aproximación a la definición de la identidad y misión del sacerdote la ofrece la carta a los Hebreos: “Todo sacerdote es sacado de entre los hombres, está puesto a favor de los hombres, en lo que se refiere a Dios, para ofrecer dones y sacrificios por los pecados” (Hb 5, 4). Esta definición manifiesta la humanidad del ministro de Dios. Es un hombre como los demás, con sus virtudes y pecados, queriendo hacer de puente hacia Dios, como Jesucristo. Él es el único y sumo sacerdote. A su imagen, por analogía y delegación, en una tarea subsidiaria, realiza un servicio humilde como cabeza, pastor y siervo de los fieles.

Jesucristo había llamado “a los que quiso para que estuvieran con Él y para enviarlos a predicar con el poder de expulsar demonios” (Mc 3, 13-15). Quiso tener más cerca a algunos elegidos para explicarles el misterio del Reino de Dios y para que fueran testigos de sus enseñanzas y milagros. Así fue formando a los que en adelante iban a conferir el ministerio sacerdotal. Lo hizo en la Última Cena. Al instituir la Eucaristía fundó también el Sacramento del Orden con el mandato: “Haced esto en conmemoración mía” (Lc 22, 19 cf 1Cor 11, 24). Mandó reiterar la Última Cena haciendo como Él. Finalmente, antes de su ascensión al cielo, envió a los que eligió y consagró: “Id, pues, y haced discípulos de todos los pueblos bautizándolos” (Mt 28, 19). Son imperativos de Jesús para renovar el sacrificio de su Cuerpo entregado y su Sangre derramada por la vida del mundo en la Eucaristía, para anunciar el Evangelio y para recibir nuevos miembros de la Iglesia por el bautismo. Así pues, Jesús mismo define la identidad y misión del sacerdote al servicio de la comunidad con un sacramento específico.

Jesucristo es el origen y la fuente del ministerio sacerdotal. El sacerdote ofrece a los fieles lo más esencial de la misión de Cristo. Actuando en nombre y representación de Cristo el Señor, en comunión con la Iglesia, es ministro de la Palabra y los Sacramentos, para alabar a Dios, animar la caridad fraterna y edificar la comunidad evangelizando a los fieles. Gracias, especialmente a los sacerdotes, la Iglesia sigue ejerciendo la misión de Cristo. Estas definiciones tienen una trascendencia pastoral fundamental. Tanto el sacerdote como los fieles asumen la realidad misteriosa del Sacramento del Orden. El Papa Francisco al hablar de los sacerdotes insiste en que están para el servicio de la comunidad, realizando su ministerio con amor apasionado a la Iglesia y ayudados por los fieles (cf Catequesis 26.04.14).
Lo que los fieles piensan y creen sobre el ministerio sacerdotal nos lleva a la afirmación de que Cristo, Sumo Sacerdote y único mediador, ha hecho de la Iglesia “un Reino de sacerdotes para su Dios y Padre” (1P 2, 5.9). Toda la Iglesia es un pueblo sacerdotal. Así lo cantamos, sobre todo en las ordenaciones sacerdotales: “Pueblo de reyes, asamblea santa, pueblo sacerdotal, pueblo de Dios. Bendice a tu Señor”. Todos los bautizados, cada uno según su propia vocación, participamos de la misión sacerdotal de Cristo. Por los sacramentos del Bautismo y de la Confirmación los fieles son «consagrados para ser…. un sacerdocio santo» (LG 10). Esta participación es el “sacerdocio común de los fieles”. Todos somos intermediarios de Cristo comprometidos en la salvación de todos los hombres. Pero los sacerdotes por la imposición de las manos participan del Orden Sacerdotal con una consagración particular para sustentar y construir la comunidad. Este es el sacerdocio ministerial.

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