Christian faith in action: mother and son outdoors devotional. Godly relationship in a small Hispanic family.

Para terminar estas reflexiones sobre el Sacramento del Orden y los Ministerios Laicales es necesario animar a la comunidad cristiana en la promoción de las vocaciones sacerdotales. Todos somos necesarios en la Iglesia, pero el sacerdote es imprescindible porque es el ministro de los sacramentos, sobre todo de la Eucaristía y la Confesión. Es evidente que sin Eucaristía no hay comunidad y sin sacerdote no hay Eucaristía.

Todos tenemos una vocación específica, una llamada. En primer lugar a la existencia como ser humano. Es decir, como alguien que ha sido creado a imagen y semejanza de Dios, con inteligencia y voluntad, libre y capaz de amar. Cada uno es responsable de darle un sentido realmente humano a su vida en sus facetas materiales y espirituales, siguiendo esas cualidades divinas con las que está dotado.

Además, cada uno tiene unos proyectos que se expresan cuando se dice: “Yo quisiera ser…” Para que esos deseos se lleven a cabo es necesario tener unas cualidades y realizar un esfuerzo para desarrollarlas y llegar a conseguir ser aquello que se pretende. Dios nos llama a todos para ser signo vivo de su Amor y cada uno de forma específica en la vida, pero nunca sólo para sí mismo, sino para los demás. Todos los oficios, vocaciones y trabajos son para los demás. Es donde se condensa el amor a Dios y al prójimo.

La vocación al Sacramento del Orden, es decir al servicio de Dios y de los hermanos, es entre todas las vocaciones, una llamada extraordinaria, de predilección por parte de Dios. Todos los miembros de la comunidad cristiana debemos promoverlas, porque la vida de los ministros sagrados repercute decisivamente en la existencia y marcha de las comunidades cristianas.

La promoción de vocaciones al Sacramento del Orden comienza en las familias cristianas que viven con sinceridad su fe religiosa. El caldo de cultivo para que Dios llame es la vida de amor entre los esposos, que son generosos para engendrar hijos y ponerlos al servicio de la sociedad y de la Iglesia, si Dios los llama. La semilla de la llamada a este ministerio está en el corazón de la familia donde los padres desean que alguno de sus hijos sea llamado para servir a la comunidad. No hace falta hablar, sino dar buen ejemplo y rezar. Los ejemplos de caridad dentro y fuera del hogar, la vivencia de las virtudes domésticas y sobre todo la piedad son el ambiente donde nacen las vocaciones al Ministerio del Orden. Acudir toda la familia unida a la misa dominical y rezar en casa suele ser definitivo para que Dios regale a la familia una vocación ministerial (al sacerdocio o al diaconado).

La familia, que es la primera escuela de vida, enseña como por ósmosis y ejemplaridad los grandes valores humanos y cristianos. Donde se viven las virtudes estas se viven de forma empática en todos los miembros de la familia. Los hijos buscan orientación y se preguntan: ¿qué quiero ser en la vida, qué quiere el Señor que yo sea para desarrollar mis cualidades y ser feliz? Entonces los padres han de ser capaces de dar una orientación justa, con unas motivaciones y unas miras altas sobre todo de orden espiritual, en el camino de madurez de la persona. Cuando apuntan hacia una entrega generosa a los demás es posible que esté naciendo la vocación al ministerio sacerdotal o diaconal. Es el momento en que los jóvenes necesitan una orientación y formación específica por medio de quienes se dedican a la pastoral vocacional.

La comunidad cristiana ora, da buen ejemplo, anima y mima a quienes llegarán a ser sus servidores. Apoyan las actividades pastorales de promoción de vocaciones y al Seminario, que es el corazón de la Iglesia. En una comunidad cristiana que vive realmente la fe nunca faltarán personas para su servicio. Dice el Señor: “Os daré pastores según mi corazón” ( Jer, 3, 15).

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