Queridos hermanos:

Estamos viviendo un tiempo hermoso y es el tiempo de la Navidad. Ella nos hace vibrar de alegría porque nos ha nacido el Salvador. Este recuerdo se hace realidad entre nosotros puesto que su amor se ha quedado grabado en lo más íntimo de nuestra alma. Por eso si amamos a Dios y nos amamos con el mismo amor, entre nosotros, la paz se hace viva y presente en el mundo. El odio, el desprecio, la cultura del descarte y la ambición nunca son itinerario de paz y concordia. En este año del Jubileo sobre la Misericordia el Señor quiere sorprendernos para que seamos agentes vivos de la paz y de la fraternidad universal. Para conseguir dicho fin se requiere confianza en la misericordia de Dios y saber perdonar a los que nos ofenden.

No puede existir auténtica evangelización si antes no se dan estas dos condiciones. Previamente a la evangelización Cristo nos dice que ante todo, lo primero, es perdonar y después presentar la ofrenda: “Así pues, si en el momento de llevar tu ofrenda al altar recuerdas que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano; luego vuelve y presenta tu ofrenda” (Mt 5, 23-24).

1.- Ante las circunstancias tan dolorosas por las que pasa la sociedad el papa Francisco nos ha enviado un mensaje de esperanza con motivo del año nuevo 2016. Ya desde hace cuarenta y nueve años los Papas han enviado, al inicio de cada año, un mensaje de paz. Hoy celebramos esta jornada por la paz. Una paz muy necesaria. “Las guerras y los atentados terroristas, con sus trágicas consecuencias, los secuestros de personas, las persecuciones por motivos étnicos o religiosos, las prevaricaciones, han marcado de hecho el año pasado, de principio a fin, multiplicándose dolorosamente en muchas regiones del mundo, hasta asumir las formas de la que podría llamar una tercera guerra mundial en fases. Pero algunos acontecimientos de los años pasados y del año apenas concluido me invitan, en la perspectiva del nuevo año, a renovar la exhortación a no perder la esperanza en la capacidad del hombre de superar el mal, con la gracia de Dios, y a no caer en la resignación y en la indiferencia” (Papa Francisco, Mensaje para la celebración de la XLIX Jornada mundial de la paz, 2 -1 enero 2016- ).

El salmo nos invita a rezar con mayor confianza: “El Señor tenga piedad y nos bendiga” (Sal 66). Ante Dios siempre hemos de presentarnos con humildad y rogarle que nos comprenda con su compasión puesto que no damos la talla que él nos merece. Le debemos mucho, pero Dios nos mira con los ojos de un Padre que nos ama y quiere que su rostro brille sobre nosotros. Nada le hace más feliz que contemplarnos y vernos con los ojos deseosos de sentirnos queridos y amados por Él. Por eso y sólo por eso todas las naciones han de cantar de alegría porque Dios rige con justicia y amor todo lo creado y todo el universo.

2.- Ante tal manifestación divina no podemos ser indiferentes. El papa Francisco nos dice que hay una globalización de la indiferencia. Son un peligro para el humanismo y para la misma creación. “La indiferencia ante Dios… es uno de los graves efectos de un falso humanismo y del materialismo práctico, combinados con un pensamiento relativista y nihilista. El hombre piensa ser el autor de sí mismo, de la propia vida y de la sociedad; se siente autosuficiente; busca no sólo reemplazar a Dios, sino prescindir completamente de él” (Ibd., 3). Pero como consecuencia y fruto de este modo de vivir y concebir la experiencia humana, se cae en ser cínicamente indiferentes ante el prójimo.

Estamos informados, por muchos medios de comunicación, de las situaciones dramáticas que sufre la humanidad y nos resbala como si fuera algo extraño a nosotros mismos. Casi sin darnos cuenta nos hemos convertido en incapaces de sentir compasión por los otros, por sus dramas. Mientras no nos afecte personalmente, lo del otro, se convierte en una historia irrelevante que sucede a los demás pero no tiene que ver con nosotros. Sin embargo en este nuevo año pidamos para poder cantar: “¡Oh Dios!, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben” (Sal 66, 4). La alabanza y gloria a Dios es el mejor antídoto para curar las heridas de la egolatría. “Existe un vínculo íntimo entre la glorificación de Dios y la paz de los hombres sobre la tierra” (Benedicto XVI, Discurso a los miembros del Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede, 7 de enero 2007). No es banal reconocer que a Dios hemos de complacerle para que Él pueda complacerse de nosotros. La paz es lo que más complace a Dios y más complace a la humanidad.

3.- Estamos en el año Santo Jubilar de la Misericordia. Momento importante para ser generadores de paz que la sociedad demanda cada vez más. Tal vez nuestros propios principios están fallando puesto que pensamos que la paz ha de venir de los demás y sin embargo la paz verdadera anida, en primer lugar, en el corazón de las personas que cultivan la comunión con el amor misericordioso de Dios y el perdón sincero hacia los que nos han ofendido o hemos ofendido. La paz tiene como camino de ruta una disposición permanente del corazón para convertirse puesto que se apega con facilidad a los propios criterios o ideas que priman antes que el amor verdadero. “Omnia vincit amor” (Todo lo vence el amor), frase muy clásica pero muy clarividente a la hora de crecer en la paz. El odio y la malformación del corazón, de piedra, son incompatibles con la paz. La paz se basa en el amor total a Dios y el amor incondicional al prójimo desde la gratuidad y desde la misericordia.

La experiencia de los desplazados de su propios países, como estamos comprobando, y que son en estos momentos cruciales para tantos cristianos en Medio Oriente, nos debe concienciar para rezar por ellos, como así nos lo piden, a fin de que sigan mostrando con su vida la fidelidad a Jesucristo. Que sigan enraizados en el amor y paz que proclama Jesucristo en el Evangelio. Aquella niña que viendo la muerte de sus seres queridos, por asesinos incontrolados, sólo se le ocurre pronunciar: “Perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc 23, 34) manifiesta la hondura de su fe. Un testimonio valiente pero sencillo que se aprende a los pies del Maestro. Esa niña, con tal expresión, muestra que la paz es posible; ella ya la vive como Jesús la vivió desde la Cruz. A nosotros nos toca seguir realizando lo que nos dice Cristo: “Dichosos los que construyen la paz, porque serán llamados hijos de Dios” (Mt 5, 9). Este el estilo de ir mostrando la filiación divina que no se puede desviar de ser constructores de paz. Pero una paz no como la da el mundo sino aquella que nace del corazón de Cristo que nos da su paz y su paz nos deja como herencia.

4.- Hoy celebramos la fiesta de Santa María, Madre de Dios. Fue el Concilio de Éfeso (que se celebró entre el 22 de junio y el 16 de julio del año 431 en esta ciudad, antiguo puerto griego, en la actual Turquía) que la aclamó como Madre de Dios, porque en la Virgen la Palabra se hizo carne, y acampó entre los hombres el Hijo de Dios, príncipe de la paz, cuyo nombre está por encima de todo otro nombre. Hoy pedimos a nuestra Madre, puesto que así nos la confió Jesucristo, por la paz en las conciencias, en las familias, en la sociedad y en el mundo entero. Recurramos a María con frecuencia y recemos juntos en familia por la ansiada paz. Este año Santo Jubilar sobre la Misericordia nos ayudará a restaurar nuestras vidas y restañar tantas divisiones que se dan de muchas formas en la vida social. No olvidemos de rezar así: “Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores”. Os deseo un FELIZ Y SANTO AÑO NUEVO.

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