Cada día más y mejor se integran los laicos en la Iglesia cumpliendo su vocación como miembros activos y responsables. No son sólo sujetos de la evangelización sino protagonistas. Existe una carta dirigida a un tal Diogneto, redactada en Atenas en el siglo II, que define apologéticamente la función de los cristianos en el mundo. Entre otras cosas dice: “Lo que es el alma en el cuerpo, esto han de ser los cristianos en el mundo” (Carta a Diogneto, Cap 5-6; Funk 1, 317-321). Es una buena definición inicial de la vocación de los laicos: vivificar las realidades del mundo. Son hombres y mujeres bautizados metidos en el corazón del mundo.

La peculiaridad de los laicos es que están inmersos en todas las actividades humanas como la sal en el mar. Jesús define la misión de los cristianos cuando dice: “Vosotros sois la sal de la tierra… vosotros sois la luz del mundo” (Mt 5, 13-14). La actividad de los laicos tiene el fundamento sacramental del bautismo. Al ser ungidos con el Santo Crisma entran a formar parte del Pueblo de Dios. Dice la fórmula de del bautismo: “Dios te consagre con el crisma de la salvación para que entres a formar parte de su pueblo y seas para siempre miembro de Cristo, sacerdote, profeta y rey”.

En la historia de la Iglesia los laicos han cumplido una función insustituible. Actualmente cobran un protagonismo que recupera su esencia. El Concilio Vaticano II definió y puso en auge los ministerios laicales lo mismo que lo hizo con el diaconado permanente. Los laicos en general cumplen su función peculiar en la Iglesia. Laicos son todos los fieles cristianos, excepto quienes han recibido una orden sagrada o son religiosos. La Constitución Dogmática fundamental sobre la Iglesia “Lumen gentium” (=Luz de las gentes), les dedica el capítulo V. Pero además se explaya en un decreto específico sobre el apostolado de los seglares “Apostolicam actuositatem (=La actualidad apostólica). Ambos documentos delinean el perfil de las funciones de los laicos.

Los laicos forman parte de la Iglesia como miembros de un solo cuerpo con distintas funciones para el servicio de los otros miembros (cfr. Rom 12, 4-5). Todos están llamados al apostolado, consagran el mundo desde las estructuras humanas, son protagonistas, armoniosamente coordinados, para trabajar por el Reino de Dios.

Algunos laicos de ambos sexos (aprobado por el Concilio Vaticano II y refrendado por el Beato Pablo VI sobre los Ministerios Laicales) son ministros extraordinarios: Proclaman la Palabra, distribuyen la Sagrada Comunión, dan catequesis, dirigen la celebración de la Palabra, intervienen en la música, anuncian las peticiones en la oración universal de los fieles, hacen todo tipo de moniciones. Su acción es preciosa sobre todo en las actividades de Cáritas. Con sus conocimientos específicos participan en las parroquias, en las diócesis y en la curia romana en la administración en diversos departamentos y delegaciones. La mayoría de los laicos forman familias cristianas en las que desarrollan una función sagrada haciendo de sus hogares “iglesias domésticas”. Son especialistas en los cursillos prematrimoniales.

Es admirable recordar cómo los laicos mantuvieron el cristianismo en Corea sin sacerdotes sufriendo miles de ellos el martirio. En Japón se mantuvo viva la comunidad cristiana durante doscientos años sin presbíteros. En muchas comunidades de misión los laicos mantienen íntegra la fe celebrándola y viviéndola con sinceridad a la espera del presbítero. Es la hora en la que los laicos, bien formados, trabajando de forma corresponsable y coordinada, participan en la primera línea de la Nueva Evangelización.

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