Vocación significa llamada. ¿A qué está llamado el ser humano? ¿Cuál es su vocación? Esta es la gran pregunta fundamental sobre la existencia. ¿De dónde venimos, para qué vivimos? De la respuesta que demos va a depender la actitud moral ante la vida.

Creemos que nos ha creado Dios a su imagen y semejanza. Es una vocación vivir la existencia humana y la vida de Dios juntas. En este hecho radica y se fundamenta la moral. “Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios los creó; hombre y mujer los creó” (Gn 1, 27). En esta verdad se sustenta la dignidad de la persona humana. Siempre hay que recurrir a este lugar bíblico para defender el respeto que merece todo ser humano. La imagen de Dios está presente en todo hombre.

Así pues, la primera de todas las llamadas es a la existencia, a la vida. El respeto a toda vida, la defensa de la misma en todas las circunstancias, desde la concepción hasta su final natural, es una característica que identifica a los creyentes. La motivación es el mismo Dios. Él es el defensor y el protector de la vida.

La narración de la creación, tiene dos relatos, en el libro del Génesis. El primero es la creación por Dios. En el segundo relato hay una descripción que presenta a Dios como el gran alfarero que con delicadeza y arte modela al hombre del polvo de la tierra (barro) y le sopla un aliento de vida (Cfr. Gn 2,7). Barro y aliento de vida se unen y resulta una criatura única, dotada de un alma “espiritual e inmortal” (GS 14). El hombre tiene unas potencias espirituales para entender las cosas, razonar, discernir haciendo juicios de valor y decidir. Esta capacidad le impulsa a “hacer el bien y evitar el mal” (GS 16). Esta regla está escrita en lo más profundo de todos los seres humanos. Es una voz universal que resuena y nunca calla. El por qué de esta moral es por la dignidad de la vida humana.

Entonces, ¿cómo es que existe el mal que daña la llamada a una vida en armonía con Dios, con la creación, con los demás, consigo mismo? Porque el hombre es libre y desde los orígenes sucumbió a la tentación y cometió el mal. Desde entonces se encuentra dividido entre la defensa del bien que es la vida y del mal que es la muerte del alma. Dice bien San Pablo “No hago el bien que quiero sino el mal que aborrezco” (Rm 7, 19).

La vida es un esfuerzo, una ascesis, para mantener intacta la plena dignidad humana. En este trabajo Cristo nos liberó del demonio y del pecado con su pasión, muerte y resurrección. Su gracia restaura lo que daña el pecado. Gracias a Él somos capaces de llevar una vida moral recta practicando el bien. Por la gracia de la redención la imagen de Dios recobra en el hombre una dignidad más plena que el estado original en el paraíso antes del pecado. Por eso aclamamos en el Pregón Pascual: “Necesario fue el pecado de Adán, que ha sido borrado por la muerte de Cristo. ¡Feliz la culpa que mereció tal Redentor!”

El Papa San Juan Pablo II en su mensaje vocacional (26-11-2000) dice que la llamada a vivir es la razón más profunda de la dignidad humana. El ser humano está invitado a responder a un diálogo de amor que Dios ha iniciado al crearlo por amor. La vida será plena, si con libertad se acoge el don de la vida. Rechazar esta llamada lleva a una “concepción de la existencia pasiva, aburrida y banal”. Podemos afirmar con San Agustín: “Todo hombre es Adán, todo hombre es Cristo” (In Ps, 70, ser.II I (CCL 39, 960). Quiere decir: Todo hombre es creatura pecadora como Adán y todo hombre es también hijo de Dios salvado por Cristo y por lo tanto llamado a la vida divina.

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