A la preparación inmediata para el matrimonio se le llama comúnmente “cursillo”. Siguiendo la mente del recién finalizado Sínodo de los Obispos sobre el Matrimonio y la Familia cristiana habría que hablar más bien de “curso” y no de “cursillo”. “El matrimonio cristiano requiere un discernimiento auténtico, oración constante y maduración adecuada” (Proposiciones Sinodales). El Sínodo constata que no son suficientes cinco u ocho encuentros para preparar la boda. Es necesario que sea un verdadero curso, más duradero, profundo, intenso y más serio. Debe consistir en un recorrido de educación en la fe y en el amor, integrado en el camino de la iniciación cristiana. Sobre todo debe estar en el contexto de una vivencia aceptable de la vida cristiana. El motivo es la grandeza, belleza y dignidad del sacramento del matrimonio que ha de conservarse y promoverse.

Un sencillo análisis de la situación social nos presenta un nivel religioso muy diverso entre los novios que llegan a pedir el sacramento. Resultan grupos de preparación al matrimonio muy heterogéneos. Algunos vienen de parroquias, de movimientos, de instituciones carsimáticas o nuevas comunidades eclesiales en las que han recibido durante años una buena formación y practican con sinceridad y convicción la religión. Ya tienen una buena preparación remota para el matrimonio. Otros llevan un tiempo alejados de la Iglesia. Hoy día, cada vez menos parejas de novios vienen movidos por la presión familiar, social o para cumplir el expediente. En nuestra sociedad, cada vez más abierta y comunicada con todo el mundo, se forman bastantes matrimonios en los que un miembro está bautizado en la Iglesia católica y otro en alguna confesión cristiana, y también entre una parte católica y otra persona de otra religión o no creyente.

Las situaciones son muy diversas y complejas y por eso exigen un tratamiento específico, no sólo grupal, sino por parejas. En todos los casos los novios vienen con buena voluntad, manifiestan interés y participan gustosos. Han elegido “casarse por la Iglesia” o “matrimonio canónico” como marido y mujer. Para los bautizados la opción lógica es casarse de acuerdo con su fe, con responsabilidad y madurez, sabiendo lo que esto implica. Esto es muy positivo.

Ante todo el curso prematrimonial sirve para acoger y acompañar a todos sin excepción. Los cambios que se han producido en el matrimonio y la familia en los últimos tiempos han sido impresionantes y vertiginosos. Se necesita explicar qué es el matrimonio cristiano, porque existe mucho confusionismo y desorientación en temas fundamentales de la vida. En algunos casos hay que recuperar la relación con la Iglesia y la vivencia de la fe. Se necesita una buena comunicación con los novios, no tanto para explicar en temas formativos cosas que se deben saber, sino para provocar unas actitudes espirituales y una conciencia clara para que la celebración sea realmente religiosa. Conviene que todos tengan una experiencia auténtica de participación en la vida eclesial, en catequesis y grupos parroquiales. Esto ciertamente es un ideal. Es un hecho estadístico que los jóvenes tienen miedo a casarse porque en todo caso es un compromiso serio. Por eso, el Sacramento del Matrimonio es cada vez más selectivo en la sociedad actual. Lo que importa es que sea auténtico, como inicio de familias cristianas que deben ser el motor de la sociedad.

La presencia de esposos cristianos con experiencia es necesaria para dar el curso prematrimonial. Estos esposos serán capaces de ayudarles en los primeros años de casados, con cariño y discreción, a resolver los problemas de diálogo, el cuidado de los hijos, su educación y atención a los enfermos. Serán un ejemplo de espiritualidad familiar y de inserción en la comunidad cristiana en las parroquias, en asociaciones y movimientos familiares. No hay mejor forma de mostrar la belleza del sacramento. El matrimonio cristiano no es un asunto privado. Implica a toda la comunidad de los creyentes. n

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