La Iglesia permanece cercana a los cónyuges cuya relación se ha debilitado tanto que están en situación de separación. En el caso en el que se consuma un doloroso final de la relación, la Iglesia siente el deber de acompañar este momento de sufrimiento, de modo que no haya conflictos penosos entre los cónyuges. Particular atención debe ser prestada sobre todo a los hijos, que son las primeras víctimas de la separación (…) Las parejas deben ser informadas de la posibilidad de recurrir al proceso de declaración de la nulidad del matrimonio” (Proposiciones Sinodales, 53).

El Papa publicará una Exhortación Apostólica teniendo en cuenta esta sugerencia y las otras 93 que los padres sinodales le han presentado como fruto de sus reflexiones. Se contempla acompañar a los matrimonios heridos. La convivencia a veces se hace tan dolorosa que resulta imposible. Se constata que cada vez son más frecuentes las separaciones. El Papa dice que pueden ser “inevitables” y “a veces moralmente necesarias” porque “todas las heridas y todos los abandonos del papá y de la mamá inciden en la carne viva de los hijos” (Papa Francisco, Audiencia General, 24-Junio-15)

Aquí no se trata de analizar las causas, sino que, con todo el amor del mundo, se quiere ayudar a superar los problemas con las mejores soluciones para el bien de los cónyuges y de los hijos. Además en estas situaciones queda herido también el entorno de familiares, parientes, amigos, compañeros de trabajo, la parroquia y la sociedad entera. Muchas personas se ven involucradas y por lo tanto muchos pueden y deben intervenir, siempre ayudando. Es doloroso que aquella promesa del día de la boda de hacer una comunión de vida y amor, siendo una sola carne, se rompa.

¿Qué podemos hacer? Ante todo ayudar a prevenir de forma remota e inmediata y advertir, con discernimiento, que hay un pecado grave que ofende la dignidad del matrimonio y éste es el adulterio. “El adulterio es una injusticia. El que lo comete falta a sus compromisos. Lesiona el signo de la Alianza que es el vínculo matrimonial. Quebranta el derecho del otro cónyuge y atenta contra la institución del matrimonio, violando el contrato que le da origen. Compromete el bien de la generación humana y de los hijos, que necesitan la unión estable de los padres” (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 2381). De ahí que se ha de advertir que conviene huir de las grandes tentaciones que pretenden destruir el matrimonio.

La Iglesia, que es madre y está formada por todos los fieles, hace suyas las alegrías y las esperanzas de las familias. Por eso alienta, sostiene, está al lado y mantiene una escucha solícita, respetuosa, delicada y silenciosa de los conflictos familiares. Dice la propuesta 82 del Sínodo sobre el Matrimonio y la Familia: “Para tantos fieles que han vivido una experiencia matrimonial infeliz, la verificación de la invalidación del matrimonio representa un camino que se puede recorrer. Los recientes motu propio: Mitis judex Dominus Jesus (El Señor Jesús juez compasivo) y Mitis et misericors Jesús (Jesús compasivo y misericordioso) han llevado a una simplificación de los procedimientos para una eventual declaración de nulidad matrimonial (=que no hubo matrimonio desde el principio) (…) Será, por tanto, necesario poner a disposición de las personas separadas o de los matrimonios en crisis un servicio de información, de consejo y de mediación, vinculado en la pastoral familiar”.

La Iglesia conoce las dificultades de las familias y las observa con la mirada de Jesucristo, afrontándolas con buen ánimo. Pide a los cristianos que ante los dolorosos fracasos matrimoniales los miren con misericordia, comprensión y rezando por ellos. Que den gracias a Dios por las extraordinarias y numerosísimas familias cristianas, que son bendecidas con la paz y la felicidad, para que permanezcan unidas en el amor. Y que oren con esperanza y misericordia por las familias heridas y frágiles. n

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