Peregrinar es una actividad religiosa que existe, casi se puede afirmar, desde los orígenes de la humanidad y del hombre religioso. El pueblo de Israel recordaba a Abrahám y a los patriarcas como peregrinos. Su larga marcha por el desierto la consideró como la peregrinación prototipo de las que haría en la tierra prometida. La peregrinación fue siempre una acción claramente sagrada. Las peregrinaciones eran ocasiones muy especiales para un encuentro con el Señor y una manifestación de su identidad como pueblo y nación.

Jesús mismo, como buen devoto judío, participó con María y José en las peregrinaciones al templo de Jerusalén con motivo de las grandes fiestas judías. En una de ellas, siendo niño, se quedó perdido en el templo. Su última peregrinación fue en la pascua en la que consumó su pasión, muerte y resurrección.

Las peregrinaciones son un símbolo del camino de la existencia humana que manifiesta su sentido. Los salmos lo describen bien cuando cantan la ilusión de los peregrinos que salen animosos pensando en la meta con nostalgia de Dios y de su templo. “Qué alegría cuando me dijeron vamos a la casa del Señor”. (Sal 121) Cuando atraviesan valles sombríos, cañadas oscuras o están cansados recitan: “El Señor es mi pastor, nada me falta” (Sal 22) Y cuando llegan por fin a la meta: “Ya están pisando nuestros pies tus umbrales, Jerusalén”.

La Iglesia, todo el Pueblo de Dios, es peregrinante en camino hacia la Iglesia triunfante, nuestra patria celestial. La muerte es el final de la peregrinación terrena del hombre, que camina por la senda estrecha de la cruz (AG 1), alimentado por la Eucaristía, que es el alimento celestial de nuestra peregrinación.

En nuestros días están en auge las peregrinaciones. Son una manera de expresar la fe. Muchas veces se hacen promesas y votos de peregrinar a un lugar sagrado dándole a esta acción un carácter penitencial para resarcir un mal hecho o de acción de gracias por un favor recibido. Son actos de devoción que deben cumplirse (CIC can.1191, 1). En muchas circunstancias se camina a lugares, que son un foco de atracción e irradiación de la fe por su historia y tradición, por los acontecimientos, apariciones y milagros allí sucedidos, o porque ha habido grandes maestros de espiritualidad, son lugares en los que se respira un ambiente espiritual muy especial donde se percibe y se siente a Dios.
Destacan las peregrinaciones a Tierra Santa, a Roma, a Santiago de Compostela, a Lourdes, a Fátima, y a otros muchos lugares y santuarios. También nuestras formidables “Javieradas” entran en este capítulo. Muchos santos se han decidido a ser buenos discípulos y testigos del Señor en estos lugares.

Algunas veces pueden parecer actos de piedad de segundo orden pero se producen grandes bienes espirituales también para aquellos que inicialmente van por deporte, folklore, turismo, tradición o simple curiosidad. Es necesario prepararlas bien con catequesis adecuadas. Después, realizarlas con espíritu de fe. Participar en los sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía y en las oraciones y actos de piedad que ponen un tono de fervor en todo lo que se hace. Así se convierten en formas muy válidas de nueva evangelización y provocan muchas conversiones y aumento de vida cristiana.

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