiano. Por eso, al comenzar la homilía nos dirigimos a Ella para felicitarla como hijos de la mejor Madre y para pedirle como hemos hecho en la oración colecta que por su maternidad consigamos aumento de paz en la fiesta de su nacimiento.

1.- Entre ambas fiestas podemos encontrar varios puntos en común: si nos detenemos en la cronología descubrimos que ambas comenzaron a celebrarse con esplendor mucho más tarde del momento histórico en que tuvieron lugar: el Privilegio de la Unión se firmó en 1423, pero no se comenzó a conmemorar hasta mucho más tarde, también la conmemoración del nacimiento de la Virgen se comenzó a celebrar más de cuatrocientos años después de haber ocurrido, concretamente se empezó a celebrar en la Basílica de Santa María, actual Basílica de Santa Ana en Jerusalén a mediados del siglo V. El Privilegio de la Unión (que este año celebra el 592 aniversario) se sabe que se firmó el 8 de septiembre de 1423, en cambio la conmemoración del nacimiento de María no se sabe con exactitud el día que tuvo lugar, aunque ya la fiesta pasó a Roma en el siglo VII y fue apoyada por el Papa Sergio I para celebrarla el 8 de septiembre, nueve meses después de la fiesta de la Concepción Inmaculada de la Virgen.

Pero más importante que la cronología es el sentido de ambas conmemoraciones: El Privilegio de la Unión, como es sabido, es fruto del documento firmado por el rey Carlos III el Noble por el cual los tres Burgos formaron una sola unidad. Ya no habría tres corporaciones municipales, ni tres regidores, ni tres banderas distintas, sino una sola corporación y un solo presidente de la misma (un único alcalde), una sola enseña, una única ciudad tal como hoy la conocemos. A partir de entonces comenzaron las edificaciones que habían de unir los espacios que quedaban entre los Burgos, se eliminaron las murallas interiores y resultó un único núcleo de población rodeado por la única muralla que todavía hoy se conserva. En verdad fue un acontecimiento de unidad. Si pasamos a la fiesta litúrgica, con el Nacimiento de María que había de ser la Madre del Salvador, se inicia la plenitud de los tiempos, en que ya no habrá judíos y griegos, hombres y mujeres, como dirá San Pablo, sino un único pueblo, el de los hijos de Dios redimidos por Jesucristo en la Cruz. Con razón podemos decir que la Natividad es la fiesta de la Unión, puesto que con la redención obrada por Jesús desaparecieron todos los muros, entre Dios y los hombres, pues ha sido vencido el pecado, y entre los hombres entre sí, pues Jesucristo ha instaurado la fraternidad universal. San Pablo lo escribió bellamente a los cristianos efesinos: “Cristo reconcilió con Dios a los dos pueblos, uniéndolos en un solo cuerpo mediante la cruz, dando muerte así al odio” (Ef 2,16).

2.- La S.I. Catedral en la que nos encontramos es un monumento a la unidad. En ella encontramos estrechamente engarzada la historia, la cultura y la piedad. La historia, y concretamente la historia de Pamplona desde sus comienzos hasta hoy. No me voy a detener en este punto, pues seguramente todos habéis visitado la exposición “Occidens” que resume los acontecimientos que han tenido lugar en nuestra ciudad, desde la época romana hasta nuestros días; y hoy remarcamos la actividad que llevaron a cabo los reyes Carlos III el Noble y su esposa Leonor, cuyo mausoleo podemos contemplar en el centro del templo como símbolo expresivo de la unidad de todos los habitantes de Pamplona.

La historia que también está recogida en libros, aquí ha quedado plasmada en la cultura. Muchos de vosotros seríais capaces de ir explicando cada uno de los retablos que componen este templo, sus estilos, sus pinturas, sus imágenes… Y explicaríais con ellos la historia del arte, el románico, el gótico, el renacentista, el barroco… Y podríamos pasar a la música para ir descubriendo huellas desde la Edad Media hasta nuestros días. Con cuánto gozo escuchamos a la Capilla de Música de la Catedral que, gracias a su director ha sabido sacar a flote piezas que eran desconocidas y estaban guardadas en los archivos. Pasear despacio por la catedral aquieta el espíritu contemplando en un ambiento de serenidad y paz las joyas que nuestros antepasado nos han legado. Aquí historia, cultura y fe se funden en perfecta armonía.

Pero por encima de todo, la S.I. Catedral es un lugar de piedad, de oración, de acercamiento a Dios. En este recinto todos los elementos, arquitectura, pintura, música nos hablan de la presencia de Dios y, de modo especial, la capilla del Santísimo donde se conserva la Eucaristía que es Jesús mismo, el Emmanuel (Dios-con-nosotros) que anunció el ángel a nuestra Señora. También las palabras que estoy pronunciando deben ser un estímulo para que vosotros y yo nos preparemos a participar en la mesa eucarística donde Cristo se hace sacramentalmente presente.

3.- En todo momento, pero especialmente hoy, quiero subrayar la importancia de la unidad. La unión que la Iglesia propugna abarca a todas las personas y a todas las actividades. En primer lugar, quiero hacer mención de tantos emigrantes que vienen buscando entre nosotros solución a su sufrimiento. Todos, no sólo los que huyen de la guerra, también los que huyen del hambre, tienen derecho a vivir, a recibir alimentos y todo lo indispensable para llevar una vida digna. Tanto desde Caritas como desde el resto de las organizaciones eclesiales y otras instituciones estamos dispuestos a involucrarnos en esta tarea urgente e inaplazable.

Además de esta circunstancia puntual de la emigración, la Iglesia tiene los brazos abiertos para acoger a todas las personas, también a los que están alejados, a los que se sienten indiferentes y, desde luego, a los que apoyados en una idea equivocada de laicidad, piensan que lo religioso o las religiones se deben situar en el ambiente privado pero no en el ambiente público. Colaborar no es intervenir, los gobernantes y los representantes de la Iglesia pueden y deben contribuir en armonía perfecta para el bien de nuestros ciudadanos, muchos de los cuales son creyentes y miembros de la Iglesia. Deshacer muros será facilitar la convivencia, que no somos ni adversarios ni competidores, sino miembros de instituciones que buscamos el bien y la justicia de nuestros pueblo y como decía San León Magno:”Amar la justicia no es otra cosa sino amar a Dios. Y, como este amor de Dios va siempre unido al amor que se interesa por el bien del prójimo, el hambre de la justicia se ve acompañada de la virtud de la misericordia” (Sermón 95, 6-8: PL, 54,464-465).

Volvemos al inicio, a mirar a María en su cumpleaños y a dejarnos mirar por ella. Brotan de nuestro corazón los sentimientos que mejor reflejan el sentido de esta fiesta: la alegría de sabernos hijos de Dios e hijos de María, la confianza en la que es madre de Jesús y madre nuestra y el ofrecimiento de lo mejor que tenemos, como un regalo de cumpleaños. A la Virgen que nos preside le dirigimos el final de la oración que el Papa Francisco rezó en la isla de Lampedusa: “María, modelo de caridad, bendice a los hombres y mujeres de buena voluntad, que acogen y sirven a los que llegan a esta tierra: que el amor recibido y donado sea semilla de nuevos lazos fraternales y aurora de un mundo de paz.”

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