Una mujer que quería saciar la sed de Jesús en la cruz

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Estamos emocionados al comprobar que una sencilla mujer ha revolucionado al mundo y de modo especial a la Iglesia. Lo pude palpar el día de su canonización en Roma a principios de este mes de septiembre. Nadie puede mostrar mejor el rostro de Dios que los sencillos y humildes. Santa Teresa de Calcuta fue arrebatada por Cristo y él la llevó a los pobres para llevarles su consuelo. En una carta del año 1990 decía: “Acabo de regresar de Europa del Este, donde he inaugurado varias casas. En todas estas casas las personas tienen hambre de Dios. Espero que la presencia de nuestras Hermanas les ayude…”. Ella sentía en lo más profundo de su alma el grito de Cristo en la Cruz: “Tengo sed” (Jn 19, 29). Es el lema de toda su vida.

Tal vez hemos pensado que ir al encuentro de los pobres, es ir a los que me necesitan materialmente o ir para consolar humanamente. Y esto es verdad, pero no toda la verdad. La pobreza mayor es la sed o hambre de amor de Dios. Madre Teresa de Calcuta no abrazaba por abrazar o simplemente por ternura sensitiva, sino porque en el abrazo abrazaba a Cristo.

Así escribía Madre Teresa a una niña enferma: “Mi querida niña Jacqueline. Estoy muy contenta de que estés dispuesta a unirte al sufrimiento de las Misioneras de la Caridad. El objetivo de nuestra congregación es saciar la sed de Jesús en la Cruz al trabajar para la salvación y santificación de los pobres en los suburbios. Quién podría hacerlo mejor que tú y todos aquellos que sufren. Para saciar esta sed debemos tener un cáliz, y tú y los demás, hombres, mujeres, niños, viejos y jóvenes, pobres y ricos, sois bienvenidos para hacer ese cáliz. En realidad, puedes hacer mucho más en tu lecho de dolor de lo que yo hago corriendo con mis pies. Pero tú y yo juntas podemos hacer todo en Él para fortalecernos” (Calcuta, 13 de enero 1953).

Es sintomático que quien quiere darse a los demás comienza por algo afectivo y sensitivo. Se emociona de sí mismo. Pero esto no es el amor que quiere Dios de nosotros porque en el momento que pasa lo sensible y lo emotivo se desmorona todo y viene la tristeza. Sin embargo cuando uno ama por Dios, la vida cambia y la alegría desborda el corazón. Es el síntoma de la presencia de Dios.

Con esta sencillez cuenta Madre Teresa lo que le ocurrió a una joven: “Nunca olvidaré a una chica que vino de Francia, de la Universidad de París. Estaba preparando su tesis doctoral y les había dicho a sus padres: ‘Antes de presentarme al examen final, me gustaría pasar dos semanas junto a la Madre Teresa de Calcuta’. Al llegar parecía preocupada, pero al cabo de unos días vino a verme, me abrazó y dijo: ’He encontrado a Jesús’. Y yo dije: ‘¿Dónde has encontrado a Jesús?’. Me respondió que le había encontrado en Kalighat (lugar dónde muchos morían por enfermedades de desnutrición). Y le pregunté: ‘¿Qué has hecho con Jesús al encontrarle?’. ‘Fui a confesarme y a comulgar después de quince años’, me respondió. Y Hermanas, no puedo expresaros la alegría que había en su rostro por haber encontrado a Jesús en su corazón, por ser capaz de recibir a Jesús con una alegría real y radiante. Luego le pregunté: ‘¿Qué más hiciste cuando hallaste a Jesús?’. ‘Mandé un telegrama a mis padres contándoselo’, respondió. ¿Lo veis, Hermanas? Encontró a Jesús en una labor humilde. (…) Hay tantos jóvenes que van a confesarse y a la Adoración porque encontraron a Jesús en una labor humilde, y que le han tocado en su angustioso disfraz…” (Donde hay Amor, está Dios, Booket, Barcelona 2014).

Hace pocos días estuve en Roma con motivo de la canonización de Madre Teresa de Calcuta. Era impresionante ver las caras de miles de personas que se han sentido tocadas por el testimonio de esta religiosa. La impresión que yo tenía era muy sencilla: “Si esta mujer vivió por amor y se entregó a los demás era porque veía a Cristo en cada uno. ¿No será el momento de vivir con más intensidad el amor a los demás y hacerlo como si al mismo Cristo se lo hiciera? Me invito y os invito a ello. ¡Adelante!”

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